Da la vuelta por todo el mundo y todas las redes sociales publican y duplican aquella foto acompañada del correspondiente video del niño sirio de tres años acostado boca abajo en la orilla de una playa de la ciudad balnearia de Bodrum, en Turquía. Está muerto, y la siguiente foto muestra a un oficial de gendarmería que con delicadeza lo traslada a tierra firme, en donde reposan más cuerpos de ahogados.
O la aterradora foto publicada por El País madrileño donde se ven las aguas del Mediterráneo llenas de cuerpos flotando.
Y la misma imagen, con mayor o menor grado dramático, se repite en todos los sitios fronterizos en donde se puede pasar de la pobreza extrema o la tiranía religiosa a un “buscarse la vida” en lugares que se supone son prósperos y ricos dentro del llamado mundo occidental.
Aun recuerdo cuando estaba yo en Madrid escribiendo Serpentinas tricolores, una novela publicada allá y cuyo centro estaba en las migraciones, y hablé con dos o tres muchachos africanos que vendían discos en la calle, en lo que se denomina el “top manta” (una manta que sostiene el producto y que tiene en sus cuatro extremos cuerdas para poder levantar todo y salir corriendo fácil cuando llegue la policía), quienes con una cortesía inaudita me describieron su drama para llegar a España desde lo profundo de África, y de todo lo relatado resalto algo que me llamó profundamente la atención: En razón del alto costo del “viaje”, entre la familia escogen a los varones mayores y ellos resultarán favorecidos de poder viajar al nuevo mundo.
Pero el dinero recaudado no era para costearse los primeros días en el sitio de arribo, sino para poder pagar el transporte marítimo administrado por unas mafias que meten a cien personas en un espacio en que cabrán veinte.
Se hunden los barcos y el mundo se acuerda de la tragedia al ver la foto espectacular y tremendamente llamativa. Como cuando nos acordamos del drama africano al ver una foto de un niño aun vivo en donde el único que le cuidaba era un buitre que espera sin prisas su muerte y nos alarmamos aún más al criticar al fotógrafo por hacer el clic en vez de socorrer al niño.
Todas son fotos que impactan por seis días y que muestran el tremendo drama que soporta más de la mitad de la humanidad y el pobre padre del muchacho ahogado en la playa deberá relatarle a los periodistas que lo aborden que sus dos niños y su mujer se le soltaron de las manos. Seis días de alarma.
Así como nos alarmamos por seis días al ver el trato vejatorio e inhumano que la cultura musulmana le impone a la mujer. Son seis días en los que circulamos ofendidos la foto de la mujer lapidada o ultrajada o violada solo por ser mujer y recibimos de otros ofendidos un “me gusta”.
Son millones los damnificados por la hambruna en África, son millones los que pagan dos o tres o cuatro mil euros para montarse en un barquito que los lleve a Italia o a Grecia o a España y son millones las mujeres sometidas a no ser nada gracias a imposiciones morales y religiosas.
Y se han tomado solo dos ejemplos de los miles que hay por todo el mundo y estas cortas líneas solo pretenden hacer otro clic sin sentido a dramas que parecen no tener solución.
Y hablando de…
Y hablando de dramas sin solución, hay que recordar que la salida del procurador Ordóñez debe tener solución. El país no merece el retroceso moral y cínico que poco a poco se asienta merced a sus enseñanzas y perversas ideas.
Si sigue en su cargo, pasaremos de ser del país fuertemente conservador que somos, a una cosa parecida a la locura fundamentalista del mundo musulmán.