El caso de Ángel Beccassino es bien particular: escritor, músico, fotógrafo, periodista, publicista, consultor político. Todo un hombre del renacimiento, (o es un emprendedor incansable o quizás pasa mucho tiempo ocioso).
Con la misma facilidad como escribe un libro para ensalzar soterradamente a la presidencia a Enrique Peñalosa (“Peñalosa y una ciudad 2600 metros más cerca de las estrellas”. 2000), escribe otro para encumbrar a Roy Barreras como presidenciable ("Roy de Abajo hacia Arriba". 2017).
Pudo ser asesor de campaña de Rodolfo Hernández, pero ayer lo fue de Gustavo Petro por una (dizque) afinidad filosófica, con lo cual se puede agregar a sus ya múltiples talentos el de mercenario ideológico.
Hace cuatro años fue el estratega romántico de Petro y hoy lo es del otro bando. Y eso que se autodefine como “progresista”. En una entrevista, Beccassino confiesa que “consumimos la política como consumimos el deporte, la música, o cualquier otro espectáculo”. “La política es un entretenimiento”.
Y efectivamente, el “entretenido” de Rodolfo Hernández igualó en intención de votos los programas de gobierno de Gustavo Petro. ¡Cómo si estuviéramos para un presidente entretenido! Con Duque nos basta.
Y fue a la diversión a la que apeló el estratega colombo-argentino para posicionar en las redes sociales al septuagenario candidato exhibiendo una impostada vis cómica, quizás por aquello que a todos nos “entretiene” y hasta nos enternece un abuelito chistoso y grosero.
Beccassino sabe eso y por ello le resultó fácil hacer su mejor truco de magia ya revelado: agarrar la figura, bucólica y primitiva del anciano multimillonario, polémico, grosero y chistoso, alcalde de cualquier ciudad departamental de media tabla, sin talla de estadista y convertirlo en una revelación nacional a instantes de la presidencia.
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Bien dicen por ahí que “tarde que temprano un loco y su dinero terminan de presidente”.
De Hernández se sabía que habla de la lógica de Aristóteles, de la ética de Kant (seguramente sin saber qué es eso), pero sobre todo sabía de la estética del TikTok, y que goza de buena salud, salvo esos ataques de coprolalia no diagnosticada y que consisten en la tendencia patológica a proferir obscenidades y a adivinar la misma antigua profesión en las progenitoras de los demás.
“Mi abuelo es chistoso y re-grosero”, pueden decir divertidos sus nietos a los amigos de colegio.
Pero también parte de la entretenida estrategia beccassiana, consistía en llamar en todo momento “ingeniero” a Rodolfo Hernández, como para enfatizar que no es un político más, y porque en últimas, así es como lo han llamado siempre sus obreros y empleados: Rodolfo, el ingeniero. Él es el jefe supremo de la obra, los demás son jornaleros, capataces o “rusos” que reciben órdenes.
El constante rótulo de ingeniero para referirse a Hernández ha servido, entre otras cosas para que la medios de comunicación (órganos visuales y escritos de la ultraderecha) titularan “Prefiero un ingeniero a un guerrillero” como si la expresión hubiera sido una afirmación de Angela Patricia Janiot, cuando en realidad Janiot le preguntaba a Petro incidentalmente por una etiqueta en Twitter del mismo tenor.
Esta ha sido una táctica recurrente y que es muy propia de los medios sensacionalistas y de la prensa popular: engañar a los lectores desprevenidos con grandes titulares rojos que no concuerdan ni con la foto ni con el exiguo cuerpo de la noticia. En esta manipulación era muy hábil “El Espacio” de la familia Ardila.
De manera que tal titular fue copiado de una etiqueta de Twitter, que a su vez fue copiado de la frase “prefiero un guerrillero en armas que un sicario moral” dicha por Álvaro Uribe, que a su vez debió tomarla, de unos viejos amigos suyos que solían decir: “prefiero una tumba en Colombia, que una celda en una cárcel de Estados Unidos”.
