Nadie se dio cuenta cómo, pero la corrupción se infiltró en varias esferas de la sociedad. Y como el devastador incendio del Amazonas deja terribles secuelas a su paso. Está presente en el gobierno, las EPS, las instituciones descentralizadas, la fuerza pública y la empresa privada.
La descomposición ha tomado tal impulso que se convive con ella. Ocurre como cuando en una remota aldea de la India, una serpiente se coló en un templo. Se acomodó en pleno centro del aposento, huyendo del calor. Los moradores del caserío se llenaron de temor. Sin embargo, con el paso de los días terminaron acostumbrándose a ella. Hasta le rendían culto y, cada nueva mañana, le llevaban alimentos. El reptil se reprodujo y, cuando murió, otras culebras estaban allí. Y en esa zona, todos le rendían tributo como a una diosa.
¿Acostumbrados? Así, acostumbrados a la corrupción. Eso es lo que está pasando con muchos colombianos indiferentes. No de otra manera se explica que hace exactamente un año la consulta anticorrupción fuera derrotada en las urnas. No se alcanzó el umbral porque los promotores de las triquiñuelas, como los chicos malos de Tío Rico MacPato, movieron los hilos tras bambalinas para que la iniciativa se viniera a tierra.
Tampoco en el Congreso se avanza para legislar contra uno de los peores enemigos del país. La mayoría de las iniciativas que apuntan en esa dirección, terminan archivadas en un sepelio de tercera categoría, con todo y las plañideras que se contratan en el Caribe.
No podemos olvidar que en el Senado y la Cámara de Representantes se han presentado 24 proyectos. Diez se hundieron como el Titanic, 7 no han sido discutidos en comisiones, 2 no tienen ponencia y 5 siguen haciendo tránsito a la velocidad de una tortuga con artritis y vértigo.
Las alcaldías de Quibdó y Buenaventura, ciudades donde el índice de necesidades básicas insatisfechas es muy alto, se vieron involucradas en los últimos tres años en escándalos de corrupción. Son solo dos ejemplos para graficar que a muchos gobernantes, después de darles la mano para saludarlos, hay que contarse los dedos, no sea que se hayan quedado con uno… o varios.
Y qué decir de la política. A menos de dos meses de elecciones para gobernaciones, alcaldías, asambleas y concejos, muchos de sus aspirantes se encuentran inmersos en investigaciones. No pueden pasar por alguna de las estatuas de Hamelín, porque les suena la flauta. Pero, tozudos, siguen adelante. Tienen rabo de paja, pero con sus discursos veintijulieros de culebrero en feria de pueblo, buscan cautivar electores con sus cantos de sirena.
¿Ejemplos? Dos candidatos —uno a la alcaldía de Montería y otro a la de Dagua—, de los más opcionados en las encuestas dicho sea de paso, fueron denunciados ante la Procuraduría porque se beneficiaban de auxilios del Estado y por figurar en los registros del Sisbén con calificación de “pobres”. Entretanto, miles siguen detrás de un formulario para acceder a cualquiera los beneficios a que tienen derecho.
Preocupa. Definitivamente la corrupción está contaminando a Colombia. Y si no se le pone freno, como es apenas previsible, terminará en cuidados intensivos después del 27 de octubre. ¡Dios nos libre!