Colombia, a un paso de los juegos del hambre

Colombia, a un paso de los juegos del hambre

Una reflexión distópica para estos tiempos que parecen sacados de las grandes obras de ficción

Por: Antonio Segundo Vargas Mendoza
abril 21, 2020
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Colombia, a un paso de los juegos del hambre
Foto: Leonel Cordero

No soy un lector apasionado de distopías, pero por casualidad he leído algunas narraciones de este tipo. Estas probablemente ya existían en el mundo literario antes de que se inventase dicho rótulo y en este momento es un vocablo muy notorio por la calamidad que se vive, es el opuesto de Utopía (nombre del libro de Tomás Moro), que como se sabe representa un ideal de sociedad organizada, justa, armónica y feliz. Pues bien, según la RAE distopía: “es la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causante de alienación humana. Es decir, un diseño social en el cual no nos gustaría vivir, donde preferiríamos a lo mejor vivieran los seres más mezquinos y tiranos, es una sociedad perjudicial en sí misma con rasgos no deseados para la vida, una sociedad más o menos elaborada que hace de la vida un pequeño infierno.

Pero a todas estas, ¿por qué reflexionar la distopía en este momento de pandemia histórica? Porque son necesarias las evidencias, porque todos son datos, porque desde diversas áreas del conocimiento hay un fuerte interés en este suceso y las transformaciones presentes, porque la literatura en especial es una fuente de conocimiento sobre el mundo y sus horrores, porque los libros y las palabras no nos hacen sentir solos, por las inquietudes que estamos viviendo en esta pandemia, las desazones propias del siglo XXI, por tratar de evitar un país y mundo que no apetecemos y demás razones.

Ahora bien es importante mencionar la tensión entre la subjetividad que tiene la definición de utopía y distopía porque lo que para uno es utópico para otro es distópico; por ejemplo: la modernidad racional trabajó en la idea de un progreso donde el desarrollo tecnológico y científico, la democracia liberal, las instituciones, la separación de poderes, la justicia, la libertad, la convivencia y el desarrollo de las comunicaciones traerían un mayor grado de felicidad a las naciones, pero ese presente soñado terminó siendo discutido y lo que era una esperanza acaba siendo una zozobra para muchos seres humanos apareciendo con ello las ironías y tal vez levedades de las obras literarias distópicas clásicas que se dieron fundamentalmente en el periodo de entreguerras cuya temática general es la opresión, entre ellas destacan: Nosotros (1924), Un mundo feliz (1932), La guerra de las salamandras (1936) y Mil novecientos ochenta y cuatro (1949). Todas estas obras literarias tienen una característica en común, cuestionan los principios y bondades prometidas en la idea de progreso y desarrollo racional.

Pues bien, la utopía y la distopía han ido evolucionando históricamente como señal del propio sumario progresivo de las sociedades, recogiendo sueños, anhelos, esperanzas, pero también miedos, horrores y errores; así mismo, las forma de congregarlos y de impedirlos. Ahora no todas las obras distópicas son negativas o pesimista, también se escriben distopías para atajar o impedir que se den esos arquetipos de sociedades no anheladas. En el tránsito de la historia llegaron grandes obras utópicas como: La república (370 a. C.), Ciudad de dios (426 d. C.), Ciudad del sol (1602) y Nueva Atlántida (1627). Igualmente, el arte distópico como el horror en las pinturas de Goya (El sueño de la razón produce monstruos, 1799), fotografías como la puerta de entrada de Auschwitz (1940) o la del niño sirio ahogado en las costas de Turquía (2015). Además, no son pocos los escritores que dialogan del desengaño de la modernidad y la pérdida de la visión de progreso y futuro que acompañó durante muchas generaciones a las sociedades, destacándose Jean-François Lyotard con La condición posmoderna (1979) y Gilles Lipovetsky con La sociedad de la decepción (1996), entre otros.

