Ver para creer. En el país de las exclusiones, donde el fundamentalismo se afianza con su océano de verdades inamovibles, hay campo para la esperanza. Las minorías sexuales, por siglos marginadas como abominaciones, hoy tienen motivos para sonreír. Una pareja de lesbianas disfruta de su derecho a adoptar porque también conforma una familia, afirma la Corte Constitucional, aunque con la salvedad de que se les permite porque una de ellas es la madre biológica de la niña.
Pero al propio tiempo, no sin sorpresa, otra familia de lesbianas se instala en el poder. Es una pareja brillante de profesionales. Gina Parody y Cecilia Álvarez, como ministras, estarán encargadas de dos frentes claves en el segundo cuatrienio de Santos. Lo harán bien, seguramente, como también lo ha hecho Tatiana Piñeros la mujer transexual que hoy dirige el Instituto Distrital de Turismo, en Bogotá.
Aunque aún habrá miradas aprensivas porque siglos de exclusión no se borran de la noche a la mañana, las grietas en el país de los báculos y los infiernos eternos, son cada vez mayores. Se rasgó el velo de su templo milenario y a estas parejas, como a muchas otras, se les valorará por el papel que desempeñan en la sociedad y no por lo que hagan debajo de las sábanas que sólo a ellas les interesa.
Este país con olor a naftalina, donde aún una religión reina con fiestas de guardar obligatorias para todos, se agazapa y, no lo duden, tarde que temprano se lanzará a la ofensiva para recortar lo ganado. Mientras tanto, al igual que lo hace el país donde el color de la piel es lo importante, donde los apellidos, las cuentas bancarias y los privilegios heredados mandan la parada, seguirán discriminando en la sombra.
Porque aunque el mandato constitucional es poderoso, lo es más el de las tradiciones. Los vecinos se santiguarán, los colegios enarcarán las cejas y en las reuniones de padres de familia se secretearán cada vez que esta valiente pareja que hoy legalmente puede criar a su hija, viva de acuerdo a lo que son y no a lo que quieren que sea. No guardarán las apariencias y esto es una buena noticia.
Y así como en Estados Unidos una niña negra legendaria tuvo el valor de entrar en una escuela de blancos a ejercer su derecho a estudiar, protegida por la policía en medio de coros histéricos, con el tiempo, las lesbianas, los gais, los transexuales colombianos, estudiarán, trabajarán, conformarán familias y serán útiles a la sociedad, sin que se les pongan reparos a su condición sexual.
Pero los cambios son paulatinos. La muerte en Estados Unidos de un adolescente negro por un policía, porque aún el color de la piel es sinónimo de criminal, nos recuerda que el camino hacia la aceptación de la diversidad es muy largo. Las niñas secuestradas en Nigeria, el periodista decapitado en Irak, los atentados talibanes en Afganistán, las amenazas al papa Francisco, el horror que vive la Franja de Gaza… los ejemplos de intolerancia son incontables.
Colombia no se escapa. Los negros, los indígenas, los homosexuales, los izquierdistas, las propias mujeres, tienen amparos legales, pero el desamparo social persiste con fuerza inusitada. No obstante, contra todos los pronósticos, lo nuevo se abre camino, como en su momento lo hicieron los mamíferos en el mundo de los dinosaurios. Eran pequeños y pocos, pero tenían una ventaja frente a los gigantes; en sus genes llevaban el secreto para sobrevivir: la diversidad.
En estos días hemos mirado hacia La Habana con más esperanza que optimismo, la posibilidad de que la absurda guerra que nos carcome llegue a su fin. Pero vea cómo son las cosas. No solo allá se lucha por un país diferente. Pasos trascendentales hacia la tolerancia también se dan en otros frentes. Pese a la nube convulsiva de fanáticos medievales, los cambios sociales siguen su marcha.