Codicia de gobernantes (II)

Codicia de gobernantes (II)

En esta segunda entrega se aborda la avaricia de algunos personajes de las tres principales religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo y el Islam

Por: Orlando Solano Bárcenas
mayo 18, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Codicia de gobernantes (II)
Alegoría de la avaricia, óleo sobre tabla de Flemish School. Museo Roerich, Nueva York. Colección privada.

La codicia o pleonexía en tanto que enfermedad individual y/o social ha sido objeto de estudio y casi siempre de condena por diferentes religiones, filosofías y concepciones del mundo; son los casos del pensamiento judeocristiano y el islam.

Ver: Codicia de gobernantes (I)

Estudiada la pleonexía de los gobernantes y la censura que recae sobre ellos en el pensamiento grecolatino, en la presente nota ciudadana se estudiará la condena de la codicia y avaricia de gobernantes en las tres principales religiones monoteístas: el judaísmo (i); el cristianismo (ii); y el Islam. Basándonos para ello, esencialmente en los textos considerados por como “sagrados”.

Condena de la pleonexía en el Antiguo Testamento

En las Escrituras hay muchas alusiones a la riqueza y a la pobreza. Dios le daba riqueza sobre todo a su pueblo, el judío. Por ejemplo a Salomón, el rey más rico de la tierra; a David, Abraham, Jacob, José, Josafat y otros más. Sobre la pobreza dice la Biblia que ella solo desaparecerá con la llegada del Reino, mientras tanto es algo que debe escandalizar porque ella afecta a todo el grupo en su conjunto porque en él, todo es de todos en estado de fraternidad. Por lo menos así fue mientras estuvo en peregrinación en el desierto. Ya asentados sobre las tierras de Canaán, surgió el ánimo de acumular riquezas en violación del décimo mandamiento y abandono de la frugalidad inicial; también, por el olvido de la condonación de deudas del “Séptimo Año” y de la liberación de esclavos a fin de evitar el empobrecimiento general de la población y el subsiguiente endeudamiento de las generaciones posteriores. La fijación territorial les aumentó a los ricos el deseo de acumular y de volverse latifundistas, lo que se extendió a varios de gobernantes del pueblo de Israel.

La pobreza puede ser un castigo surgido del pecado original. También puede ser castigo directo de Dios por la iniquidad de una sociedad o ser fruto de la pereza. En castigo, Yavé puede enviar pestes y otras calamidades. Pero sin fatalismo puesto que se le deja al hombre la capacidad de superar la pobreza, protegido por la justicia. El rico debe pagar los jornales a sus trabajadores y no dejarlos en el rebusque. Igual para con el extranjero. Los sacrificios ofrecidos por los ricos a Yavé debían ser más generosos que los de los pobres. De no ser así caería sobre la población la desgracia, sobre todo a los más ricos a quienes juzgará con mayor severidad, de manera colectiva o personal.

Es el caso del rey David, que se prestó para la pérdida de los valores tradicionales al afianzar una monarquía basada en el ejército, la guerr  y los impuestos. Samuel, le censuró esta pleonexía. Lo mismo hicieron otros profetas con otros reyes codiciosos: Ajías de Silo con Jeroboán, Eliseo con Jehú, Elías con Acab. Escandalizados con la pérdida de los valores del pasado y los compromisos con la Alianza, los profetas defienden a los débiles del comercio fraudulento, la acumulación de tierras, la arbitrariedad de los jueces (“¡Ay de los que abusan de la justicia y la echan por tierra¡”), la esclavitud, el despojo de los bienes de los pobres. Condenan a los funcionarios rateros que no respetan el derecho y no defienden las causas de los pobres. Jeremías e Isaías fustigan a los ricos expoliadores y le piden a Yavé que desate sobre ellos su cólera. En la riqueza ven un posible salto fácil a la soberbia, pecado que destruye los nexos de la comunidad por el afán desmedido de riqueza, factor de iniquidad, mentiras y pecado que trae el condigno castigo. Sobre todo, a los gobernantes codiciosos.

