Octave Lapize estaba más cabreado que contento. El 21 de julio de 1910 se convirtió en el primer ciclista en coronar el Tourmalet, en cuya cima le gritó a uno de los controladores de aquel primerizo Tour de Francia: '¡Asesinos, sois unos asesinos!'.
No era un asesino, pero sí un poco mentiroso Alphonse Steines, el responsable de aquel desvirgamiento pirenaico. El periodista había ido meses antes a comprobar si era factible que el Tour pasara por allí. Había ido en coche y con chófer. A falta de 4 kilómetros, y ante la negativa del último por la nevada, Steines subió el puerto a pie. Medio congelado, puso un telegrama a París:
Atravesado Tourmalet. Muy buena ruta. Perfectamente practicable.
El destinatario era Henri Desgrange, creador de la carrera y director del periódico L'Auto. "El Tour fue un invento de periodistas que querían crear una historia para vender. Su fórmula fue crear una aventura en la que hubiese grandes héroes pasándolas putas", resume Ander Izagirre, periodista y autor de Plomo en los bolsillos (Libros del KO), en el que recorre algunas de las historias más apasionantes de la cara B de la carrera francesa.
El Tour fue un invento de periodistas, una aventura en la que hubiese grandes héroes pasándolas putas
Aunque la acusación de asesinos pudiera tomarse como frase fundacional de la carrera, ya desde el inicio del Tour en 1903 había quedado claro que la cosa iba a estar más cerca de una gymkana medieval que de Verano Azul.
En aquella primera edición la luz de las dinamos de las bicis servía como guía para correr de madrugada. Los vecinos dejaban claro que iban con el corredor de su pueblo tirando clavos y cristales rotos al paso del resto de rivales o directamente frenándoles la bicicleta. A Maurice Garin, primer ganador, le abrieron la cabeza de una pedrada. 'Ganaré si no me matan antes de llegar a París', había dicho.
'Ganaré si no me matan antes', dijo el primer vencedor. Por el camino, clavos, cristales rotos y pedradas a los corredores
Cazuelas de bacalao y muerte en directo
El reglamento no ayudaba. "Estaba hecho a mala uva, el Tour nace apretando las tuercas a los corredores al máximo. Los ciclistas no podían recibir ayuda mecánica y tenían que buscarse la comida y el agua por su cuenta. Era una prueba de supervivencia, pedaleando 20 horas en etapas de 400 kilómetros", ilustra Izagirre.
Otras normas eran directamente absurdas, como la de acabar la etapa tal y como se había comenzado en cuanto a indumentaria y complementos. En 1924, el vigente campeón Henri Pélissier se plantó. Se retiró en la salida después de que viniese un juez a ver cuántos maillots llevaba para asegurarse de que no se quitaba ninguno por el camino.
'¿Quiere saber cómo continuamos? Mire, esto es cocaína, cloroformo, linimento para caballos... ¿quiere ver las pastillas? Corremos con dinamita'
Pero si la organización ponía la ley, los ciclistas la trampa. Y ahí cada equipo tiraba fuerte para su lado. "Había que poner controles en carretera porque algunos ciclistas cogían el tren en mitad de la etapa. A algunos les remolcaba un amigo en coche", afirma Izagirre.
A mitad de camino entre lo berlanguiano y el dopaje orgánico estaba el vizcaíno Vicente Blanco. "Se fue en bici de Bilbao a París", cuenta Izagirre. "Claro, llegó la víspera del Tour ya reventado y no duró ni una etapa. Era un tío ingenioso, siempre con trucos. Anunciaba que corría sin comer, pero luegotenía amigos que le escondían cazuelas de bacalao por el camino".
Para el primer italiano ganador del Tour, Ottavio Bottecchia, 'beaucoup de café, s'il vous plaît' era su único francés. El EPO actual tiene precedentes más directos. La estricnina, cocaína, cloroformo y anfetaminas formaban parte de una dieta relativamente opcional. "Los que corrían antes hacían barbaridades", apunta Izagirre. "Iban de anfetaminas hasta arriba".
'Iban de anfetaminas hasta arriba'
De hecho, los controles antidoping no existieron hasta que lo forzó una tragedia. En 1967, el inglés Tom Simpson comenzaba a hacer eses en la subida al Mont Ventoux. Tras caer al suelo y ser ayudado por el público continuó unos metros pero se desplomó una segunda y definitiva vez. Una mezcla de hipertermia, alcohol y anfetaminas le había reventado el corazón con las cámaras de televisión en directo.
"A dos minutos de morirse estaba pidiendo que le volvieran a subir a la bici". Para Izagirre, "Simpson representa hasta qué punto interioriza un ciclista el sufrimiento".
A Tom Simpson le reventó el corazón con las cámaras de televisión en directo. A partir de ese momento nacieron los controles antidoping
Una tragicomedia popular
Aquella muerte se solapaba en el tiempo a los café raids. Parte del pelotón se ponía de acuerdo, aminoraba la marcha y asaltaba los bares del camino. Los clientes encantados, los camareros mandando las facturas a la dirección del Tour y los ciclistas volviendo a la bici con un botín de agua, vino, cerveza o, por qué no, helados.
La muerte de Simpson certificó el fin de la inocencia y el comienzo del gran campeón moderno, cuyo antecedente era Fausto Coppi. Jacques Anquetil era el heredero del trono y, como Coppi, su rivalidad con otro ciclista iba a ser una metáfora social. Coppi había tenido enfrente a Gino Bartali, baluarte propagandístico de Mussolini de quien tras su muerte se supo que había estado salvando vidas de miles de judíos italianos llevando pasaportes escondidos en su sillín.
Los café raids eran asaltos colectivos de los ciclistas a bares en plena carrera. Se llevaban agua, vino, cerveza, helados...
