La voté en octubre del año pasado. Me parecía la mejor opción. No les paré bolas a los que me decían que las únicas diferencias que tenía con Carlos Fernando Galán era ser mujer y lesbiana. Cuando arrancó la pandemia y Claudia, con su talante indiscutible, nos mandó para la casa antes que el presidente la adoramos. En Bogotá vamos a estar bien, pensamos. En las fotos Duque parecía un pequeño y rechoncho Boy Scout a su lado. Con Mamá Claudia íbamos a estar bien. Era la Dama de Hierro. Fueron semanas felices. Pero, con sus contradicciones, demostró que su peor enemiga es ella misma.
El primer tiro que se pegó en el pie fue a mediados de mayo. Ante las cámaras de televisión se mostraba inflexible: todos trabajaríamos desde casa. Era la única manera de reducir la velocidad del contagio, de mantener en sus justas proporciones la ocupación de la UCI. Regañaba al presidente, a la vicepresidente, a sus asistentes, a todo el que se le cruzara. Sin embargo, por debajo de cuerda, ordenaba a los contratistas de su administración regresar al trabajo presencial. En junio ya era evidente que el plan de contingencia de la alcaldía había fracasado. Las ayudas prometidas a la gente que de bajos recursos nunca llegaron. Ni sueldos ni mercados. La gente salió a bloquear calles. Las cuarentenas por sectores nunca se respetaron. Las cifras de contagio nunca bajaron, siempre están ahí, en los 2.000. El famoso y carísimo hospital de Corferias fue un reluciente elefante blanco. Y lo peor es que a la señora ya no se le puede tocar el tema. Ahora está enfocada en caerle bien no al voto de opinión que la eligió en Bogotá sino que sueña con reunir los atributos para ser presidenciable. Así que está sirviendo los platos condimentados con odio que más disfrutan los colombianos.
El desprecio a los venezolanos se paga muy bien en todas las regiones del país. Los pobres creen que son pobres no porque el uribismo les arrebató la última posibilidad de acceder a educación gratuita y de calidad sino por las ayudas que les dan a los venezolanos. Los migrantes son la última excusa que han encontrado los gobernantes para justificar su incapacidad de generar empleos, de protegernos, del caos y la miseria en la que vive sumida Colombia. Y Claudia, señores y señoras, la dizque progresista, subida en el bus de la xenofobia sin sonrojarse. Sólo para que esos millones -siempre serán millones, no se confundan- que están convencidos que Uribe es el hijo de Dios en la tierra no la miren como una castro-chavista.
Y está feliz metiendo Transmilenio por la 68, metro por la 7, la feria absoluta del contrato, ella que fue siempre tan frugal, tan crítica al despilfarro, ella que alguna vez encarnó todas nuestras ilusiones, se ha convertido amigos míos en la gran decepción del 2020. En una muestra más de su populismo Claudia López se fue ayer domingo 29 de noviembre a Ciudad Bolívar a celebrar la llegada de la navidad. Fueron ríos de gente los que convocó. La multitud no respetó las más obvias medidas de distanciamiento social. En la foto que ilustra este artículo se ve claramente a un menor muy cerca a ella sin tapabocas. La pandemia se acabó hace rato y si, Mamá Claudia, la que nos iba a proteger de los desafueros de Duque, ese padre pusilánime y títere, se ha cambiado de bando. De la iconoclasta, coherente y valiente investigadora discípula de León Valencia ya no queda nada. Ahora se parece más a su primer maestro, Enrique Peñalosa. Cómo me emberraca tener que darle la razón a Petro.