La cita reunió a los más selectos nombres de la época y de la historia para marcar generaciones completas de aficionados al ciclismo.
A Miguel Ángel Bermúdez Escobar no le bastó con gestionar por años tocando puertas para llevar el primer equipo colombiano a disputar un Tour de Francia, sino que arrastró hasta estas tierras nada más que un mundial de ciclismo. Y fue por eso que la gran prueba de fondo en carretera se desarrolló en Duitama, desde entonces reconocida como la capital cívica del mundo.
Era el momento de consagración de uno de los más grandes de todos los tiempos: Miguel Induráin, respaldado por un conjunto ibérico de ensueño —que entre otros nombres contaba con José María Jiménez y Abraham Olano—, a la postre medallista de oro. El evento transcurriría entre el velódromo Luis Carlos Galán Sarmiento, construido especialmente para la cita orbital, y las carreteras boyacenses, que en primera instancia se medirían en una contrarreloj individual, que llevaría a la consagración de la veterana Jeannie Longo en un recorrido que unía la municipalidad de Tuta con la capital del departamento. De igual manera, en menos de una hora, Miguelón se colgaba el oro habiendo tomado la partida en Paipa y cruzando la línea de meta en la Plaza de Bolívar. El primer objetivo se había alcanzado para el hombre del Banesto. En aquella oportunidad Duván Ramírez lograba un histórico cuarto lugar, hecho nunca antes conseguido hasta el momento.
Días después, la atención estaría puesta en Duitama. Las pruebas de gran fondo paralizarían por una semana este pequeño poblado, al que para el evento exclusivamente se había construido el ascenso al mítico alto del cogollo —con cerca de 4 kilómetros de recorrido y con rampas de hasta el 13%—, absolutamente pensado para que la victoria fuera colombiana, de la mano del local: Oliverio Rincón, Israel Ochoa, Efraín Rico y compañía, dirigidos por el gran Raúl Mesa.
Antes de la prueba final élite, que precisamente hoy celebran 25 años de aquel maravilloso día, se llevó a cabo el gran fondo para ciclistas aficionados “amateur”, en donde se dio la gran sorpresa y al final la única medalla criolla de aquella cita. Fue a manos de un local Víctor Becerra, siendo cuarto la línea de meta, días después recibió la medalla de bronce tras la descalificación por resultado analítico del ecuatoriano Pedro Rodríguez. Una verdadera proeza del local que lo pondrían para siempre en la memoria de los aficionados al ciclismo.
Esos momentos de pedalazos se mezclaban con la algarabía de los lugareños, que pintaron cada calle, muro y casa, en donde además se ondeaban las banderas colombianas y de cada país al que cada comuna o barrio apadrinó para tratarlos como hermanos. Así el barrio Cándido Quintero dio la bienvenida a la selección española, el centro de la ciudad a los países bajos, el barrio el Progreso a la selección Venezolana, y así por cada calle, cada rincón, no había una sola cara triste, solo eran sonrisas. Aún se observan las paredes pintadas con publicidad de marcas de la época. Las pequeñas banderitas multicolor atravesaban cada kilómetro del recorrido que vieron por primera vez en la historia, ver a una doble campeona, pues ya lo había hecho en la prueba contrarreloj y lo repitió en la prueba de fondo: Jeannie Longo, que vio llegar en el quinto lugar, a Maritza Corredor, que no es un dato menor pues es hasta hoy el mejor resultado de una mujer colombiana en un mundial de ruta.
Hoy, hace exactamente 25 años en Duitama no había espacio para una sola persona, fueron alrededor de un millón de aficionados que se postraron a lado y lado de la vía desde las 10 de la mañana hasta las 5 de la tarde cuando terminaba finalmente la competencia. La partida la tomaron 98 corredores de los cuales solo finalizarían 20 tras completar los 15 giros al circuito mundialista y vivir un verdadero infierno sobre la bicicleta.
El recorrido partía frente a la aun, planta de Postobón, metros más adelante viraban a la izquierda para tomar la autopista central y dos kilómetros adelante subir por la avenida camilo torres en un “falso plano” hasta el sector del barrio San Carlos donde en un giro de 90° a la derecha empezaba el mítico ascenso al alto del cogollo, que tras una travesía de poco más de un kilómetro emprendían un estrepitoso descenso con una inclinación de hasta el 20% para encontrarse con la avenida circunvalar en el sector de la Tolosa y por una travesía desembocar en la avenida de las Américas disputar los últimos 1800 metros en terreno llano hasta la pancarta de meta.
De principio a fin fue un recital español que puso paso durante cada una de las vueltas descartando rivales hasta decantar en un puñado de pedalistas que disputarían las medallas. Hubo protagonismo colombiano con un intratable Israel Ochoa que anduvo en una larga fuga que de ser más oportuna seguramente lo tendría en el pódium, y un Oliverio rincón que viajaba a la expectativa con los de más alta potencia y que resignaba sus posibilidades tras una falla mecánica a falta de la última circunvalación. El Chava Jiménez fue el encargado de responder a todos los ataques en contra de la poderosa escuadra ibérica, no ahorraba una sola gota de sudor para alcanzar la hazaña, mientras que el otro archifavorito, el mítico Marco Pantani en solitario contenía la embestida de la armada española y algunos intentos de la grata sorpresa suiza: Mauro Giannetti y su líder Pascal Simón, así como el siempre protagonista francés: Richard Virenque.
A dos giros del final se despega del grupo de favoritos Abraham Olano, y solo lo volvieron a ver en la llegada, y es que pese a pinchar su rueda trasera al paso por el sector del cementerio la distancia holgada que lo protegía no le permitió despojarse de la medalla dorada, y atrás expectante Induráin no quitaba la mirada de la pareja con la que viajaba, y era tanto su nivel que no tuvo oponente en el sprint final, colgándose la medalla de plata, dejando el tercer lugar al pirata Marco Pantani y Giannetti en el cuarto cajón. El local, Rincón llegaba en la octava colocación que fue celebrada como si hubiera pasado en el primer lugar.
Los festejos duraron días, se despedían las delegaciones y este pequeño pueblo volvía a la normalidad. Hoy 25 años después de aquel mágico día, por fin entendemos que vivimos el más grande evento deportivo que el país haya organizado, el hasta hoy considerado el mejor mundial de ciclismo de la historia: Colombia 95.