Han pasado dos semanas desde el inicio del Tour de Francia y el pueblo colombiano, del que nada se esperaba, sigue sorprendiendo. En cada esquina, en cada local, en el bus o en la comodidad de la sala de la casa no cesan las especulaciones alrededor de la figura de Nairo Quintana, su rendimiento, sus palabras, sus aspiraciones. A dentelladas de comentarios que se transforman en incendiarias palabras en las redes sociales destruimos el presente y vaticinamos un futuro poco alentador para el de Cómbita.
Tras la primera semana, Nairo estaba dentro de lo esperado en cuanto al tiempo perdido con los primeros de la clasificación general, incluso salvó los trastes en una etapa de inicio de semana donde los vientos aniquilaron las posibilidades de unos tantos, pero fue la llegada de la contrarreloj que empezó a exacerbar los ánimos furibundos de mediocres seguidores que frente a una pantalla empiezan a suprimir la dignidad de nuestro más grande representante ciclístico de todos los tiempos y lo llevan al borde del desespero y la depresión de pretender dar respuestas a los rabiosos fieles que hace unos años se vanagloriaban y se embriagan de felicidad y hoy lo desechan como un papel viejo en la basura.
Difícil situación para el boyacense, que no solo tiene que contrarrestar los embates de sus propios compañeros de equipo, de un agonizante Movistar que culpa al forastero de sus desgracias, una escuadra sin norte, que confirma lo que se vaticinaba cuando arrancaba en Bélgica con tres líderes a disposición. Además, la indolente y destructiva prensa española se va con toda contra el escalador, sin “mirar la paja en el ojo propio”, producto de un bajo rendimiento de Mikel Landa y un inconstante Alejandro Valverde. Ahora, a pesar de toda esta carga emocional que lleva sobre sus hombros, a diario se enfrenta a la miserable calificación de un buen porcentaje de colombianos, expertos en inflar ídolos, pero con la misma rapidez para lapidarlos y sepultarlos en el olvido, cuando su condición física no da para satisfacer las inmensas deudas emocionales de estos neoseguidores del deporte que más victorias nos ha brindado.
Acá, antecedentes de sobra tenemos, pululan como epidemias las calificaciones a los deportistas, el caso más reciente es el del futbolista Stefan Medina, quien lleva por años con el lastre de cometer un par de errores en un partido definitivo, y pese a su buen rendimiento lo marcaron para siempre de la mano de la prensa en contubernio con desadaptados que se hacen llamar seguidores. Por esta misma estela de juicio han pasado Alejandro falla, Falcao García y hasta el propio Juan Pablo Montoya, entre otros, que estando en la cúspide salen a las calles a recibirlos en carros de bomberos, pero cuando pasan por sus momentos más difíciles no hay una voz de apoyo, sino de amenaza y fracaso, que hunden al deportista en su más profunda decepción y depresión.
Hoy Nairo afirma “no sé si volveré a sonreír”, tratando de advertir que no quiere generar un compromiso con sus detractores, quienes seguramente vendrán a someterlo posteriormente. Incluso a aquellos que han masacrado su nombre por sus tendencias políticas, que nada tienen que ver al momento de pedalear.
Tan malos seguidores somos que mientras estamos pendientes del rendimiento de Nairo, sus declaraciones, sus gestos o lo que bien nos parezca, no nos damos cuenta que Egan Bernal es serio candidato al pódium, que Urán se defiende con lo que puede o que Nairo Alexander Quintana Rojas sencillamente es el más grande ciclista de todos los tiempos, ganador de dos grandes vueltas y múltiples podios alrededor del mundo. Pero Nairo conoce claramente su realidad, pues su peor enemigo es Colombia.