Poco a poco “pobre” adquiere la connotación de “justo” con relación al opresor porque este le arrebata al menesteroso sus bienes, alejándose de la Alianza. El expoliador atenta contra los pobres, mancha sus rostros, les despoja de sus casas y viñas, lesiona la soberanía del reino de Israel. Yavé se inclina entonces por los pobres y prohíbe a los ricos venderlos por un par de sandalias, aplastarlos y profanar sus derechos porque los pobres son seres vivientes y concretos. El Mesías juzgará con justicia al humilde y con equidad a los pobres y con parénesis los conminará a no abusar de ellos: “Nunca dejará de haber pobres y es por eso que siempre debes abrirles tus manos, porque están necesitados y son indigentes”. En el año de remisión de créditos y de esclavos harás esto: No les cobrarás intereses en los préstamos, no les retendrás sus salarios, pagarás la obligación trienal del diezmo a favor de los pobres

La opresión y la injusticia de los ricos y poderosos es injusta. Ellos desean tenerlo todo porque son codiciosos y se comen las vacas gordas y les dejan a los pobres las flacas; además de humillarlos y agobiarlos. Los explotadores son vacas de Basán, opresoras y maltratadoras de los débiles con sus leyes inicuas y tiránicas que no permiten a los pobres, al desvalido y al huérfano arrimarse a los tribunales y poder defender sus derechos o librarlos de sus deudas o de las garras del impío. El rey que hace justicia a los humildes hace firme su trono para siempre. El rey justo reconoce el derecho de los pobres. Pero al impío como ellos no le importan, le caerá la cólera divina. El que da al pobre se lo presta a Yavé. El rico corre detrás de Mammón. El pobre, por el contrario, es cliente de Dios, su prójimo.

Job fustiga a los ricos y defiende a los pobres apelando a la justicia divina: los malvados ruedan las cercas, roban el ganado y el asno del huérfano, le quitan a la viuda su buey, los pobres deben salir acuciados por el hambre de sus hijos a segar y vendimiar en el campo del impío y se mojan. De la ciudad salen gritos de los moribundos y piden socorro los oprimidos. Como la sangre de Abel, la voz del pobre clama al Señor: No arrebates al pobre su sostén, no le des la espalda al indigente ni al hambriento, no difieras socorrerlos, no desdeñes al suplicante, no apartes los ojos del mendigo porque si haces esto te maldicen en la amargura de su alma y su Hacedor la escuchará porque es tu víctima. 

La ley de la “Retribución” está presente en el judaísmo: el que abusa de su riqueza será castigado por Yavé en vida o cuando llegue el Mesías porque la riqueza mal habida o mal repartida está emparejada con la maldad. Pero, el pobre debe esforzarse y salir de la pereza, el ocioso se empobrecerá. El justo triunfa en todo lo que emprende. La generación de los justos será bendecida. Y habrá en su casa riqueza y bienestar. El menesteroso puede ser tentado por el deseo de robar y el que tiene demasiado puede caer en el orgullo. Lo mejor es el término medio, ni mucha pobreza ni mucha riqueza que desfavorezca la virtud.

Los juicios del Señor son más deseables que el oro fino, más dulces que la miel y el destilar del panal. Mejor es para mí la ley de tu boca que millares de piezas de oro y plata. El temor de Dios es tu tesoro. Atesora los mandamientos del Señor y no plata porque en la casa del justo hay mucha riqueza, pero en las ganancias del impío hay turbación. Que el Señor recompense tu obra y te remunere. El Señor pagará a cada uno según su justicia y su fidelidad. El Señor me ha premiado conforme a mi justicia, conforme a la pureza de mis manos me ha recompensado. Dale de comer y de beber a tu enemigo porque el Señor te recompensará. Pero te castigará si les haces mal o los persigues.

Sobre la destrucción de Babilonia dice el Apocalipsis “en una hora serán consumidas tantas riquezas”. He de temer a los que se jactan de la abundancia de sus riquezas. El hombre que no quiso hacer de Dios su refugio sino que confió en la abundancia de su riqueza se hizo fuerte en sus malos deseos. El que confía en sus riquezas caerá, pero los justos prosperarán como la hoja verde. No se gloríen de su riqueza los poderosos ni los ricos porque el Señor les hará justicia sobre la tierra. Vil ciudad por haber puesto tu confianza en tus ganancias y en tus tesoros serás conquistada. En la casa del justo habrá mucha riqueza, pero en las ganancias del impío hay turbación. El salario del justo es vida, la ganancia del impío, castigo. Si el que acumula con codicia y guarda con avaricia es gobernante, peor le irá.

