Hay neuróticos o psicóticos en extremo que quieren de verdad la guerra, son pocos. También hay algunos “cuerdos” que quieren la “guerra controlada”, entre los cuales están los negociantes de armas y algunos jugadores de Wall Street o de algún otro centro financiero. Además, entre los locos hay mucho “anunciador del apocalipsis”, cristianos uno o marxistas otros. “Solo un gran desastre salvará a la humanidad” dicen en forma premonitoria.
Hay otros que utilizan la guerra en forma de amenaza, ya sea para asustar, presionar, manipular y engañar. Son los que van de las retóricas de la guerra a las guerras de retórica. Viven de ambas y cada cierto tiempo anuncian intervenciones armadas o alertan que el otro va a invadir. Necesitan el enemigo externo para generar solidaridad interna y ayudan a generarlo para mantener credibilidad. De esos hay en todos lados y de todos los colores.
Desde la elección de Chávez en Venezuela ronda la sombra del lobo imperial. Y efectivamente en el imperio, Venezuela y Colombia existen anticomunistas, anticubanos y antichavistas que sueñan con esa guerra de “intervención humanitaria”. Unos la piden abierta e impunemente mientras otros están a la espera que Trump la ordene o que Maduro cometa alguna imprudencia, pero no se preguntan por qué hasta ahora no lo han hecho.
En toda Latinoamérica algunas personas de izquierda, consciente o inconscientemente, también quisieran ese tipo de intervención armada del imperio sobre Venezuela. Sueñan con desencadenar una resistencia heroica que se parezca a la gran gesta del pueblo ruso de 1918-21, o la de los chinos en 1937-45 contra la invasión japonesa. Y si no es tan grande por lo menos quieren emular lo de Bahía Cochinos en Cuba en 1961. Es su gran ilusión.
Pero no han revisado bien la historia. El imperio estadounidense nunca ha realizado una intervención armada directa sobre una nación si no encuentra dos condiciones mínimas para hacerlo: que esos países o pueblos estén divididos internamente (Vietnam, Corea, Irak, Afganistán, Libia, Kosovo, etc.) o que sean tan débiles que su intervención logre los objetivos en muy corto tiempo y sin grandes costos (Granada, Panamá y otros).
Además, el gigante del norte también han intervenido en forma indirecta a través de golpes de Estado usando cúpulas militares y corruptas de esos países para derrocar presidentes o movimientos demócratas o revolucionarios. En unos casos lo lograron (Guatemala, Indonesia, Chile, Paraguay, Honduras, etc.), en otros fueron derrotados (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, etc.).
Por otro lado, en otros países también lo habrán intentado pero abortaron, no sabemos por qué. En Colombia asesinaron a Gaitán (1948) en alianza con la oligarquía colombiana y provocaron una violencia que consiguieron instrumentalizar y manejar a lo largo de seis (6) décadas, y que les permitió aprender a realizar otros tipos de guerras de “intervención humanitaria” sin untarse las manos en forma abierta. Son las que desde 1990 realizan en Kosovo, Siria, Ucrania, Sudán, Yemen y tantos países y regiones. Son guerras desestabilizadoras que no tienen una meta expresa, pero sí tiene objetivos estratégicos y oscuros de largo plazo.
Volviendo a la actualidad de Venezuela y Colombia podemos afirmar en forma categórica que Trump no está interesado en intervenir en forma directa en Venezuela, y que Maduro y Duque no tienen cómo hacer una guerra de verdad. No son ni Irak ni Irán. Colombia y Venezuela viven una situación económica, social y política muy similar, y no pueden ni con ellas mismas. Trump usando “fuegos artificiales” lo que ha venido es aplazando o desactivando conflictos armados y si hace retórica de guerra contra Venezuela es para mantener a los Rubios, las Ros-Lehtinen y Cía bajo su mando con el fin de neutralizar enemigos republicanos y demócratas, y ganar las elecciones de noviembre/2018.
A quienes les sirve la retórica de la guerra es a Maduro y a Uribe. Con ella engañan a supuestos patriotas que no se dan cuenta de que cada uno de estos personajes en su respectivo país lo que ha hecho es entregar las riquezas nacionales a los poderes imperiales del mundo (allá a rusos, chinos y en menor cuota a gringos y europeos, y acá a gringos y españoles), pero también a mafias de todos los pelambres de su círculo cercano o familiar. El uno, con la retórica “anti-imperialista”, y el otro, con la cantaleta “anticastrochavista”.
Duque lo sabe muy bien. Por ello, con “nadadito de perro” poco a poco se aleja de ese ambiente de retórica guerrerista. Hoy su ministro de Defensa lo dijo con toda claridad: “no hay con qué comprar armas antiaéreas”. Lo que hace falta es que las fuerzas democráticas colombianas confíen más en su propia fuerza y, con total autonomía e independencia le “cojan la caña” a Duque y lo empujen por caminos menos escabrosos. El “pobre hombre” no genera ni lástima, no da pie con bola, y realmente hay que recogerlo.
Santos le dejó la olla raspada, Trump lo presiona por las 200 mil hectáreas de coca heredadas, los vivos que nombró en su gobierno quieren seguir robando de frente, no puede incumplir los acuerdos de paz más de lo que incumplió el gobierno anterior y sin embargo tiene que hacer apariencia de que puede gobernar este ingobernable país. Y así y todo, cree que decomisando la “dosis mínima” está enviando un mensaje de fuerza. Pocos le creen.
En esas circunstancias no creo que las fuerzas democráticas piensen en “tumbarlo”. Eso sería una torpeza, un suicidio y una ayuda para los verdaderos guerreristas. Pienso que se debe pensar en una estrategia de “grandes quilates”, con talla de visionarios y estadistas. Creo que hay que arriesgarse a construir un verdadero “pacto sobre lo fundamental” para poder aislar la cizaña del grano. Duque –aunque sea con su estilo ladino– ha estado enviado mensajes de auxilio y nada se pierde en “cogerle por la palabra”. Si avanza nada perdemos y ganamos todos, si no rompe con el pasado, avanzamos nosotros.