Los libros forrados con una pasta dura color negro y rojo en los que está la evidencia de que Gustavo Petro fue un bachiller sobresaliente están en el mismo escaparate metálico de color gris en el que también se guarda el registro de notas del nobel Gabriel García Márquez. Las calificaciones están guardadas celosamente en el fondo de la secretaría académica del colegio La Salle de Zipaquirá, un espacio de dos oficinas puesta desde siempre en el primer piso de la vieja edificación, donde manda doña María Cristina Chávez desde hace 15 años, y quien conoce de memoria la ubicación del archivo de cada alumno.
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El escritor y el político estudiaron en el mismo colegio con una diferencia de 30 años. Gabo se graduó a los 19 en 1.946 cuando La Salle se llamaba Liceo Nacional de Varones. Gustavo Petro, quien por estos días aspira nuevamente a ser presidente de Colombia, obtuvo el diploma de bachiller en 1.976, a los 16 años. No solamente los une el mismo colegio, también una marcada y sostenida ideología política de izquierda. Ambos, según lo cuenta la vieja historia de Gabo y la más reciente de Petro, eran frecuentes visitantes de la biblioteca del Colegio. El escritor devoró allí miles de páginas por inquietud literaria. En ese mismo lugar Petro conoció decenas de escritores, entre ellos al mismo Gabo, también por interés; pero muchas veces se encerraba allí para embolatar las medias nueves. No todos los días tenía plata para comprar la Pepsi-Cola con roscón, merienda tradicional de aquellos días.
Gustavo Petro tenía once años cuando entró al colegio Nacional San Juan Bautista de la Salle de Zipaquirá, una institución pública administrada y dirigida por sacerdotes de la orden Lasallista desde 1.954. Su papá, con quien comparte el nombre, era profesor en la normal de aquel pueblo. Eso le aseguró la opción de un cupo que terminó ganándose con un buen examen de admisión que superó sin esfuerzo. La dedicada educación intelectual que su padre le impartió desde pequeño siempre ha sido notoria en él. Sus excompañeros de clase lo recuerdan como el más inteligente del colegio. Nadie pudo quitarle la mención de honor ni el primer puesto durante los seis años que estudió en La Salle, así lo cuenta Mauricio Cancino, un abogado de la Procuraduría que estudió con Gustavo Petro durante todo el bachillerato.
El hoy candidato llegó a Zipaquirá siendo un niño. Su papá, nacido en Cereté, un pueblo de Córdoba, llegó a Bogotá en 1958, a sus 24 años, –como todos los foráneos– buscando futuro. El matrimonio con Claudia Nubia Urrego, un año después, lo llevó a dejar a un lado la carrera de Ingeniería Civil. Para mantener a su familia logró colocarse como docente en la normal de Zipaquirá, pueblito vecino a Bogotá donde terminaron viviendo. En unas vacaciones al municipio Ciénaga de Oro, en Córdoba, en 1960, los Petro Urrego vieron nacer a Gustavo, quien muy chiquito regresó con sus padres a la fría Zipaquirá.
La familia se instaló en una casa sencilla de una sola planta que todavía hoy conserva su arquitectura, las viejas tejas de zinc y las claraboyas de vidrio que pareciera nunca las hubieran cambiado. En aquella casa de numero 9-30 que hoy es de color curuba, levantada en los años 60 sobre la transitada y comercial carrera octava, actualmente hay una fábrica de muebles. La casa aún conserva el piso descolorido de baldosa antigua. Aunque los marcos y las puertas de madera están repintadas no esconden todos los años que tienen encima y hacen imaginar el vivir de la familia de Petro en aquella casa ubicada a tres cuadras del colegio La Salle, a donde Gustavo y su hermano Fernando tenían que llegar a las 7:00 de la mañana y de donde salían faltando unos cuantos minutos para la hora.
Por aquellos años 60 el colegio masculino La Salle lo dirigía el estricto hermano Pedro Cárdenas. El religioso rector se paraba en la puerta a revisar que sus alumnos tuvieran bien puesto el uniforme, lustrados los zapatos y el cabello muy bien cortado. El joven Gustavo Petro no tuvo problema alguno con esas directrices. Su rebeldía social empezaría unos años después, pero esta no rayó contra los lineamientos del colegio mientras fue alumno de los curas, quienes fueron importantes en su formación religiosa y filosófica. Hoy el colegio, de casi dos mil alumnos, está en cabeza del rector Mauricio Maldonado, un religioso que esconde muy bien sus 50 años y aficionado al mago Harry Potter.
