Los incidentes ocurridos en el reciente debate de candidatos presidenciales “El Tiempo-Semana”, al que no pudo asistir el candidato del Partido Dignidad, el senador Robledo, por impedimento de salud, no constituyen asuntos de poca monta. Pusieron al desnudo dos tipos de contradicciones, unas, las que gravitan en torno a lo programático, y otras atinentes a criterios éticos.
Las primeras se refieren a un tema crucial: si se continúa con más de lo mismo, simples cambios cosméticos, o se da un viraje de 180 grados en la política económica del Estado colombiano. En efecto, el candidato de Uribe-Duque, Zuluaga, defendió con ardor las bondades del libre comercio y la estrategia de producir para exportar, idea macroeconómica compartida por Alejandro Gaviria.
Para ellos la apertura ha fracasado en Colombia porque los empresarios no la han sabido aplicar debidamente; es cuestión de eficiencia y de hacer bien la plana trazada por el FMI y la Ocde, la oportunidad de catapultar la economía, modernizando el aparato productivo, tesis sostenida por Gustavo Petro y expuesta para explicar su voto por este organismo globalizador: “He votado a favor de que Colombia pertenezca a la Ocde. Vamos a demostrar que en un gobierno progresista con buenas prácticas administrativas y financieras se pueden alcanzar los mejores niveles sociales y los mejores niveles tecnológicos en la tercera revolución industrial”.
Pero los tozudos hechos desmienten esas aseveraciones y ponen de manifiesto que la globalización no es más que la expansión mundial del capitalismo salvaje, del sistema financiero y de los negocios de Estados Unidos tras los bienes ajenos, simple estrategia de recolonización.
Ese afán de poner a competir economías de punta (capitalismo avanzado) con economías atrasadas de un capitalismo raquítico con un pie aún en el feudalismo, haciendo abstracción del costo-país, se ha traducido en pelea de tigre con burro amarrado, y el balance luego de 30 años es desastroso: las naciones ricas cada vez más ricas, y las pobres cada vez más recolonizadas y pobres, endeudadas hasta la coronilla, con su economía campesina liquidada, la ruina del agro, el desmonte de su aparato industrial, viviendo del debe, tributando al cobra diario en Washington, pobreza, desempleo, hambre, corrupción, violencia. Entonces la verdadera reinvención de Colombia pasa por el cambio de esa nefasta política económica.
Pero también afloraron en el debate contradicciones sobre la forma de llegar al poder, de hacer política: si con la astucia o la decencia al mando; si con el todo vale, o los escrúpulos; si alianzas con Raymundo y todo el mundo incluso hasta con el diablo, o hacerlas con arreglo a unos criterios selectivos; si con “avivatadas” o con seriedad. Si con Maquiavelo o Gandhi de la mano. Es la táctica que separa la política como arte de gobernar en función del bien común, de la politiquería al servicio de intereses protervos. De la línea que salga avante, dependerá la suerte futura del país. La pelota está en manos de los electores.