Roger Wolfe, afirmaba con cierta temeridad, “Periodismo: lanza la mierda y lávate las manos”. Mientras que Kurt Tucholsky iba más allá, al sentenciar que “el periodismo es el tejido de mentiras más complejo que jamás se haya inventado”. Es probable que esos análisis sean producto de un ejercicio algo común de la comunicación masiva expuesta a miles de riesgos, por lo cual exige un excepcional tratamiento profesional, con una experticia casi innata. De lo contrario el efecto manipulación sería inevitable.
El inolvidable Joseph Pulitzer soñaba: “Estoy muy interesado en el progreso y avance del periodismo, después de haber dejado parte de mi vida en esa profesión, la recuerdo como una noble profesión de inigualable importancia por su influencia”. El periodismo es eso, influencia, impacto y transformación; tiene un particular poder que tantos medios no pueden controlar ni manejar, aportando a la involución social, como tal vez ocurra en buena parte de esta sociedad. Por ello el presidente Correa de Ecuador tomó la decisión de meter en cintura a los más poderosos y oligárquicos medios acostumbrados a manejar a su antojo a la opinión pública, como sigue aconteciendo en Colombia con los consorcios de comunicaciones que quitan y ponen gobiernos, señalan, sentencian, manosean y utilizan para sus intereses ocultos al grueso de usuarios de la sociedad civil que inevitablemente se dejan controlar.
Buen ejemplo entre muchos es el caso Colmenares. El plato suculento para el manejo mediático, una muerte misteriosa de por medio, historias de amor, familias poderosas, una enorme trama de intrigas y unos fuertes intereses de grupos. Para rematar se enfrentaban los más reconocidos y célebres abogados del país, verdaderos titanes, entre ellos un exfiscal general de la nación. Los medios se apropiaron del asunto. Se encargaron de casi todo, pero especialmente de señalar o sugerir con poco disimulo unos culpables para que la opinión pública los “masacrara”. La mayoría de ellos sin poder sostener el valor de la objetividad no mercantil, se dejaron “victimizar” por la familia afectada primariamente y un fiscal fanático. Allí inicia su debilidad, su entrega, generando una ola confusa con una tesis de novela, que era la que más vendía, pero que seguramente no llevaría a la verdad, que al parecer ya poco importaba.
Parece que estos consorcios en sus fines comerciales y de poder estaban por encima de la justicia. Se dejaron manipular o mejor se fueron cómodamente por una tendencia que había tomado fuerza en las llamadas redes sociales. Era su zona de confort. Así se inicia la que sea posiblemente una de las más grandes manipulaciones de la opinión pública, ya que buena parte de las empresas periodísticas acolitaron o respaldaron con sus impactantes informaciones para “ganar rating”, una tesis que se regó como pólvora en el país y que hoy es casi imposible desvirtuar para la mayoría de despistados y perezosos usuarios de la información.
Ante este lamentable acontecer, hace año y medio escribí sobre el caso Colmenares, respaldado entre otros por el que considero es el mejor científico legista de este país (médico, físico-matemático, estadístico e ingeniero). Por estar vinculado con la rama judicial su nombre debe mantenerse en reserva. La conclusión de hace 18 meses, es la misma de hoy desde el punto de vista legal y más objetiva. Sin apasionamientos subjetivos por el más débil, el tiempo nos da la razón, con unos medios que están "grandecitos”, pero que intencionalmente se dejaron manipular, para luego sin aparente intención, manipular a la opinión pública. Textualmente, esto expresamos hace un año y medio, tratando de desvirtuar tanto concepto y opinión facilista y casi nada fundamentada.
Colmenares, capítulo final
Pedir perdón no es tan difícil; hacer a un lado el orgullo sí lo es. De allí la imagen del soberbio abogado Lombana que intentaba disimular su humillación, el día en que la fiscal declara a sus testigos falsos y pide su captura. Uno de los peores momentos de su vanidosa carrera. Todo porque el caso Colmenares se convierte en asunto mediático y de interés público, cuando el exfiscal Luis González arma una tesis por la muerte del joven. Sobre la base del homicidio, plantea una extrema victimización del difunto y su familia, por cuenta de “ricos y poderosos” a la usanza de telenovela venezolana con sufrido trama y desenlace cantado.
Una incauta opinión pública (la gran mayoría) cae en la redada, toma firmemente partido de manera radical y suscita el linchamiento social. Pareciera que por la falta de diversiones, muchos exigían condenar a los señalados casi que sin pruebas. Para matizar el drama se inventaron ingredientes fabulescos, como que Carlos Cárdenas, por su mero apellido, hacía parte de los mismos que ocupan importantes cargos gubernamentales y desde allí ejercían presión a su favor. No fue más que un invento de algún desocupado que puso a circularlo en las facilistas redes sociales. Otros hablaban de enormes montos de dinero de los acusados para “comprar” condiciones a su favor. Más adelante se demostraría casi lo contrario.
