Y no porque no tengan razón, ya que el uribismo en los últimos dieciséis años ha sabido sembrar el odio y la desigualdad.
La imagen que perciben los seguidores de Petro es la de un mártir al que deben defender puesto que la maquinaria lo ha maltratado; ejemplo su destitución a manos del procurador Alejandro Ordóñez. Realmente se les está viniendo su invento en contra.
Gustavo Petro sí polariza, muestra de ello es el discurso en Ciudad Bolívar para informar el inicio de la construcción del Metrocable, hoy rebautizado Transmicable por la actual administración.
“No les gusta a los gremios poderosos económicos, no pasa por el frente de sus casas, va a beneficiar diariamente es a la mujer trabajadora, a los niños, a los jóvenes. Les va a mejorar la vida aquí, no allá. Ochenta millones de dólares para una de las mejores formas de movilidad no contaminante. Aquí no van como latas de sardinas en el sistema de transporte que nos heredó un alcalde…”
¿Quiénes son ellos? ¿Quiénes son esos otros? ¿Algunos seres metafísicos? ¿Alguna escoria malsana de la biología? ¿Y es que “allá” las mujeres no son trabajadoras y no hay niños? ¿“Allá” sí merecen ir en un sistema de transporte para sardinas y por eso hizo una chambonada como las del SITP? Esos seres humanos, son ciudadanos de quién Petro era el alcalde gústele o no. Ciudadanos beneficiados, y no nos vendamos mentiras, muchos de ellos por coyunturas del poder.
No nos oponemos a esas obras, todo lo contrario, aplaudimos el esfuerzo de reabrir el hospital San Juan de Dios, nos sentimos orgullosos que por primera vez el nivel de desnutrición infantil haya sido diezmado a su mínima expresión: no sólo queremos ver esos índices en las ciudades principales, los queremos en todo el país, venga de la mano de quien deban venir. Pero, ¿es necesario trazar una raya en la sociedad? “Ustedes cuando aman calculan interés y cuando se desaman calculan otra vez…” Dice Mario Benedetti en uno de sus poemas, como si sólo se pudieran amar bien los que pasan necesidades. Hay que ver los índices de violencia contra la mujer y maltrato intrafamiliar en todos los estratos a ver qué tan cierto es que unos se aman mejor que en otros. Ese discursito de nueva trova, de canción protesta, de proletariado, de oligarquía y de “aquellos”, que le valió notoriedad a Gustavo Petro como congresista, debe ser revisado y transformado, porque esta nación que está venciendo cincuenta años de enfrentamiento campesino, que viene de ocho años de abuso contra los derechos humanos y remata con otros ocho años de la corrupción más enferma en todas las esferas del Estado, en todos los niveles de la sociedad, no merece ser cuarteada por una posición infantil de salvar nuestra responsabilidad señalando a los demás.
Sí, hay una clase que ha abusado, es cierto, no solo porque lo hayan querido, o porque el sistema se ha venido diseñando para ello, sino porque la sociedad codependiente lo ha consentido. Entonces, si fue necesaria la seguridad de las carreteras, necesario desarmar a los grupos ilegales, también se hace necesario desarmar nuestro lenguaje y desarmar la corrupción que no es propia de un sector, aquí todos somos víctimas y victimarios en mayor o menor grado.
Cuando Gustavo Bolívar en un discurso preelectoral en la ciudad de Medellín afirma que uno de sus objetivos en el Congreso es encarcelar a Uribe, porque “Galán y Petro me han enseñado a tener pantalones y bolas” Aparte de vender una irrealidad, pues fue elegido senador, no investido juez de la república (esto sin ahondar en los esfuerzos que ha hecho Iván Cepeda por lo mismo sin mayores resultados), está sembrando odio. Si las Farc lo digo como defensor del SÍ, no pagaron un solo día de cárcel, no tiene nada de heroico hacer lo mismo con Uribe Vélez. Distinto si prometiera doblar sus esfuerzos para darle luz a la verdad, algo más creíble, más sano, más prudente, más beneficioso.
El llamado de conciliación de Gustavo Petro a Humberto de la Calle y a Sergio Fajardo, no es más que una motivación del miedo para que la Derecha (nuevamente “aquellos”) no llegue al poder. Pero la historia a veces muestra su revés. Cuando Antanas Mockus pasó a segunda vuelta presidencial en el 2010 contra Juan Manuel Santos, le pidió apoyo a Petro y este se negó dejando a sus electores libres. Hoy es Petro Urrego quien necesita de Sergio Fajardo, al que sólo hace un par de meses él y sus seguidores le llamaban el “neoliberal”, hoy lo apodan el “tibio”. Pero ese “tibio” siempre ha sido coherente en su discurso, Gustavo Petro no.
Hace cuatro años le hizo campaña a Santos para su reelección, hoy lo ataca; hasta hace unos meses Venezuela era una democracia, hoy no; hasta hace menos de un año decía que iba a defender la Constitución que él mismo ayudó a erigir, hoy quiere cambiarla; hace unas semanas buscaba una consulta popular con Carlos Caicedo Omar con quien era obvio no le iba a ganar y le llamó “marginal” en política, porque su real intención era medirse contra la derecha (“aquella”).
Cuando Jorge Robledo o Claudia López se apartan de Gustavo Petro no lo hacen porque no quieran reivindicar las reformas sociales mal llevadas que ha sufrido la nación desembocándola en los enfrentamientos más crueles, hasta los desplazamientos más asombrosos, como dicen indignados los tuiteros; se alejan porque pensar siempre en dos Colombias, la que nos gusta y la que no nos gusta, sigue siendo un vicio peligroso de hacer política.
Gustavo Petro maneja una paranoia dialéctica como la de Uribe, aunque en el fondo yo quisiera creer que rodeado de poder no va a ser tan peligroso para las instituciones como Uribe. Por otra parte, la Coalición Colombia no son un séquito de títeres, bastante han demostrado no dejarse amedrentar.
Hablando de discursos, ojalá puedan bajarle al lenguaje y concretar en acciones para todos.