Camilo corría incansable todas las mañanas para llegar de primero a la escuela y poder armar la broma que siempre recibía Santiago a la entrada del salón de clases. Los chicles pegados en el pelo, pupitre y hojas de la cartilla de primer grado, eran las travesuras de moda por esos días, aparte de los clásicos puños, pellizcos y patadas con los que arremetía el insoportable niño.
Era miércoles, mitad de una pegajosa semana que soportaba Santiago, sin poder defenderse, tenía aferrada la educación de una madre conservadora, que cohibía la venganza y callaba los reclamos del pequeño mártir.
Llegó el jueves y el paciente niño era la burla una vez más de todos sus compañeros, en esta ocasión las risas eran el efecto de la trasquilada que le hicieron para poder quitar los 3 chicles, que Camilo le había pegado en el cabello el día anterior.
Santiago nunca acusó a su verdugo con la maestra o sus padres, siempre mintió sobre el origen de los golpes, sabía que la mamá de Camilo era muy agresiva y no quería que lo lastimaran.
El fin de semana Camilo preparó numerosas bromas para los días que venían. El lunes fue el primero que llegó al salón de clases para alistar las bombas de agua que tenía preparadas para recibir a Santiago. Los compañeros llegaron y la clase inicio con el anuncio de la profesora. –Niños, su amiguito Santiago se fue a vivir a otra ciudad y no volverá más. Se escuchó el llanto de Camilo que gritaba, -¿por qué se llevaron a mi novio?, ¿por qué?, ¿por qué…?