¿Colombia es pasión? No, es patética

¿Colombia es pasión? No, es patética

La maldad, el crimen y la burla a la ley en todos los sentidos ya son normales en Colombia

Por: Diego Fernando Meneses Ballesteros
octubre 08, 2019
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¿Colombia es pasión? No, es patética

Hoy en día, después de 20 años de canales privados de televisión en el que sus noticieros al mediodía o en la noche, en las horas justo cuando los televidentes almuerzan o cenan, nos han bombardeado con videos de impacto inmediato acerca de robos, fleteos, “rompevidrios” y demás, hoy en día, decía, lamentablemente, podemos tomar los alimentos sin sentir la más mínima sensación de asco sobre lo que pasa a nuestro alrededor.

La clase política a través de los medios masivos de comunicación se dieron a la tarea exitosa de hacerle creer al televidente de que la realidad es como es, y no hay nada que se pueda hacer al respecto. La prueba más evidente de esto es que en otros países los ciudadanos sí son capaces de salir a protestar, y con éxito, respecto de medidas tan injustas (en Colombia) como el precio de la gasolina. Aquí no pasa nada.

Hace pocos días nos indignábamos con el oso hecho por el pseudopresidente Duque ante la ONU, en la que se mostraba un “dossier” de “inteligencia” respecto a la presencia del ELN en Venezuela. Si bien es de todos conocido este hecho, lo que pasó ante la ONU deja entrever que somos un Estado paria en el que ni siquiera la Inteligencia Militar es capaz de hacer bien la tarea. Al conocer la noticia, no pude menos que pensar en la ética hoy en día en boga en la educación básica y media de “copiar y pegar” (sin perjuicio de lo que se puede decir de la compra y venta de trabajos de grado en la educación superior…). Todo lo cual nos muestra de qué está hecha la cultura colombiana.

Si este estupor nos ponía a clamar a algunos “quiero cambiar de país ya”, lo que vendría luego era el “¿se puede dejar de ser colombiano ya?”. Aida Merlano se escapaba de la forma más vulgar y fácil de su reclusión por delitos electorales.  Colombia es patética. Hace unos años, en la era Uribe, se rezaba el mantra “Colombia es pasión”. Hoy en día no cabe esto. Colombia es patética. Colombia es corrupta hasta la médula. Pasarán muchos meses antes de que se esclarezca la verdad, y de pronto muchos meses más  antes de que vuelvan a recapturarla. Pero el modus operandi deja ver que en todos los segmentos la corrupción es la regla y no la excepción. Desde los guardias del Inpec implicados hasta la candidata al concejo de Cartagena que elogió la fuga “por motivos de amistad” ("¿recuerdan a René Higuita diciendo que volvería a visitar a Pablo Escobar en la Catedral “por motivos de amistad?”),  todos nos indican que la trampa es la regla hoy día en Colombia y no la excepción. Es indignante y desmoralizante. Y lo peor, políticos de alto nivel es bastante probable que hayan estado también involucrados en el hecho y si no, ¿quiénes son los que mueven los hilos debajo de la mesa?

Cabe indicar aquí algunas cosas ya conocidas por la opinión pública, y que se resaltaron los días siguientes a la fuga de la susodicha. Las cárceles no son centros de resocialización de los infractores. Todo lo contrario, son escuelas en las que los reclusos se hunden más en el mundo del hampa, y en las que los guardias civiles del Inpec terminan involucrados. El Inpec debe acabarse y la vigilancia de las cárceles debe entregársele a una fuerza conjunta militar y de policía. Se deben construir por lo menos una veintena más de cárceles para desinflar los indicadores de hacinamiento en las ya existentes, así como para recibir a todos aquellos que siguen y siguen delinquiendo. La casa por cárcel se debe abolir. Los brazaletes son de risa para el sistema. Es necesaria una inmensa reforma al sistema de garantías para que todo el trabajo policial y de CTI no se vea empañado por libertades espurias de los jueces. La rama judicial es una de las que más necesita de reforma y de presupuesto para que pueda ofrecerle a la ciudadanía efectivamente una justicia que garantice el disfrute de derechos y el cumplimiento de deberes.

Pero es necesario más. La filosofía penal en Colombia reza que el infractor es capaz de resocializarse y la evidencia muestra que no es así. Es más: termina el Estado protegiendo más y mejor los derechos de los victimarios que ni de las propias víctimas. Eso no es Justicia. Un Estado de derecho sólido debe proclamar el principio de reciprocidad entre vinculantes del contrato social para que los derechos prevalezcan. En otras palabras, para que yo pueda exigir mi derecho a la vida, por ejemplo, debo respetar y ayudar a garantizar el derecho a la vida del otro. Si yo no lo hago, en un caso de homicidio doloso, por ejemplo, mi derecho debo perderlo. Lo mismo aplica para otros delitos de gravedad y alto impacto social como las violaciones a menores de edad. Para decirlo brevemente, la pena de muerte y la cadena perpetua deben volver (o ingresar, si no lo habían estado) al sistema penal en Colombia.

Delitos como el narcotráfico. Delitos como los de corrupción. Hace unos pocos días también se reveló una conversación de unos candidatos en algún departamento de la costa atlántica en el que se dejaba ver como Alejandro Lyons, ya condenado por varios casos de corrupción, seguía mandando desde otro país. Para nadie es un secreto que el narcotráfico es el principal combustible de la violencia rural que aún después del proceso de paz con las Farc pervive hasta nuestros días.

No somos Dinamarca, estamos en Cundinamarca. Solo a través de medidas tenaces (por supuesto, fortaleciendo a su vez el aparato judicial y el aparato investigador de tal forma que los casos y sentencias para tales medidas descansen en la verdad completa) como las mencionadas arriba se podrá quebrar el espinazo de la tendencia a la degradación moral y cultural del país.

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