Valledupar recibe una brisa fresca. Parejas elegantes, matronas, hacendados, funcionarios y personalidades de la sociedad vallenata asisten a una velada especial en el marco del festival vallenato 2001. Los asistentes evocan anécdotas del certamen y súbitamente quedan en silencio cuando el anunciador oficial anuncia la presencia de Colacho Mendoza y Leandro Díaz, dos leyendas que parecen etéreos en sus blancos liquiliquis mientras saludan desde la tarima.
El fotógrafo Alberto Urrego, dedicado profesional de la lente,curtido en eventos deportivos como el Tour de Francia, trata de capturar una faceta de Colacho que transmita su esencia, su secreto musical. Mendoza permanece serio, se limita a levantar su mano y vuelve a la concentrarse en el acordeón, mientras el cantante Ivo Díaz saluda a la concurrencia.
Más que una presentación, estamos a punto de presenciar un ritual, una ceremonia entre los juglares y los amantes del folclore vallenato. César Muñoz, el riguroso periodista, investigador compositor del tema Rey 69 en homenaje a Colacho, hace anotaciones de prisa en su libreta, mientras Colacho Mendoza suelta la primera nota en su instrumento rizado.
Las poderosas manos de Nicolás Elías sobre el acordeón, el gesto ensimismado de Ivo Luis, quien con los ojos cerrados, entona los preciosos versos de Matilde Lina y la silente expresión de su compositor Leandro Díaz, ocupan la atención del estudioso César Muñoz y del centenar de asistentes a esta “misa” vallenata.
Ha terminado la primera canción. Los meseros recorren el gran patio del club, con un cascabeleo de cristales, copas y vasos en los que se han servido licores ambarinos. “Es un alboroto propio de las parrandas, como apunta Muñoz, olorosas a Old Parr y teñidas de amanecer bajo gigantescos palos de mango".
El locutor anuncia Zunilda, tema que hiciera famoso a Colacho y Diomedes Díaz. “Póngale cuidado al solo de acordeón —me dice Muñoz— ese pase de Colacho es único". Los demás espectadores saben del momento especial que representa la intervención en solitario del acordeonero y se arraciman buscando estar más cerca del escenario.
Colacho se concentra digitando los botones de su acordeón vallenato, Ivo Luis observa y los asistentes callan. Surge entonces de la caja musical, una maravillosa magia sonora, perfecta fusión de pitos y bajos, una melodía que parece abarcar los sonidos de todas las flautas de los músicos más añejos, en su fase aguda y en el tempo de los tonos bajos, Mendoza evoca con maestría, acordes de los pretéritos armonios que reposan en las iglesias centenarias.
Las pulsaciones del acordeón se traducen en aplausos y en pañuelos blancos, la gente corea el nombre de Colacho, el hombre enigmático que parecía haber nacido con el sombrero puesto, el gran estandarte de Diomedes Díaz, el acordeonero que fue capaz de derrotar al mítico negro Alejo, el digitador de los bellos pases en Zunilda, el músico que desde hace 16 años inició su tránsito a la leyenda.