Pero aterricemos un poco en Colombia dado que en este país la distopía tiene un rival difícil y ese contrincante es la realidad misma, consecuencia de los errores políticos históricos que han conducido a que la vida tenga que darse en los escenarios más degradantes y espantosos propios de un estado carente y fallido, por ejemplo, en la pandemia actual, los desempleados que yacen hoy en sus casas arrendadas y que pagan todo tipo de servicios viven en la incertidumbre de cuándo podrán volver a trabajar, otros que iniciaron la cuarentena pandémica laborando ya perdieron sus empleos y el número sigue creciendo, algunos están detrás de una computadora en jornadas laborales de 168 horas semanales, otros en el intento de tratar de sobrevivir salen a rebuscarse económicamente con el peligro de infectarse de la peste y también a su familia y de paso es posible que les pongan un comparendo, los que están casa se colocan frente a la pantalla televisiva con la esperanza de recibir información verídica sobre cómo avanza este fenómeno mundial y resulta que los medios de comunicación le dan más importancia a la vida privada de James Rodríguez que a los esfuerzos científicos y médicos para enfrentar la pandemia.

Por su parte, los maestros y maestras en conjunto con sus estudiantes viven su propia pesadilla al no poder desarrollar una clase virtual decente por la desigualdad tecnológica en la vasta geografía nacional, ingresas a las redes sociales (si tienes computadora) y poco a poco te convences que son inmundicia porque entre otras cosas sus administradores y patrones multimillonarios les interesa que prevalezca la calumnia y el abuso en el trato social convirtiéndose esto en un relato aberrante que inciden en la realidad y construyendo de paso un razonamiento precario en la ciudadanía.

De otro lado, algunos sectores del gobierno se les ocurre la brillante idea de querer llevar a cabo conciertos musicales en helicópteros del ejército mientras nutridas familias están pasando física hambre (hambre histórica) y al salir a pedir comida como instinto primario de supervivencia les envían el Esmad; otras familias llevan más de veinticinco días comiendo frijoles, la ley 100 que en Colombia es un abuso criminal sigue rampante, la condición de los trabajadores de la salud en plena pandemia es supremamente precaria y la competencia extrema y acérrima para acceder a un trabajo una vez se vayan levantando las restricciones de la pandemia será una verdadera cruzada (a propósito de distopías, leer y ver: Los juegos del hambre (2008), Divergente (2011) y El corredor del laberinto (2009) ) y pare de contar. Pues, esta es una radiografía rápida de la realidad colombiana, ¿es esto inverosímil?, ¿o vivimos en un país con fuertes elementos distópicos?

En relación al panorama mundial el escenario no es nada alentador y no es distante al local, pero hay algunas diferencias de orden cultural y tecnológico. Byung-Chul Han, filósofo y ensayista surcoreano, nos recuerda algunos aspectos no muy queridos en relación a la transformación del conjunto de la sociedad poscoronavirus y sobre todo en países orientales quienes llevan la delantera en la cruzada contra la pandemia; según el intelectual asiático el nuevo orden social puede quedar simplemente como una zona de seguridad, una especie de cuarentena permanente en la que cada uno será tratado como un potencial portador del virus, el acceso ilimitado al individuo será el pan diario (también occidente), las llaves de las casas serán entregadas a las autoridades, las personas que violen la cuarentena serán condenados a muerte, los animales que estén sueltos serán exterminados, ni un solo momento de la vida cotidiana escapará a la observación porque la vigilancia será total.

Se hará seguimiento a cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales, no entregaremos nuestros datos por la fuerza sino por necesidad interior, centenares de millones de cámaras de vigilancia con reconocimiento facial estarán prendidas, los drones imprimirán una multa y la dejarán caer sobre nuestras cabezas, se vivirá en un feudalismo digital en el que los señores feudales digitales como Facebook darán la tierra y dirán: ustedes la reciben gratis, ahora árenla libremente, viviremos en un sistema que explota la libertad en sí misma, pero nos sentiremos libre, el capitalismo en su conjunto se está transformando en un capitalismo de vigilancia, las plataformas como Google, Facebook o Amazon nos manipularán a su antojo. ¿Quieren más distopía?

Dicho lo anterior y a modo de cierre una de las principales distopías actuales más preocupantes para el caso colombiano más allá de los elementos mencionados anteriormente es ese automatismo voluntario de las personas que nos conduce a un desastre mayor el cual se da por indiferencia, ignorancia histórica, arrogancia política, tacañería académica u otras razones; mientras los autores de dichas miserias pasan de agache y viven sus grandes vidas en sus multimillonarias construcciones faraónicas viendo como el libre mercado realiza grandes transacciones a la velocidad de la luz. Por ello en estos momentos quizás nuestro mayor reto histórico sea el de no perder la esencia que nos hace humano y es tal vez lo que intentan decirnos las distopías más recientes. Frenemos ese orden social que no necesitamos y queremos.

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