Frente al frío, fotogénico y de aires aristocráticos Anquetil estaba Raymond Poulidor. Sus facciones duras no escondían que era un granjero salido de la Francia profunda. El público le amó como eterno segundón, como el ciclista que más podios del Tour tiene sin haber ganado ni uno, como elmejor perdedor de esta historia.
No fue Poulidor, pero sí otro antihéroe del Tour quien iba a aguarle la fiesta al siguiente dictador de turno. Luis Ocaña, un conquense de familia emigrada a Francia, se interpuso en 1973 en el camino de Eddy Merckx, El Caníbal. Unos años después de hacer campaña por el primer Le Pen, Ocaña se curó de una depresión con un tiro en la sien en su propia finca.
Para continuar la tragicomedia no faltaban algunos como Michel Pollentier. En 1978, tras ganar la etapa del Alpe D'Huez, a este belga se le ocurrió que podíaengañar al control antidoping llevando bajo el sobaco una pera de goma llena de orina de otra persona. Conectada con sus bajos a través de un tubo para hacer el papelón, Pollentier bombeó. Le pillaron. Fue expulsado del Tour.
Poulidor y Ocaña fueron los dos antihéroes populares contra los nuevos campeones-máquina
La gendarmería registra a los enanos del circo
En esta gran novela por entregas, como Izagirre la define, existe incluso un papel de héroe y antihéroe simultáneo. Lo jugó Bernard Hinault en 1986, cuando tras 5 tours y comprometerse a ayudar a su líder Greg Lemond, le atacó en varios puertos ante el cabreo del segundo, que finalmente ganó la carrera y no precisamente por la ayuda de Hinault. 'Le estoy entrenando', dijo el francés, que claramente había sobreestimado su propio físico.
Eran aquellos tiempos de una nueva generación de aficionados al ciclismo. En la playa o en el pueblo, miles de familias españolas dejaban a sus hijos con la mejor niñera de la digestión veraniega, aquella carrera inventada por periodistas hacía ya la de dios.
Laurent Fignon perdió en el final más cruel de la historia de la carrera. Su actitud hostil hizo el resto para convertirle en un ciclista de culto
El famoso lapo de Laurent Fignon a TVE
Así es como conocimos a otro villano de cuento, Laurent Fignon. Calvo con coleta, ausente y hosco como él solo, suyo fue el final más doloroso del Tour, el del 89 que perdió por 8 segundos en una contrarreloj Versalles-París. Suyo fue también un lapo a una cámara de TVE que acabó por convertirle en un monstruo en nuestra península.
Bajo el yugo de Miguel Indurain quedó ahogada una generación de ciclistas notable. El campeón seguía siendo un tío ejemplar mientras que algunos de los rivales aparecían como outsiders irregulares que seguían dándonos vidilla cada vacaciones: Claudio Chiappucci, Gianni Bugno, Richard Virenque, Alex Zülle... y Bjarne Riis. El danés ganó el Tour del 96, confesó diez años después, mientras usaba EPO.
Todo se precipitó en 1998, el Tour de los registros antidopaje, el Tour de Pantani
Pero el descenso a los infiernos comenzaría en 1998. El equipo Festina al completo fue expulsado por consumo de EPO y anfetaminas. La gendarmería registraba los hoteles de los equipos mientras Virenque, uno de los castigados, lloraba. Veíamos a los médicos detenidos como delincuentes. Laurent Jalabert, indignado, decía 'sabemos que el Tour es un circo, pero nosotros no somos enanos'.
Los corredores protestaban con una histórica sentada encabezada por el campeón de aquel año, Marco Pantani. Integrante titular del mausoleo negro del Tour, el italiano murió con 34 años consumido por el aislamiento, una sobredosis de cocaína e incluso una hipótesis de homicidio sostenida todavía hoy por su familia.
'Sabemos que el Tour es un circo, pero nosotros no somos enanos'
Walkowiak
El último idilio del Tour con el aficionado medio fue Lance Armstrong. Fue fácil emocionarse con la historia de superación de quien consigue vencer al cáncer y ganar 7 tours consecutivos. Y más fácil aún fue desengancharse cuando, tras tirar su exgregario Floyd Landis de la manta, acabó admitiendo su dopaje y también la vergüenza de ver a su propio hijo defenderle delante de sus compañeros de clase.
Armstrong está desposeído de su gesta y el Tour ha hecho criba. Sus aficionados más cercanos no lo abandonan y se van renovando, pero a la vez entienden la desafección de la gran mayoría. Izagirre explica la paradoja del magnetismo de la carrera. "Es una entrega cada día, hay incertidumbre, es una historia con subtramas, héroes y antagonistas. Pero si tu esencia es narrativa y tu final no hay quien se lo crea, la has cagado".
'Si tu final no hay quien se lo crea, la has cagado'
Quién sabe si la edición que ahora comienza nos traerá un nuevo Walkowiak. Aquel ciclista de tercera fila que en el 56 ganó inesperadamente la carrera, fue despreciado por una prensa que le enseñó un camino: el de la retirada de la vida pública. Huyendo de todo, con la depresión como compañera, Walkowiak abrió un bar. Cuando los vecinos supieron de quién era el bar, se le llenó.
Venían a reírse de él, por deshonrar al Tour.
Solo décadas después dejó que le entrevistaran. 'Nunca hablo de ese Tour, ni con mi mujer. Ojalá nunca lo hubiera ganado', dijo.
El Tour vive. Ya llegan los próximos Walkowiak para seguir recordándonos quegloria y maldición son destinos siameses sobre el sillín de un verano francés cualquiera.
* El artículo fue publicado originalmente el 1 de julio de 2016 en el portal PlayGroundNoticias