Sin elecciones limpias no hay democracia y sin democracia no se puede combatir la corrupción. La semana pasada, en el Palacio de Nariño, se instaló la comisión de expertos para preparar la reforma del sistema electoral como parte de los Acuerdos de La Habana. Pueda ser que lleguen a una transformación profunda del anticuado y corrupto sistema electoral colombiano, que es, a mi modo de ver, la principal causa de la corrupción en Colombia.
Esta es la esperanza que tenemos a la mano para poder erradicar algún día, la venalidad de altos funcionarios públicos que, como Alibabá y sus cuarenta ladrones, han propagado el cáncer de la corrupción que ha hecho metástasis en la sociedad colombiana y en todas las instituciones del Estado.
Sería repetitivo y aburridor volver sobre Saludcoop, Cafesalud, Reficar, el expresidente de la Corte Constitucional Jorge Pretel, el Haker Sepúlveda, Odebrecht, el ex -viceministro de Transporte Gabriel García Moreno, el ex -gobernador de la Guajira Kico Gómez, Electricaribe; contratistas que se roban la plata para la comida de los estudiantes en los restaurantes escolares, y pare de contar.
Ahora con Odebrecht, vuelve a estar de moda el tema de la corrupción, a tal punto que una senadora propuso una consulta popular para atacar el mal, pero no obstante de sus valientes denuncias, me da la impresión de que está utilizando el tema para la promoción de su candidatura presidencial, sin penetrar en el verdadero meollo del asunto.
El presidente Santos propuso, hace poco, la financiación total de las campañas electorales por parte del Estado, como una de las medidas para acabar la corrupción, que, dicho sea de paso, ha sido una de las banderas de la oposición democrática, que ha naufragado con entierro de tercera en las comisiones del Congreso de la República.
La propuesta de Santos está bien, pero no podemos quedarnos en este punto; hay que seguir adelante estableciendo el voto obligatorio para contrarrestar la abstención electoral que, a mi juicio, es la que propicia la elección de candidatos deshonestos que ven en las corporaciones públicas el mejor escenario para el enriquecimiento personal a través de contratos, sobornos, y demás delitos contra la administración pública.
Un país con una abstención electoral de 55 al 60% no tiene cuando salirle de frente a la corrupción. La ciudadanía tiene que participar en la solución de los problemas del país, y este de la corrupción es uno de los fundamentales, por lo cual el voto obligatorio hay que convertirlo en un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. No es posible empezar la construcción de un nuevo país con una mayoría de ciudadanos dormidos, indiferentes a los grandes problemas nacionales.
Otra medida indispensable tiene que ver con la elaboración de listas cerradas mediante mecanismos democráticos de los movimientos y partidos políticos, que acaben de una vez por todas con las listas de voto preferente que hacen de las famiempresas electorales todo un proyecto de enriquecimiento ilícito, olvidando las cuestiones programáticas para convertirse en una fábrica de avales para los oportunistas de toda laya que venden los principios por jugosos contratos oficiales
El nido de víboras de la corrupción está en el Congreso de la República, por lo tanto la única forma de acabar con esa de hidra de mil cabezas es con la reforma del sistema electoral. La propuesta de una consulta contra la corrupción no pasa de ser un rosario de buenas intenciones porque está pensada con el deseo de jugar en la campaña presidencial.
Tanto es así que sale a proponer la consulta popular con el argumento de que la implementación de los acuerdos de La Habana para la construcción de la paz, es un tema que ya pasó de moda y que, además, tiene a la gente mamada, y que por lo tanto hay que escoger la corrupción como tema central de la campaña presidencial del 2018., como si la guerra no fuera la principal causante de la corrupción, y la implementación de los acuerdos no tuviera ninguna importancia para la democratización de este país.
El “adiós a las armas” de las Farc hay que celebrarlo con optimismo, esperando aportar en la construcción de un nuevo país, y no con la pesadilla paranoica de ir a quedar mal ante la clase dominante.
Inmensa la equivocación de la senadora, una mujer extraordinaria que no tiene pelos en la lengua para cantar la verdad a los representantes del establecimiento, pero profundamente equivocada al querer brillar como una estrella fugaz en el estercolero de la política colombiana.
Es tanta la miseria política en este país que la senadora pasa, en un abrir y cerrar de ojos, a los titulares de prensa de Ardila Lule y de Luis Carlos Sarmiento Angulo, sin romperse ni mancharse en su estado virginal.
Por eso para terminar con la corrupción hay que acabar primero con el actual sistema electoral. Sin elecciones limpias no hay democracia, y sin democracia no puede haber una lucha sistemática y estructural contra la corrupción.