No es que un ingeniero, por el simple hecho de serlo, nos ponga a salvo de un mal gobierno. En toda su historia, Colombia ha tenido solo a cinco de ellos que han dirigido el país… y las cosas no han sido para nada entretenidas.
El caso más reciente es el del ingeniero Virgilio Barco Vargas (1986-1990), también magnate santandereano, enfermo de Alzheimer quien por esta razón delegó, en la sombra, el mando a Germán Montoya (el verdadero poder detrás del trono).
El ingeniero Virgilio fue responsable político de la muerte de más de 2000 miembros de la Unión Patriótica atribuyéndolas simplemente a “fuerzas oscuras”.
El ingeniero y Contraalmirante Rubén Piedrahita Arango (1957-1958) hizo parte de la Junta Militar golpista cuando otro ingeniero, el General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957) (Gurropín, para sus amigos), fue derrocado y abandonó el país.
Al dictador Rojas Pinilla le agradaba que lo llamaran “ingeniero Gustavo”, pero más le complacía que lo llamaran sencillamente “Jefe Supremo”.
Cerró El Tiempo, El Espectador y El Siglo, y durante su gobierno miembros de las fuerzas armadas dispararon contra una multitud que había abucheado a su familia en la Plaza de Toros de Santamaría, lo cual dejó decenas de muertos, tanto de sol como de sombra.
Y pensar que en su discurso golpista el ingeniero Gustavo había dicho: no más sangre, no más depredaciones en nombre de ningún partido político, paz, justicia y libertad.
Años más tarde Samuel Moreno Rojas, diría: “prefiero ser nieto de un dictador que de un raponero”. Al final su nieto terminó siendo lo segundo.
El tristemente célebre ingeniero Laureano Gómez Castro (1950-1953) abandonó la presidencia por motivos de salud poco más de un año después de haberse posesionado, delegando el mando a Roberto Urdaneta Arbeláez.
Regresó a retomar las riendas del país y fue derrocado y desterrado por el ya mencionado ingeniero Gustavo Rojas.
El ingeniero Laureano era el “hombre tempestad” y quizás su mote se deba a su deseo de apagar los incendios que su irresponsable verbo provocaba.
Tenía gran capacidad oratoria para calumniar y deshonrar algunas veces de forma culta, sin recurrir a la ordinariez que esgrime actualmente el ingeniero Rodolfo.
“Hagamos invivible la República Liberal”, “llegaremos hasta la acción intrépida, el atentado personal y haremos invivible la República” solía decir el ingeniero Laureano cuando estaba calmado.
Hoy su nieto, Enrique Gómez Martínez, quemado en la primera vuelta, sumó su irrisorio caudal electoral al ingeniero Rodolfo.
El ingeniero y presidente Mariano Ospina Pérez, (1946-1950) fue quien ante la amenaza de una verdadera sublevación a raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán ordenó traer refuerzos militares de Tunja para devolver la tranquilidad en las calles bogotanas. Y lo consiguió. A sangre y fuego.
Un año después (1949), el ingeniero Mariano clausuró el Congreso de la República alegando que desde sus asientos se ponía en juego la estabilidad del Estado, lo cual también le permitiría gobernar por decreto.
Más o menos como tenía pensado hacer el ingeniero Rodolfo a partir del 7 de agosto.
Hace exactamente 100 años fue elegido el ingeniero Pedro Nel Ospina (1922-1926) un próspero hombre de negocios (igual que el ingeniero Rodolfo), quien solicitó en vano la adopción de Colombia como colonia de los Estados Unidos.
El ingeniero Pedro Nel dejó al país en cifras rojas por el alto valor de la deuda externa a pesar de la bonanza cafetera y el ingreso de la indemnización por el robo de Panamá por parte de los “Golosos” del Norte.
¡De los ingenieros entretenidos, líbranos Señor!