Petro se graduó como bachiller junto con 69 jóvenes más. Algunos de ellos, entrevistados para este texto, coincidieron en decir que durante su paso por el colegio La Salle, desde 1.971 hasta 1.976 no conocieron alumno más inteligente que él. Sus calificaciones que están en el anaquel metálico que custodia doña Cecilia, la secretaria académica, lo confirman. En la única materia en la que sus notas eran un poco más bajas era en religión. No había quien le ganara en matemáticas ni en física ni química ni en ninguna otra. Fue uno de los mejores Icfes de su promoción en Colombia, de 400 puntos posibles sacó 398., que le abrió las puertas para entrar becado a la Universidad Externado. A los 22 años, se graduó en 1.982 como economista aunque su entusiasmo iba por otro camino: el M-19 para cambiar el país.
Aunque Gustavo Petro intentaba no posar de intelectual en el colegio, era imposible quitarse de encima su fama de sabelotodo. Las gafas de gran aumento, lente verdoso y de marco grueso color negro, que casi siempre estaban sin una de las patas, pues tenía la mala costumbre de morderlas hasta dañarlas, eran rasgo de su buen ingenio. También lo era su elocuencia para debatir con cortos argumentos en salones de clase, especialmente en filosofía que dictaba el profesor Salvador Medina, hoy sacerdote y gran amigo suyo, quien acompañó sus primeros acercamientos tanto a la disertación existencial, a las humanidades y a la espiritualidad católica.
Dicen de él que aun cuando era el que más sabía en las clases, siempre fue generoso y solidario con sus compañeros. Llegaba temprano al colegio para que sus amigos copiaran de sus cuadernos las tareas del día. –Cuando no entendíamos una lección, Gustavo nos dedicaba el tiempo que fuese necesario para explicarla. Algunos le aprendían y otros quedábamos más locos porque, aunque tenía el conocimiento de sobra, su manera de explicar no era muy fácil de entender–, dice otro de sus compañeros.
Como buen alumno Gustavo Petro se volvió en el consentido de todos los profesores. Uno de sus docentes de trigonometría, al que le gustaba el trago y la fiesta, de quien no dicen el nombre, lo ponía a dictar la clase cuando llegaba enguayabado y trasnochado. Aunque era callado y un poco ensimismado, sus compañeros lo respetaban. Petro se volvió en el líder académico y el pilo amigo de todos. Desde muy joven, tal vez desde el cuarto grado de bachiller, las causas sociales y la política internacional le empezaron a llamar más la atención. Eran su tema de conversación preferido. –En las clases de sociales y filosofía empezó a ser más activo y su inclinación por el bienestar colectivo se incrementó –lo repite, una y otra vez el hoy abogado de la Procuraduría. –Todos sabíamos que Gustavo estaba para cosas grandes –lo dice Cancino desde su casa en Cajicá.
Mauricio Cancino recuerda que la primera vez que Gustavo Petro lideró una protesta tenía 16 años. No lo hizo por su beneficio ni mucho menos por necesidad. Acompañó durante dos días frente a la puerta del colegio a sus compañeros de once, porque el profesor de química, Antonio Cubides, los había rajado a casi todos con un examen muy difícil. Aquella mayoría perdería el año. Petro no estaba incluido ahí. Él tenía asegurada la graduación. Pero su ya marcada pelea contra las cosas injustas lo llevó a protestar al lado de sus amigos para que el examen fuese repetido en condiciones más equitativas. La insistencia de los estudiantes y los planteamientos bien argumentados liderados por el joven Petro Urrego y otros más lograron la repetición del examen.
Un año después de que Gustavo Petro saliera del colegio se da su ingreso incógnito al M-19, el grupo guerrillero que nació en 1.970 tras el robo de las elecciones presidenciales al General Rojas Pinilla, el presidente que le entregó el Liceo Nacional de Varones a los hermanos Lasallistas en 1.956 y lo convirtió en La Salle de Zipaquirá.
Las instalaciones del colegio La Salle, no han cambiado mucho desde que fue construido a finales de los años 60. Los salones de ocho metros de largo por siete de ancho siguen teniendo el mismo piso de madera de hace seis décadas. En las paredes, a lo largo de los anchos pasillos, por los tres pisos del viejo edificio de ladrillo, están colgados sin algún orden los gigantes anuarios de las distintas promociones. El anuario de 1.976, el de Gustavo Petro, está en la esquina izquierda del segundo piso del edificio. Por estos días frente a este cuadro histórico hacen romería varios estudiantes. Les gusta saber que uno de los alumnos del colegio puede llegar a ser presidente del país. Sus profesores, como motivación, se los recuerda a menudo. A los alumnos y a los docentes y a también a los directivos les gusta tener ese reconocimiento, tanto como el que les da que el más grande escritor colombiano haya sido también lasallista.