Por estas épocas en Bogotá la democracia se vuelve a enfrentar a la necedad anacrónica de los amantes de relativizar la ‘vida’ que es fundamento moral y legal de nuestro país. La democracia como principio constitucional está hecha, aunque casi nunca se le haga caso, para poder elegir y encontrar en el ejercicio del voto una personificación de las aspiraciones colectivas atravesadas por las necesidades creadas por el desenvolvimiento de la historia en territorios y sociedades. Sin embargo, debe ser claro para todos que la democracia es y siempre deberá ser mucho más que el ejercicio electoral.
La matanza de toros como espectáculo (que tiene lugar en una ciudad, que es de todos, y en un espacio público, o sea, también de todos) ha sido cuestionada. Es decir, que a la legitimidad que dicha aberrante práctica encontraba en la supuesta herencia cultural y tradicional de épocas virreinales se le acabaron las baterías generacionales. Sumado a esto, es imperativo señalar que la tortura de toros como un pretendido escenario en el que se desenvuelve la libertad de expresión de un par de sanguinarios, incapaces de sentir un mínimo de empatía con quienes entran a la arena a ser humillados y asesinados por un traje de lentejuelas, ya no representa ni mucho menos un argumento afirmativo y validador de la muerte, algo que parecería ser elemental. La libertad de expresión y la matanza ni siquiera parecen encontrarse lógicamente en el lenguaje, mucho menos en lo legal y muchísimo menos en lo cultural.
Pese a todo lo anterior, se viene para la ciudad un escenario crucial, una prueba de fuego para medir las fuerzas de lo que podría ser una vocación democrática de los bogotanos. La consulta popular es un mecanismo ciudadano garantizado por la constitución nacional que garantiza –la mayoría de las veces– que la opinión colectiva y los sentires de la comunidad sean vinculantes dentro de la ley colombiana y, en este caso, bogotana. Entender que los espacios y mecanismos democráticos deben ser la base de la construcción plural de ciudad es fundamental para dimensionar la importancia y necesidad histórica de realizar la consulta popular que, por cierto, ya está siendo revisada por el Concejo de Bogotá. Esto no se trata de animalistas contra amantes de la muerte, esto no se trata de develar el nivel del polarización que en la ciudad se manifiesta alrededor de un sinfín de debates. Ahora es determinante poner a la democracia –como reivindicación– por encima de las ideologías, y es a partir de ello que se hace evidente la urgencia de realizar la consulta popular. Si no es la ciudadanía quién decide qué hacer con los espacios públicos y la ciudad misma ¿Entonces quién? ¿La tradición? ¿El procurador? ¿Una corte levitante y desarticulada del sentir bogotano? Esto se trata de la ciudadanía, no en contra de alguien o algo, sino a favor de sí misma.
Y sí, hay que aceptarlo, la consulta popular aparece como anti-taurina por quienes le posibilitamos: activistas animalistas organizados y no organizados, de izquierda, de derecha, de centro, cristianos, ateos, evangélicos. En fin, ciudadanos. Aquí no estamos haciendo favores políticos ni recibiendo ordenes de gobiernos de turno o campañas electorales. Aquí estamos los jóvenes, los viejos, los hombres, las mujeres, los vegetarianos, los estudiantes, los pensionados, los del norte y los del sur, porque a fin de cuentas ninguno de esos aspectos resulta ser demasiado determinante cuando de ejercer la democracia y construir ciudadanía deliberativa se trata. Si usted es de los que piensa que esa iniciativa de la consulta popular es una artimaña política más de Petro y su Bogotá Humana por favor apártese por un minuto de su anti-petrismo omnisciente y deje de subestimar la capacidad organizativa e histórica de quienes habitan con usted ésta ciudad. Es casi un hecho la realización de la consulta popular en Bogotá, como animalistas, pero más como ciudadanos, hemos estado moviéndonos en la arena de la burocracia legal como en la arena popular, en los barrios y las calles bogotanas porque de ello se trata viabilizar la consulta, la democracia. Si el veredicto de unos magistrados no nos aplacó, mucho menos vamos a permitir que de las instituciones –generalmente ajenas a la ciudadanía– dependa el ejercicio deliberativo de los bogotanos, porque desde abajo es que hemos venido construyendo la ciudad para la paz y la vida digna para todos. Ahora la lucha es por los animales no-humanos, pero ¡Ojo! Que eso no es una lucha electoral. Insisto en que la consulta popular no tiene una esencia animalista, como mecanismo su esencia es meramente democrática y, por lo tanto, pluralista. Es por ello, que más allá de ser animalistas, como fieles creyentes en la democracia como metodología para la paz nacional y local es que promovemos la consulta popular, que puede ser anti-taurina o taurina o torera o animalista o torturadora o lo que usted quiera pero, ante todo, va a ser un mecanismo que siendo ejercido por el grueso de los bogotanos desempeñará el papel histórico de validar a la ciudadanía, empoderarle como dueña del espacio y decirle al país que aquí, en Bogotá, la ciudad es construida conjuntamente por el mandato ciudadano y popular.
Mateo Córdoba, miembro de #BogotáSinToreo
Twitter: @DurkheimVive
