El chiquitín tiene cuatro años y medio. Está en prekinder y, como tantos, desde marzo ha tenido clases virtuales. En los últimos meses suelen ser cuatro diarias, de entre 20 y 30 minutos cada una, comenzando a las 8 y, por lo general, terminando hacia las doce y media. El colegio usa la plataforma teams que, dadas las circunstancias, sirve para todo lo necesario en el ambiente virtual: los viernes por la tarde, envían el plan de la semana y la lista de los materiales requeridos, que pueden ser plastilina, crayolas, papel seda, el juguete preferido, tijeras, pegante, dados, fresas, fríjoles, cartulina, en las medidas o cantidades exactas, según la asignatura. Además de la función del calendario que orienta a los padres día a día, teams avisa con un zumbido15 minutos antes de comenzar cada clase, tanto en el IPad mini donde el niño las atiende, como en el celular de la madre o el padre.
Faltando cinco minutos para comenzar, digamos que clase de lenguaje a las 8 a. m., solo hay que oprimir el botón de “unirse” en el calendario, en la fecha y hora que correspondan. Van apareciendo en pantalla los cuadritos con las imágenes de los niños que se saludan entre sí, “hola Jerónimo”, “hola Luciana”, hasta que, puntual a la hora señalada, la profesora inicia la sesión. Uno a uno, los saluda, a cada uno por su nombre y les pregunta qué día es hoy. Diligentes, los chiquitines han aprendido cuándo activar y silenciar el micrófono… a veces.
Lo que aparece en pantalla, diez o doce rectángulos con las imágenes de los niños y de la diligente profe darían para creer que se está ante un colectivo de seres autónomos, concentrados en sus deberes, mientras sus padres, bendecidos por la posibilidad del teletrabajo, se dedican a lo suyo. División del trabajo digital, la maravilla que las tecnologías de la información permiten: comunicarse dónde, cómo y cuándo se desee.
Es así, en principio. En un país en el que la mitad de los hogares carece de conectividad a internet o de computador en casa, el despliegue de la virtualidad parece un don.
________________________________________________________________________________
Los privilegiados padres con acceso a internet y a portátil, tableta, celular, comienzan el día corriendo para que el niño esté bañando, desayunado, cepillados los dientes, en dos horas
________________________________________________________________________________
En realidad, los privilegiados padres de familia con acceso a internet y a dispositivos, portátil, tableta, celular, comienzan el día corriendo para que el niño esté bañando, desayunado, cepillados los dientes, con los útiles puestos en la mesa de trabajo, un recorrido que cualquier padre o madre saben toma dos horas y que es más demandante si hay alguno o algunos niños más en la familia.
Si hubiese cámaras detrás de la puesta en escena se vería que a uno o dos metros del estudiante hay un adulto, por regla general, la madre o el padre, que están vigilantes a que esté atento a lo que diga la profe, a que responda oportunamente. En la práctica, sin embargo, además de toda suerte de muecas para soplarle que el día de hoy es lunes o miércoles, que tres manzanitas y cuatro peritas suman siete frutas, que la canción es la del cucarrón y no la de la gallina turuleca, el adulto asistente tiene que estar pendiente de silenciar el micrófono cuando corresponde, sin que los actores de la clase virtual vean la mano adulta irrumpiendo, intrusa, la pantalla, es decir, con malabares de titiritero. Mientras, la heroína de la profe, por su lado, debe desplegar paciencia y creatividad infinitas, fulanito apaga tu micrófono, repite conmigo… Homenaje a las docentes virtuales de los pequeños.
En síntesis, si a los adultos les resulta imposible concentrarse más allá de un minuto en un tema, dispersión exacerbada por las redes y la avalancha de toda suerte de información, es misión imposible esperar que a los 4, 5, 6 años y, con certeza, de más edad, los niños puedan ser autónomos en la virtualidad. Los adultos deben estar ahí a su lado. Doble trabajo, malabares para cumplir.
¿Círculo virtuoso o vicioso? La virtualidad proteje en la pandemia pero no sustituye la tribu que la educación presencial provee, la base de la socialización. Y, francamente, que los niños puedan asistir a sus colegios permite que los padres puedan cumplir con su trabajo. Sin embargo, en este nuevo gran pico del Covid, es posible que el confinamiento sea necesario, que la virtualidad prosiga. Y el doble trabajo de los padres también.
Publicado originalmente el 14 de diciembre 2020