El melodrama inicia cuando la familia de la víctima, insatisfecha con las primeras investigaciones, logra empatía con el exfiscal González, proponiéndose a toda costa demostrar homicidio por amigos. Lo curioso, es que el sesgo de la investigación era tan evidente, que a veces no se sabía cuál era el padre y cuál el fiscal. Eran como clones. Ello empezó por contaminar la investigación, embolatando la verdad y la justicia.
González y Colmenares (Padre) forzaron el mediatismo para tener a su favor a la opinión pública y a la mayoría de medios. Lo lograron, con enorme movilización y presión en redes sociales, foros, artículos y poderosos espacios como “Séptimo día”, cargado a favor de la tesis del homicidio por sus compañeros.
La fiscalía (González) solicita una nueva autopsia. Aquí viene el meollo del asunto. Después de un año de la muerte del joven Colmenares (perdón casi 9 meses después), se contrata a un controvertido experto particular, Máximo Duque. Naturalmente puesto para tratar de controvertir el anterior resultado (que nunca sugirió suicidio) de “muerte a determinar” y corroborar la teoría del asesinato como obsesión de González y la familia de la víctima, aun a riesgo de autoengañarse. Había más tufillo de venganza, que de veracidad.
En un concepto forzado, sin cuestionar demasiado a la médica que hizo la primera autopsia, Duque sugiere como causa de muerte asesinato. Un concepto con debilidades. El fiscal arma su conclusión y busca testigos para soportarla (hoy declarados falsos).
La interpretación de la segunda autopsia tendría inconsistencias, empezando porque una posterior es menos fiable técnicamente que una primera. Después de de casi un año un cadáver está demasiado degradado, además en una primera disección se estropean tejidos duros y blandos causando “lesiones” adicionales. Esto limita la exactitud, provocando confusión en una segunda necropsia con riesgo diagnóstico. Más aun cuando Duque confirma que era complementaria, sin cuestionar la primera.
La segunda autopsia, no es prueba concluyente. Para ello hay que examinar bien quién la hizo (un controvertido profesional particular contratado), un cadáver deshecho y evidencias de “traumas” de la primera disección. No es prueba contundente para sugerir homicidio y tampoco suicidio. A esto hay que sumarle que la historia armada del asesinato se cae porque todos los testigos que la soportaban han resultado falsos según la propia fiscalía.
Y lo que es peor al parecer recibieron dinero y recursos para posibilitar sus declaraciones tanto de la fiscalía como del padre de la víctima. ¿Fueron testigos fabricados, inventados? Si eso es así el exfiscal que los consiguió tendría un gravísimo lío penal, además ya fue denunciado por otro colega fiscal. Igualmente la posible obstrucción de Colmenares, si ofreció dinero.
A esto hay que agregar que la Fiscalía no ha dejado conocer el informe pluviométrico de esa noche lluviosa. Se calcula que el caño tendría al menos unos 20 cm de altura, con importante fuerza hídrica para mover un cuerpo. La fiscalía por su parte afirma que el cuerpo fue puesto en el caño. Siendo así debió ocurrir de día, por lo cual es casi imposible que en un lugar tan concurrido alguien no haya visto semejante maniobra; hasta ahora no hay un solo testigo que lo corrobore. Y con respecto a las jovencitas acusadas de encubrimiento, analizando los tiempos y los espacios de esa madrugada, físicamente es poco probable armar un libreto perfecto para tapar un dramático suceso. Aun para profesionales es complicado.
Así el caso Colmenares se convirtió en una verdadera novela en Colombia. Pero debe tener desenlace, basado en la verdad y la justicia. No en la imaginación y deseos enfermizos que calan entre tanta gente ávida de picos de emociones, por resentimientos sociales escondidos o la sed de venganza con ciertas estructuras sociales. O en prevenciones absurdas (es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio). El hombre justo no es aquel que no comete injusticia, sino es aquel que pudiendo ser injusto no quiere serlo.
Por la memoria de Luis Andrés Colmenares, solo la verdad desarmará tantos espíritus. Por ello este capítulo no termina como telenovela, muestra la sensatez de la realidad, con las evidencias más cercanas. La misericordia y la verdad coincidieron. La justicia y la paz se mimaron. La verdad saldrá de la tierra, y la justicia mirará desde los cielos. Un acto de justicia permite cerrar el capítulo; un acto de venganza escribe un capítulo nuevo.