La prolongación de la guerra de Ucrania está trayendo consigo notables consecuencias políticas entre las que se incluye la creciente presión que Washington ejerce para que se alineen con él los países que todavía no lo han hecho. Es cierto que entre los cálculos de los estrategas de Washington figuraba desde el comienzo que esta guerra fuera prolongada, porque para ellos el objetivo de la misma no es otro que desgastar a Rusia hasta el punto de forzar un “cambio de régimen” en Moscú e incluso de promover la partición de la Federación rusa en cuatro o cinco países, tal como lo propuso el estratega Zbigniew Brzezinski en su libro El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos estratégicos (1997), auténtica biblia de los defensores de la transformación del siglo XXI en “el siglo americano”, el siglo de la primacía mundial indiscutida e indiscutible de los Estados Unidos de América.
A esta altura del partido no puede descartarse que alguno de estos dos resultados terminará por producirse, pero el partido, como ya dije, dista mucho de acabarse y tanto en los campos de batalla ucranianos como en el escenario de la política mundial las cosas no están marchando del todo al gusto de Washington. Al momento de escribir estas líneas, la tan anunciada contraofensiva ucraniana no tiene pinta de convertirse en una marcha triunfal por lo que con cada día que pasa, Washington se acerca al momento de decidir si acepta la derrota militar del régimen de Kiev. O por el contrario interviene directamente con sus propias tropas o en su defecto autoriza a la belicosa Polonia a que lo haga. En ambos casos la guerra de Ucrania se transformaría en una guerra abierta entre Rusia y la OTAN, con el consiguiente incremento de la posibilidad de que se convierta en una guerra nuclear, que arrasaría a Europa y muy probablemente al resto del mundo. Esta fatídica eventualidad rompería a la OTAN, como ya lo anuncian las crecientes divergencias entre Alemania, cada vez más comprometida con la estrategia de escalar el conflicto, y Francia cada vez más comprometida con la de desescalarlo.
La tan anunciada contraofensiva ucraniana no tiene pinta de convertirse en una marcha triunfal
En los Estados Unidos el frente interno presenta así mismo graves problemas. La campaña presidencial ya está en marcha, componiendo una imagen en la que los bajos índices de popularidad de Biden contrastan con altos índices de popularidad de Trump, índices que en vez de disminuir crecen debido paradójicamente a las causas judiciales abiertas contra él. Trump no para de denunciar la guerra de Ucrania y de afirmar que si el fuera presidente le pondría fin en 24 horas. Algo equiparable hace Robert Kennedy Jr., el flamante precandidato demócrata a la presidencia.
En el llamado Sur Global las cosas tampoco marchan bien. China estrecha cada vez más sus relaciones con Rusia al tiempo que las intensifica con los países del Asia central. India (la nación más poblada del mundo) ha declarado que la guerra de Ucrania no es su guerra y ha rechazado tajantemente la invitación de Washington a unirse a la OTAN +, proyecto que incorporaría a dicha alianza militar a Australia, Nueva Zelandia, Corea del Sur y Japón. En África se acercan a la mayoría los países que se niegan a tomar partido y 7 de ellos, encabezados por Suráfrica, presentaron la semana pasada un plan de paz en Kiev y Moscú. Como ya lo hizo Brasil, como recordaran. En nuestra América, Washington no puede contar con Cuba, Bolivia, Nicaragua y Venezuela y en definitiva ni siquiera con México y por ahora tampoco con Argentina.
Lo que en cambio es muy probable es que Biden de por descontado el apoyo irrestricto de Colombia. Al fin y al cabo, Iván Duque consintió que nos metiera por la puerta del servicio en la OTAN, con el estatuto de “socio privilegiado” que me temo se parece mucho al que los señores suelen conceder a sus más fieles sirvientes. Pesa, además, a su favor, el largo historial de apoyo sin fisuras de nuestro país a las decisiones de Washington en todas las coyunturas incluidas las dos guerras mundiales y la guerra de las Malvinas. Pero creo que ha llegado la hora de que no nos siga tomando como incondicionales. En primer por lugar porque es claro que ahora nos necesita mas de lo que le necesitamos a él. Cada voto cuenta en esta difícil coyuntura mundial y el nuestro aumenta la suya en la misma medida en la que decrecen los votos favorables a Washington en nuestra América y en el Sur Global.
Por lo que está abierta la posibilidad de decirle a Biden que si quiere nuestro voto debe negociar antes con nosotros una agenda que incluya en primer lugar el compromiso suyo de poner fin a la fatídica guerra contra el narcotráfico, siga con la luz verde a un incremento y mejora sustancial de nuestras relaciones con Venezuela, su apoyo a la auditoria de nuestra deuda externa y a un eventual reajuste de la misma y la reducción escalonada de la presencia militar norteamericana en nuestro suelo. Por último - y no por último menos importante: asistencia técnica y financiación de la construcción de los ferrocarriles que unirán a Barranquilla con Buenaventura y a esta con Florencia, Caquetá.