El clientelismo, la ponzoña que consume a la educación superior

El clientelismo, la ponzoña que consume a la educación superior

"Así como se delinque en las esferas administrativas y financieras de la nación, de igual manera, aplica en la estructura académico-administrativa universitaria"

Por: Roberto Enrique Figueroa Molina
agosto 08, 2017
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El clientelismo, la ponzoña que consume a la educación superior
Foto: Pixabay

Las múltiples acepciones que podamos darle a los sucesos que diariamente acontecen en las universidades del país, son propio de una tragicomedia que mueve y conmueve hoy a la sociedad nacional. Los problemas de la Universidad pasaron de ser nativos para convertirse en preocupaciones cosmopolitas, pero estos conflictos están superpuestos a tres (3) eventos: la corrupción que pulula y galopa a un ritmo desbocado; la desigualdad entre unos soterrados e inmisericordes administrativos y subalternos de medio palo, que están por encima del nervio y motor institucional (profesores y estudiantes) y por último el “microtráfico” de los representantes ante el Consejo Superior, quienes conspiran e imponen cuotas burocráticas y contrataciones que cualquier Senador de las minorías envidiaría.

La corrupción es el deterioro de una colectividad corroída por la obtención de cualquier satisfacción insatisfecha, la corrupción es un defecto no una virtud. No solo el que obtiene prebendas de sus acciones perversas es un corrupto, facilitarle esta actividad nos involucras al igual que el responsable. Las diferentes formas de corrupción (contrataciones, nombramientos, sexo, calificaciones, concursos, licitaciones, burocracia y otras), a las que se someten las universidades, son insospechadas. Pero el detrimento y los calificativos para muchos de los que direccionan y administran la institución, les interesa un rábano; sus pensamientos están proyectados en alcanzar el punto de quiebre en lo que sea benéfico para sus instintos delictivos. En las universidades existen clanes y organizaciones difíciles de penetrar a sus estructuras, como cualquier aparato criminal, son ambientes circundantes en espacios restringidos para cada dependencia, ahí existe el contacto, el que realiza la transición y el que controla para que al jefe le llegue su coima.

Así como se delinque en las esferas administrativas y financieras de la nación, de igual manera, aplica en la estructura académico-administrativa universitaria; desde la admisión de estudiantes, donde operan cientos de formas para garantizar el cupo y la permanencia en los programas donde son admitidos, mediante el microtráfico de notas, el pago de dinero o sexo, se limita su sobrevivencia en la carrera que estudian. Si aceptamos que la corrupción es un extraño arquetipo de dignidad, al igual que la justicia generada con propósitos inescrupulosos; la corrupción entonces, puede admitirse como un escándalo o algo indeterminado, así es. Pero las malas actuaciones suelen conducir a resultados favorables y las conductas piadosas a producir consecuencias negativas. Cuando la dirección universitaria es original y el manejo administrativo se ajusta a las necesidades de la institución, la probidad de sus funcionarios es signo de diligencia y honradez; pero cuando las dependencias son difíciles y de gran tamaño, se obstruyen las dinámicas de grupos. Pues, las mismas circunstancias no contemplan otra oportunidad, acudiendo, a las influencias personales y los acuerdos, lo que da lugar, al detrimento e inefectividad institucional.

De igual manera, cuando la descomposición prolifera en los centros universitarios, cierto grado de corrupción despliega consecuencias benefactoras sobre el perfil de los involucrados. Ya que, la administración lo abarca todo y la corrupción institucional se vuelve total, es decir, se ahoga la creación de capital y se engendra la aniquilación general. El efecto incuestionable del hecho, es el desfinanciamiento, la pérdida de poder adquisitivo, las medidas inmediatas de los entes de inspección y vigilancia y el cierre definitivo del establecimiento. La corrupción absolutamente evidente en los funcionarios universitarios ha convencido a los medios que el gobierno es su enemigo —no su protector— y hace que los observen con profunda suspicacia.

En lo que corresponde al segundo aspecto, la desigualdad penetra no solo en los cargos directivos, sino también en el Consejo Superior de las instituciones universitarias, donde se instituyen las estratificaciones, es decir, existen consejeros de primera, segunda y tercera gradación. Los primeros unidos bajo acuerdos y condiciones burocráticas previamente establecidas, llevan al máximo cargo de la universidad al rector de turno, últimamente, auspiciados por los consejeros del gobierno, quienes direccionan todo desde las esferas ministeriales, estos vasallos defienden como espadachín el trono del monarca en posesión; él cual, distribuye con sus cómplices el escuálido presupuesto, además de los nombramientos y contrataciones a que hubiere lugar.

Los consejeros de segunda y tercera o de poca monta, solo miran impávidos la maquinaria aplastante a la que son sometidos en cada una de las sesiones que programan los de la élite, para aprobar y derogar todo lo que faculte al rector y, les permita potenciar sus intereses y apetitos burocráticos. Los segregados consejeros pertenecientes a los elegidos democráticamente, y quienes defienden de manera perseverante los principios misionales de la institución, son mirados y señalados por la administración y subalternos con desdén y reparo, frente a cualquier solicitud que requieran para sacar a la luz pública, la corrupción en la que están sumidas las instituciones oficiales.

Los que degustan con placer las mieles del banquete que les propone el condescendiente Rector, son los llamado consejeros de las autoridades académicas, egresados, gremios y otros, quienes jamás presentan un proyecto o una postura civilizada y constructiva, que permitan promover fuentes de cooperación entre la institución y los que facultan su permanencia en el Consejo Superior. La rebatiña es tan denigrante que estos representantes solo buscan torcerle el pescuezo al menguado presupuesto, pues, en absoluto, piensan en su función, como tampoco, en indagar entre los titulados, cuál es la oferta y la ayuda que pueden ofrecerle a la universidad. Que lamentable este cuadro que a diario acontece en las sesiones del Consejo Superior.

Por último, el “microtráfico” de los representantes que conspiran e imponen cuotas burocráticas y contrataciones al por mayor y al detal, similar a cualquier cuerpo colegiado o bancada partidista. Es tan alta la influencia del “microtráfico burocrático” en el sistema académico-administrativo de la educación superior, que algunas instituciones, han creado fuerza de choques, que trabajan en el desgaste, la calumnia y la confrontación de aquellos individuos o grupos que contradicen o eleven críticas a la administración de turno. El microtráfico es el máximo corruptor de las autoridades de cualquier entidad que recibe rubros de la nación.

Se puede concluir que en este período de oscurantismo el poder hegemónico y totalitario ha causado el desangre y el desfinanciamiento de las universidades en hechos concretos producto de la irracionalidad administrativa y la inversión espuria, lo que al final termina en la rendición de cuentas inexplicable con todos los maquillajes y retoques que logran darle para exhibir la componenda. Solo queda preguntarnos: ¿cuál es la función que esgrime el Ministerio y la Comisión de Inspección y Vigilancia frente a las instituciones de Educación Superior que desarrollan esta penosa práctica? Sépalo usted

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