Hay quien pretende ser rico, y nada tiene; hay quien pretende ser pobre, y tiene una gran fortuna. El rescate de la vida de un hombre está en sus riquezas, pero el pobre no oye amenazas. Mejor es lo poco con el temor del Señor que gran tesoro y turbación con él. Mejor es un plato de legumbres donde hay amor, que buey engordado y odio con él. Porque Yavé observa que aun los sabios mueren; el torpe y el necio perecen de igual manera, y dejan sus riquezas a otros. Sí, como una sombra anda el hombre; ciertamente en vano se afana; acumula riquezas, y no sabe quién las recogerá.

En resumen, en el Antiguo Testamento se incurre en una conducta expresamente condenada por la Torah, por partida doble: la de favorecer al rico por rico, y la de desfavorecer al pobre por pobre (Levítico 19: 15). En el caso de los gobernantes codiciosos, el castigo será más severo.

Condena de la pleonexía en el cristianismo

Para el cristianismo la codicia y la avaricia pueden ser pecados capitales que impidan la salvación al momento del Juicio Final. El ideal de vida cristiana es la sencillez y la frugalidad. Dijo Cristo: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al reino de los cielos”. La pobreza, junto al trabajo (en veces considerado un castigo) son más las veces que son ensalzados que castigados, hay entonces cierta preferencia por los pobres a quienes les será más fácil entrar al seno de Abraham. En esto se separa del judaísmo, mucho más defensor de la riqueza en los términos vistos. Pero, se acerca más al ideal grecorromano clásico, que condena la riqueza excesiva y ostentosa; posición adoptada por Platón, Diógenes, Séneca y Cicerón al interior de sociedades esclavistas que minusvaloraban el trabajo manual y plusvaloraban el trabajo intelectual.

La dignificación del trabajo trajo la crítica cristiana de la pobreza impuesta por medio de la injusticia y la exaltación de la solidaridad. Para el gobernante es un deber ético ayudar al desvalido no solo como simple caridad sino también como deber social. El codicioso no es solo un enfermo de avaricia sino también un pecador que falta a la caridad. Los pastores de Belén adoraron al niño primero que los ricos Reyes Magos. La codicia se asimila a la idolatría, adoración a Satanás. La casa de Dios es casa de oración y no cueva de ladrones, por eso Jesús expulsa a los mercaderes. Nadie puede servir a dos amos, a Dios y a Mammón, la riqueza y la avaricia, si adoras al Dinero ganarás el mundo entero pero perderás tu alma. Y, frente al gobernante: Al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios porque su reino no es de este mundo. El que tenga mucho y renuncie a la riqueza tendrá su trono en la eternidad y podrá juzgar (¿al rico despiadado?) porque los últimos serán los primeros y estos los últimos y al viñador de la última hora se le dará igual que al de la primera. Pero, al inútil se le quitará todo lo que tiene y crujirán sus dientes en medio del llanto. En cambio, al generoso que dio de comer a uno de los más pequeños, los más numeroso, se le dará el cielo y al que no el fuego eterno del diablo y sus malos ángeles.

Jesús no rechazó de plano al rico, sino al rico codicioso y avaro; Jesús dio pruebas de generosidad al transformar la escasez en abundancia, en ágape a través de practicar el compartir en comunión y quitarles el hambre a los hambrientos y a los humildes los ha exaltado; les ha dicho bienaventurados porque han tenido hambre y serán saciados y serán recompensados en el cielo. Pero “Ay de los ricos porque ya tienen pero todo lo perderán”, a los poderosos les serán quitado sus tronos y los ricos serán despedidos con las manos vacías y tendrán hambre por no haberse guardado de toda forma de avaricia y haber convertido su vida en solo sus bienes.

El rico insensato es codicioso y avaro porque nunca se sacia, considera que no tiene suficientes graneros para guardar sus riquezas no compartidas sino para saciarse él solo comiendo y bebiendo con molicie y en jolgorio porque el que acumula tesoro para sí y no es rico para con Dios lo perderá todo. El codicioso solo se preocupa en el comer y el vestir ignorando que la vida es más que el alimento; así son ciertos pueblos del mundo que también olvidan el reino de Dios y solo buscan ansiosamente la riqueza sin saber que en el reino de Dios todas las cosas les serán añadidas. Ricos insensatos, vended vuestras posesiones y dad limosnas porque vuestras bolsas se deterioran y pueden ser robadas o destruidas por la polilla pero, el tesoro del cielo no se agota.

