¡Claro que quieren matar a Petro!

¡Claro que quieren matar a Petro!

Tomando de ejemplo a Popayán, un análisis de por qué las clases dominantes recurren a la violencia para derrotar un proyecto político que amenaza sus privilegios

Por: Fernando Dorado
mayo 05, 2022
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¡Claro que quieren matar a Petro!

Vivo en un lugar que al igual que en Cartagena se manifiesta la más nítida expresión de la naturaleza de la casta oligárquica que ha dominado desde siempre en Colombia. Usaré una de las características urbanas de esta ciudad, Popayán, para tratar de explicar por qué las clases dominantes colombianas recurren a la violencia y a la perfidia para derrotar cualquier proyecto político que amenace con afectar sus intereses y privilegios.

En esta ciudad el aeropuerto fue construido en 1949 a menos de un (1) kilómetro del “centro histórico”. Allí vivieron hasta los años 80 del siglo XX los herederos de los grandes terratenientes y esclavistas del “Gran Cauca”. Esa jurisdicción correspondió a casi la mitad del territorio nacional hasta 1903. Y lo curioso es que el aeródromo ocupa todavía ese lugar. A su lado, está el batallón del ejército en donde funciona la IX Brigada, una de las más grandes del suroccidente colombiano.

Esas instalaciones aéreas y militares ocupan un sector estratégico y son uno de los principales obstáculos para el desarrollo urbanístico de la capital caucana. Constituyen un inexplicable tapón para el crecimiento armónico y ordenado de la ciudad. Los urbanistas que conocen del tema así lo certifican. ¿Cuál es la razón de esa cercanía? ¿Qué tiene que ver ese hecho con la psicología de la oligarquía colombiana? ¿Cuál es la relación con la posibilidad de que asesinen a Gustavo Petro?

Cuando los españoles fundaron la ciudad en 1537 lo hicieron expulsando a los pueblos indígenas que habitaban este territorio. Para hacerlo, trajeron consigo a miles de “yanaconas” reclutados en Perú y Ecuador. Desde el principio fue un “fuerte militar y eclesiástico”. Instalaron pequeños “pueblos yanaconas” en los alrededores de la ciudad para protegerse de los “nativos”. No obstante, esa casta aristocrática vivía en permanente estado de angustia ante la posibilidad de que sus “protectores” se aliaran con los “indios malos” para destruir e incendiar la ciudad.

Tenían en mente lo ocurrido con la ciudad de Caloto que fue quemada y destruida 7 veces por indígenas nasas que no permitían que en su territorio se estableciera esa “avanzada de colonización y muerte”. La dejaron tranquila solo hasta que se estableció en la zona plana del norte del Cauca. Esa fue la razón por la cual la casta dominante de Popayán localizó el aeropuerto y el batallón lo más cercano posible a sus viviendas para poder huir oportunamente cuando se produjera el alzamiento indígena que los perseguía como una pesadilla. Y tal hecho sucedió pero no como lo imaginaban. Los pueblos indios recuperaron sus tierras y no les preocupó para nada la ciudad.

Y así es como ha vivido la oligarquía colombiana. Llena de temor y al borde de un ataque de nervios ante la posibilidad de una rebelión popular. Su más grande temor es que indios, negros y mestizos se unifiquen con los “blancos pobres” para cuestionar su poder. Y es la razón de que reaccione con tanta violencia cuando surgen proyectos democráticos y plebeyos. Los asesinatos de Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, y numerosos candidatos presidenciales durante la década de los años 80s y 90s del siglo pasado (XX), son la demostración de esa actitud psicótica y criminal.

Hoy Petro se proyecta como el próximo presidente de Colombia. Representa a fuerzas democráticas y populares que son una amenaza para esa casta dominante. El candidato de la oligarquía no da la talla. El denominado “centro” se difuminó fácilmente. Los ataques del gobierno Duque en vez de debilitar al candidato progresista, lo fortalecen. No valen campañas de miedo ni trampas, mentiras y embustes. Es un hecho que registran hasta las encuestas contratadas y manipuladas por el establecimiento oficial y los medios de comunicación comprados y a su servicio.

En cualquier otro país una situación de este tipo sería algo normal y no llegaría a los extremos que se viven en Colombia. Aquí, los niveles de beligerancia no tienen límites. El gobierno interviene impunemente en la campaña electoral. La cúpula de militares corruptos confrontan al candidato de la oposición. Y, lo más preocupante, la dirigencia del Pacto Histórico denuncia un plan para atentar contra la vida de su candidato. Es algo gravísimo teniendo en cuenta los antecedentes históricos.

