Dando un vistazo retrospectivo a la historia reciente, Colombia es un país que viene soportando hace unos 20 años los embates de dos fuerzas políticas que solo viven en constantes pugnas, que nada positivo le aportan y que mantienen adormecido a todo un pueblo y además contagiado de un fanatismo enfermizo que nos deja mal plantados en el concierto internacional.
Sin detenernos a contar acciones de cada una de estas colectividades, tanto la llamada Colombia Humana liderada por Gustavo Petro, como el Centro Democrático con la figura del expresidente Álvaro Uribe, cuando más se requiere que depongan sus mezquinos intereses, más se aferran a la confrontación y al choque vulnerando el sano sentimiento patriótico y el auténtico ejercicio de la democracia.
En el Congreso también se ve reflejada y de manera más abierta la pertenencia a uno de estos dos bandos. Y sus parlamentarios lo han asumido de tal forma que a veces faltando al respeto por la corporación, petristas y uribistas se tranzan ya no en debates constructivos, sino en acaloradas peleas con agresiones verbales que tiran al piso los elementales principios y valores ciudadanos.
De igual o mayor gravedad, es la actitud de algunos medios y comunicadores que han hecho suya la causa y sin ningún reparo se ponen la camiseta de uno o de otro lado, dispuestos a defender ideologías y gestiones, solo por compromiso de cargos o pauta publicitaria. Aquí se pone en tela de juicio la objetividad en el desarrollo de la información.
Pero quien debería empeñarse por buscar alternativas para que cambie el actual estado de cosas es el propio elector que se ha dejado llevar por la politiquería de montón, llegando a crear dos extremos muy opuestos, exageradamente difíciles de entenderse y muy ajenos a proponer un modelo de estado ejemplar.
Mucha larga se ha dado ya a estos dos partidos que portan como escudo el sectarismo y que no reconocen el daño que se le está haciendo a la democracia, sembrados en su vieja dialéctica que no apunta sino a la desestabilización y atraso en el camino hacia el progreso. Es hora de que la gente se sacuda y despierte de ese profundo letargo que desde tiempo está padeciendo.
Y surge un interrogante: ¿es que en nuestro país no hay estadistas con visión distinta para diseñar una nueva Colombia? Para un importante sector de compatriotas ya es hora de pensar en alternativas que recuperen la práctica de la verdadera democracia, de aquella que la tenemos olvidada y por qué no maltratada.
Por ahora, ¡Colombia sigue atada por los extremos! ¿Hasta cuándo?