El que se ensalce será humillado y el que se humilla será ensalzado. El que ofrece solo banquetes a sus vecinos ricos o a su parentela sin compartir con los pobres, mancos ciegos no será bienaventurado ni recompensado en la resurrección de los justos. El hijo pródigo también será recibido, igual que el que siempre estuvo al lado de su padre.

El rico epulón –como Puigdemont- que niega al pobre hasta las migajas que caen de su mesa no entrará al seno de Abraham sino al Hades donde sufrirá la llama eterna en eterna agonía, en cambio el pobre Lázaro conocerá la gloria de Dios. Zaqueo, el rico recaudador de impuestos, por haber sido generoso en dar a los pobres la mitad de sus bienes y hasta el cuádruple si hubiese defraudado a alguno, será anfitrión de Jesús y de su gloria. El orgulloso y el codicioso olvidan que la “el amor al dinero está en las raíces de toda clase de mal”. Por el contrario la caridad es buena dado que Cristo siendo rico se hizo pobre por amor a los necesitados, la pobreza de Él los enriquece.

Para el cristianismo la codicia y la avaricia, son pecados. Si ellas se dan el gobernante, pasan a ser radicalmente mortales. En el Islam, otra forma del monoteísmo esencial judaico, la codicia y la avaricia también son pleonéxicas.

Condena de la pleonexía en el Islam

El islam tiene una estructura política particular junto con su propio estilo de vida. Posee la 'aqida o firme creencia que contiene tanto los aspectos espirituales como los sociales para regular las relaciones del ser humano con Alá, las relaciones interpersonales de los seres humanos y las relaciones sociales, económicas y políticas derivadas de la vida aquí y ahora. Existencia temporal y vida espiritual no pueden disociarse. Alá ata y une el acto de legislar y juzgar en los asuntos de la vida diaria.

Mahoma, el profeta, realizó su función profética dedicándose a legislar, establecer y consolidar una sociedad islámica, que se definiera por su estructura y función. Luego los primeros califas se encargaron de implantar el Islam legislando y juzgando para obligar a los gobernantes a no maltratar o extorsionar a los gobernados en sus personas, bienes y honra. Los poderes faraónicos son censurados por el Islam por su naturaleza “política”. En esta religión no hay separación de la mezquita con el Estado porque ella es el Estado representado por el califa o el sultán. Los musulmanes no temen a nadie sino a Alá.

El Corán enseña que Alá ha creado al hombre en estado de naturaleza, y esta naturaleza primigenia del ser humano es esencialmente noble, sana e inocente. El hombre tiene unas cualidades innatas que son el anhelo de justicia, la generosidad, la compasión, el amor a la verdad, la sinceridad, el valor, la paciencia, la humildad y la cortesía hacia los otros. El pecado es un acto contra sí mismo, contra la propia naturaleza. El hombre que roba por codicia sabe en su interior que con ello se destruye, que está haciendo un mal no solo al otro sino a sí mismo. El orgullo, la vanidad, la lujuria, la ira, la gula y la lascivia ponen al descubierto las propias carencias, las desviaciones propias sin que colmen, pero sí alejan de Alá. El humano es criatura limitada, imperfecto, Todas las criaturas de Dios cometen errores”. Pero, los errores o dolos del gobernante son penados con mayor severidad.

La codicia y su derivado, la avaricia, es pobreza constante por ser búsqueda de los placeres mundanos como la riqueza, el poder y la fama. La codicia esclaviza, trae permanente descontento, nunca satisface, hace proclive a la traición y conduce al infierno. La avaricia y la codicia eliminan la bendición del conocimiento. Quienquiera que sea dominado por la avaricia vivirá en perpetua humillación porque estará siempre listo para sacrificar su honor con tal de satisfacer sus caprichos y avaricia. La avaricia degrada al hombre y ciertamente no incrementa su provisión. Los esclavos caen dentro de tres categorías: un esclavo atado por la servidumbre, un esclavo del deseo y un esclavo de la avaricia. La codicia genera fatiga constante, humillación y falta de confianza en Alá, además de un sentimiento persistente de privación. El codicioso abre la puerta a su pobreza. La avaricia no es sino pobreza constante. Todos estos vicios en cabeza del gobernante, lo pierden.

Los pecados o transgresiones son: codicia, avaricia, lujuria, ira, gula… Pero, no existe el pecado original porque el hombre fue creado en estado de bien. Cada uno es responsable de sus propios pecados y acciones, nadie carga con la culpa de otro y la salvación viene de Dios únicamente .No existe el drama de la pasión y de la redención en el Islam, cada uno es responsable de sus acciones y no existe redención universal, ya que cada corazón contiene todas las posibilidades de éxito o de fracaso espiritual. Luego cada gobernante se hace responsable de sus actos buenos o malos.