Esta realidad lacerante obliga a que los sectores democráticos tensionen sus fuerzas. Hay que impulsar campañas de solidaridad a nivel internacional y asumir las más exigentes medidas de seguridad y de cuidado. Tanto Petro como Francia pueden realizar una campaña virtual usando los medios digitales y llamar al pueblo a apropiarse de la campaña en forma masiva y creativa. Es un deber velar por su vida y evitar que la oligarquía nos lleve a un nuevo baño de sangre.

Sabemos que el acceso al gobierno por parte de fuerzas democráticas y populares es el paso inicial para derrotar políticamente a las fuerzas de la muerte y de la corrupción. Se trata de empezar a desarmar materialmente a quienes no quieren la paz ni la reconciliación. No es una tarea fácil pero debe asumirse dentro del marco institucional existente, con absoluto espíritu democrático y total seriedad. Conocemos los riesgos y dificultades que ello implica pero no existe otro camino.

¿Cuáles son las circunstancias que hacen que sea tan difícil para la clase dominante colombiana –“aliada estratégica” del gobierno de los EE.UU.– aceptar que un gobierno progresista logre llegar a la primera magistratura de la nación?

Primero, esa oligarquía sabe que este país es un volcán que ha acumulado demasiada energía potencial y que cualquier válvula de escape se puede convertir en una explosión de grandes dimensiones. El nivel de pobreza, desigualdad e injusticia son su principal combustible.

Segundo, una buena cantidad de empresarios, terratenientes y políticos corruptos están comprometidos con los graves crímenes que se cometieron a la sombra de la guerra contra la insurgencia. El juicio que hoy tiene contra las cuerdas al expresidente Uribe los tiene nerviosos sobre lo que les podría ocurrir si un gobierno progresista fortalece en verdad el aparato de justicia.

Tercero, les preocupa el futuro de los enormes negocios (globales y locales) que giran alrededor de la economía del narcotráfico y de la violencia que se alimenta de esos recursos. No les cabe en la cabeza que un gobierno que ellos no controlan pueda develar el entramado de intereses oscuros que se han armado entre las cúpulas económicas, políticas, militares y las mafias narcotraficantes.

Cuarto, sus patrones estadounidenses están preocupados frente al momento geopolítico global. La guerra en Ucrania, la crisis económica (estanflación), el cambio climático y demás variables que prevén una aguda inestabilidad política mundial, los pone a la defensiva frente a la posibilidad de que un gobierno progresista ponga a Colombia a la cabeza de un nuevo alinderamiento de América Latina por fuera del control del imperio norteamericano.

No es casual, entonces, que acusen a Petro de ser “una amenaza para la democracia”, “un enemigo de la nación”, “un peligro para las instituciones” y demás apelativos descalificadores y ofensivos. Y todos sabemos que en un país en donde los grupos armados ilegales tienen un amplio control territorial y comprobadas relaciones con cúpulas de las fuerzas militares del Estado, esas denominaciones se constituyen en un abierto llamado y en una orden de atentar contra Petro.

Por todo lo anterior, hay que reiterar que la oligarquía colombiana siempre ha actuado de esa manera sin que sus altos representantes se “unten” de sangre. Así es como han defendido sus intereses y privilegios frente a quienes ellos consideran sus enemigos. Y también, debemos decir que todas las clases dominantes del mundo lo hacen cuando lo pueden hacer. Solo que unos son más taimados que otros. Y los taimados son mucho más peligrosos.

No obstante, no podemos caer en la provocación o en el terror. Todo apunta a que las fuerzas de la vida pueden derrotar política y electoralmente a las fuerzas de la muerte. Y de acuerdo a todas las evidencias, pueden hacerlo en la primera vuelta (29 de mayo). El momento es crucial para avanzar por vías democráticas y pacíficas, apoyándonos en la organización y la movilización popular y desechando cualquier tipo de aventura.

¡Colombia va ser una potencia de la vida y va a derrotar la muerte!

Nota: La extradición de afán y a las carreras de alias Otoniel, es una confirmación más del miedo que tiene el establecimiento corrupto y mafioso de que se conozca la verdad. Se asimila a la desaparición de alias Matamba. Todo es oscuro con este gobierno.

 

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