“Es fácil oponerse, pero es importante hacer la diferencia” (Ray Nelson)
Es un hecho que quien pretende inspirar a otros debe tener algunas características entre otras “una vida auténtica”, esto es, haber encontrado el propio camino a lo largo de la vida; igualmente reconocer que el trabajo puede y debe proporcionar oportunidades para el crecimiento personal, pero todo ello va de la mano con la honestidad, la integridad, la lealtad arraigada en la responsabilidad, además demostrar que se es persona auténtica.
Sin embargo, encontramos que en el momento actual de la historia no solo de Colombia sino de otras naciones, existen individuos que se muestran como líderes con actitudes totalmente diferentes a pretender ser auténticos, basta ver al señor Putin, al presidente Iván Duque y qué decir de los actuales candidatos a la presidencia colombiana, no sé sabe cuál de estos es más payaso y populista, no hay otro término para identificar su seudoliderazgo.
En sus argumentos se preguntan qué es aquello que los conecta con la comunidad y en especial cuál es la pertenencia y conexión de los asuntos sociales que nos aquejan.
De otra parte, hablar de liderazgo auténtico es centrarse en la inspiración y en la responsabilidad como elementos integrantes de ese pensar; cómo también conocer esas preguntas poderosas que empoderan y conectan al ser humano con su ecosistema, o si su gran “liderazgo proviene de la habilidad para llegar a las vidas de otros” (Irvine D.), pero entonces cómo saber si nuestros líderes en especial los nombrados son los que llegan a nuestras vidas, si podemos confiar en su capacidad de dirección y si su propósito es diferente al ganar la presidencia, pasando por encima de sus propios principios, de los argumentos de los contradictores utilizando epítetos deshonrosos, menospreciando sus capacidades profesionales y hasta humanas, a veces me pregunto si lo que vemos es un circo porque un debate no lo es.
De lo anterior, se concluye que no tenemos líderes auténticos, lo que estamos viendo son unos líderes tóxicos, utilizando ese seudoliderazgo con argumentos totalmente distintos; lo que queremos son personajes que aprendan, que no exploten, que no comparen, que no critiquen, no que sean santos, pero si seres humanos que no olviden para qué van a ser elegidos y por quienes.
Un líder tóxico no es otro que demuestra competencias no válidas para inspirar, en especial para transformar escenarios y además saber guiar a aquellos que los van a elegir; claramente se observa un antagonismo entre los argumentos preelectorales con los poselectorales, basta ver como los argumentos utilizados distan mucho de los programas de gobierno presentados; cómo pensar que construirán ese tejido social que se requiere con urgencia, cuando lo que pretenden es la promoción de sí mismos, en donde el “yo hice” es más importante que el “para qué se hace”, las dinámicas de liderazgo individual en contraposición con el liderazgo social, mientras que la esencia de un liderazgo auténtico es cultivar el ambiente que nutra a otras personas, el liderazgo tóxico refleja que lo propuesto no se cumple, que no hay bases suficientes para edificar esa nueva sociedad que queremos, igualmente con un norte desviado totalmente de la visión de país.
Observamos ese liderazgo tóxico cuando a quien debemos seguir “no es ético”, su trasparencia esta manchada por investigaciones penales, disciplinarias y de otra índole, en donde su compromiso está supeditado al igual que su honestidad, y es que “lo último que necesitamos son precisamente figuras deshonestas liderando el motor empresarial de nuestra sociedad” (Sabater V.), de otra parte, basta oírlos conversar para concluir su total contradicción, desorden y acomodo de los comentarios que se hacen y confrontan.
El liderazgo tóxico es la peor enfermedad que se presenta en este momento en la sociedad, devenida de esa postmodernidad llena de complejos, culpas, de ires y venires de la evolución del pensamiento, de esa desmotivación generalizada como consecuencia de una pandemia mal manejada desde lo social y lo mental, de la herencia genética del hombre y de la política de los últimos cincuenta años, con una reactividad que elude responsabilidades pretendiendo solucionarlos con argumentos que no se creen, con políticas disonantes para llamarlas de alguna manera, pero en especial que denotan que los líderes auténticos se acabaron, ya no hay personajes de la talla de Gaitán, Gómez Hurtado, Carlos Pizarro y muchos otros.
Lástima, Colombia, nos llenamos de un liderazgo tóxico que dista mucho de un liderazgo auténtico.