El gobierno islámico no es una tiranía porque el gobernante no puede ser arbitrario con los gobernados o sus propiedades ni condenarlos a muerte o enriqueciendo a quien quiere porque ni Mahoma tuvo estos poderes. Es un gobierno constitucional porque los gobernantes están sujetos a ciertas condiciones en las tareas de gobierno y administración del país, condiciones recogidas en el Corán y en la Sunna de Mahoma. Están sometidos a las leyes divinas y Alá es el único Sagrado Legislador. Las leyes islámicas forman el todo del Corán y la Sunna, aceptadas como propiedad real del pueblo. El Gobierno islámico es un gobierno de derecho. La soberanía pertenece solo a Dios, y la ley es Su decreto y orden. La ley del Islam tiene autoridad absoluta sobre todos los individuos y sobre el gobierno islámico. Todos están sujetos a la ley, y así permanecerá por toda la eternidad inclusive para Mahoma, el califa representante de Alá sobre la tierra. El gobierno, en el Islam, significa adhesión a la ley y esta gobierna la sociedad. Ella limita los poderes de todos los gobernantes. Una ley que todos deben obedecer y a la que deben adherirse sin excepción. La ley divina alcanza tanto al dirigente como al dirigido; la única ley válida y de aplicación imperativa es la ley de Dios. La obediencia al Profeta es parte del decreto divino, lo mismo hacerlo con los gobernantes sucesivos quienes también están sometidos a ellas y no deben ser ostentosos ni codiciosos.

El propio Mahoma fue frugal toda su vida, jamás hizo gala de su riqueza o de su poder. Los gobernantes del periodo Omeya cambiaron esto con sus desviaciones y codicia. La mayoría de las formas de corrupción tuvieron su origen en la clase dirigente, la tiránica familia gobernante y los libertinos asociados a ella cultores del parasitismo, la malversación y el despilfarro del tesoro público. El gobernante islámico no debe ser arbitrario con los gobernados, no puede degradar la función. Deben ser sabios o instruirse al lado de ellos, que son los verdaderos gobernantes.

El gobernante debe estar en posesión de una moral y fe excelentes; debe ser justo y estar libre de pecados mayores. La Alianza con Alá no incluye a los impíos, a los opresores ni a los derrochadores del erario. El gobierno de la sociedad islámica debe ser justo y sabio para que no ofenda ni agreda o abuse del cobro de los impuestos. Pero la superioridad de las virtudes espirituales no confiere un incremento de los poderes gubernamentales. El gobierno debe recaer sobre quienes poseen las cualidades de gobierno, conocimiento y justicia. Autoridad significa gobierno, administración y ejecución de la ley; no es un privilegio, sino una grave responsabilidad. El gobernante debe destruir el error”, es decir, todas las leyes e instituciones opresivas e intolerables si no es capaz de ello debe abandonarlas por no ser capaz de establecer el orden justo ni de servir a la humanidad. El gobernante al gobernar solo desempeña deberes cuales dictar la justicia y abolir la injusticia y no adquirir posición o poder político sino liberar al oprimido de las manos de los injustos, los glotones, los vagos, los que sobornan  y los codiciosos.

En el Corán existen numerosos hadices (relatos) llamando a los hombres a luchar contra los tiranos, los opresores y los injustos y contra todos aquellos que pervierten la religión. Todos ellos deben ser inmediatamente destituidos de sus cargos sin importar la rama (judicial, legislativa o ejecutiva) a la cual pertenezcan. Será entonces obligación de los musulmanes poner en pie un yihad armado contra este grupo gobernante. La religión islámica, entonces, lucha abiertamente contra la codicia y la avaricia de los gobernantes pleonéxicos.

Hemos podido observar cómo las tres grandes religiones monoteístas condenan severamente las conductas de latrocinio, expoliación y soberbia de los malos gobernantes.

Sin embargo, esta condena viene de más lejos y podemos verla consagrada no solo en textos religiosos sino también en textos que además de este aspecto espiritual lo hacen desde una visión filosófica con mayor rigor. Es el caso del taoísmo y el budismo como lo veremos en la siguiente Nota, antes de estudiar la pleonexía en la sociedad contemporánea y en la colombiana .

 

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