Claudia López, su comunicación está llena de salidas en falso y luego rectificaciones que no causan el efecto esperado, pues el daño ya está hecho. Pero si estas salidas fallidas y torpes son a propósito para distraer la opinión, lo está logrando a costa de enviar al abismo su credibilidad y reputación tanto individual como de su administración.
Ser alcalde mayor de Bogotá significa estar en el segundo cargo más importante del país después del presidente de la Nación. Resulta casi imperdonable que Claudia López adolezca en medio de tantos asesores de una estrategia de comunicación adecuada, audaz, creativa y que le permita acercarse a los casi 10 millones de bogotanos de manera constructiva, pacífica, afectiva con pedagogía para generar confianza con mensajes que lleguen y no sean motivo de discordia y matoneo por ejemplo en redes sociales.
Lo cierto y lo que ha demostrado es que la alcaldesa de Bogotá no respira antes de subir un mensaje a su Twitter o al responder una entrevista, tampoco tiene la capacidad que debe tener un líder de ser reflexiva y humanizar sus mensajes. Es impulsiva y mediática; uno de los riesgos que en comunicación son los más peligrosos y que causan deterioro de la marca o de la reputación individual o corporativa.
Le gusta ser fuente de la polémica pública, la confrontación sin medir consecuencias, algo que en comunicación se puede definir como la incapacidad para transmitir sin generar odios y divisiones, establecer consensos. En síntesis para ella, y para su grupo asesor, pareciera que la comunicación fuera un juguete y la comunidad o la sociedad, un chiste.
Como es un gasto de dineros públicos, o sea del bolsillos de nosotros, los bogotanos, su grupo asesor en comunicaciones debería renunciar. Ahora bien, Claudia López tiene el perfil de ser inmanejable y de guardar oídos sordos ante recomendaciones de sus expertos, que es un comportamiento de algunos líderes que tienen como conducta no atender a su grupo asesor y lo mantienen únicamente de adorno y justificación. López debe adolecer también de un tema de ego enfermizo, tener por encima de los demás siempre la razón, un discurso dictatorial otro de los grandes obstáculos para crear, ganarse la comunidad y llegar e incrementar el valor de su comunicación de manera positiva y democrática.
Con estas debilidades y también irresponsabilidad de la mandataria de los bogotanos frente a cámaras, micrófonos y sus propias redes sociales lo que está alimentando peligrosamente es el incremento de la polarización, la intolerancia y además patrocinando la agresividad, la violencia verbal y dándole “gasolina y papaya” a los llamados sicarios morales de las redes sociales que reaccionan con agravios, sátira o humor negro.
Paralelamente, está alejando a los ciudadanos de sus problemas prioritarios y reales en una ciudad que se ahoga en el caos, la inseguridad y muchas falencias más. Bogotá también tiene cosas positivas y de orgullo para contar, informar y transmitir. Y aquí la alcaldesa está perdiendo el tiempo y sus asesores en comunicación, también.
Lo mejor que puede hacer Claudia López en este momento es guardar silencio. Si no logra controlar sus impulsos cargados de indiferencia, y desconocimiento de los efectos negativos y las reacciones adversas que suele lograr, entonces es mejor que se calle. Seguro que con el silencio, que es una forma estratégica también de comunicación, le podrá ir menos peor y sobre todo calmar todos los ánimos.