Con la decisión de la llamada Coalición por Colombia, que presentó a Sergio Fajardo, como su candidato presidencial, de no participar en una consulta interpartidista, con los candidatos Gustavo Petro, Clara López, Humberto de la Calle y Carlos Caicedo, naufraga la posibilidad de llegar a la primera vuelta presidencial con un candidato y un programa de unidad basado en la lucha contra la corrupción, de apoyo implementación de los acuerdos de paz y una política social equitativa.
Desechar la posibilidad de un proceso democrático, mediante un mecanismo de participación amplio de la ciudadanía, para designar el candidato de esa franja de opinión, basándose en los resultados de las encuestas de opinión, que colocan a Sergio Fajardo liderando la intención de voto para las elecciones del 2018, es equivocada y puede conducir a un descalabro como el ocurrido en la campaña presidencial del 2010, con la Ola Verde, contagiada por la efervescencia de una juventud deseosa de un cambio, pronosticando un triunfo arrollador en primera vuelta de Antana Mockus y su formula vicepresidencial, el actual aspirante presidencial, y en los que finalmente fue elegido Juan Manuel Santos, como nuevo inquilino de la Casa de Nariño. ¿Será que se volverá a repetir la historia?
Las encuestas de opinión son el reflejo de la percepción subjetiva de las personas, más que su realidad efectiva y están mediadas por los intereses y subjetividades de quienes las realizan. Sin querer negar su influencia en la percepción de los ciudadanos, la realidad nos demuestra que no son determinantes y no reflejan el resultado final en los procesos electorales.
A diferencia de lo que ocurre en los partidos tradicionales y derecha, que se caracterizan por ser amplios en el momento de construir acuerdos, que les permite mantener el control del estado, aun dejando de lado sus diferencias ideológicas, contrasta con el proceso que se da en las fuerzas alternativas y de izquierda, resistentes a los acuerdos, influenciadas por supuestas diferencias ideológicas dogmáticas, excluyendo a importantes sectores de izquierda, menospreciando el valor que tienen para el fortalecimiento de un proyecto alternativo y democrático.
Ya son repetidas las experiencias históricas de partidos y movimientos que surgen como alternativas políticas, reuniendo a amplios sectores inconformes con la clase dirigente que por décadas han mantenido el control político del estado, ampliando las desigualdad social, pero que terminan siendo permeados por las disputas y ambiciones individuales de poder, desechando cualquier posibilidad de un acuerdo de unidad, llevándolos al fracaso en procesos políticos y electorales anteriores.
No se puede ser tan ciego para no ver la realidad de un proceso electoral como el que se viene, polarizado entre quienes le apuestan a eliminar la corrupción como una práctica en el ejercicio de la función pública y la política, ni sordo para entender que el camino de un amplio acuerdo entre los sectores políticos y sociales que apoyan el cumplimiento de los acuerdos de paz, y ante todo con un desbordado triunfalismo anticipado, que les permite descartar un acuerdo político para avanzar en una coalición amplia e incluyente, en la que tengan cabida todos los sectores, sin exclusión, que se identifiquen con esas propuestas programáticas y con un gobierno decente basado en valores éticos, morales y de transparencia en la conducción del estado.