Otra vez vuelvo a escribir sobre El Calvario, esta vez como un ejercicio periodístico que en el trasfondo tiene una intencionalidad política, pero ¿qué artículo, noticia o informe en prensa no tiene una intención de este tipo? Pero bueno, no nos retrasemos más, entremos en materia.
Esta es la quinta vez que me aventuro a entrar a El Calvario; pero nunca lo he hecho solo, siempre he contado con el acompañamiento de personas como don Carlos y don Fernando, líderes del sector, férreos acompañantes y garantía de seguridad. Sin ellos, probablemente, no hubiera sobrevivido allá, puesto que, a este barrio no entra cualquiera y menos si se va por mero ocio.
En cuanto a nuestros acompañantes no van de gratis, aunque en las cuatro o cinco veces que nos hemos visto el motivo de la misma ha sido distinto, la intención no varía: visibilizar una enorme problemática social agravada por unos pocos, donde, actos de expropiación, desplazamiento y marginalización se cometen justificados por el proceso de renovación urbana que, en la actualidad, atraviesan los barrios del centro viejo de la ciudad, algo que no es otra cosa que un acto de gentrificación a gran escala.
Así, el paisaje de El Calvario se ha visto modificado en los últimos días. Cada vez son más las casas de adobe destruidas que le dan paso a lotes baldíos y cercados con alambre, los cuales quedan a la espera del dilatado inicio de la construcción del tan esperado proyecto de renovación urbana, Ciudad Paraíso, del cual, un grupo de privados, Alianza para la Renovación Urbana, espera con ansias el inicio de la lucrativa intervención para obtener los enormes beneficios de la transformación del centro de Cali.
De entrada, se piensa que El Calvario son solo decenas de casas destruidas habitadas por marginalizados, habitantes de la calle o consumidores adictos de sustancias psicoactivas ilegales, pero, el trasfondo de esta barriada es mucho más amplia: aquí conviven y subsisten recicladores, carpinteros, fabricantes de muebles, comerciantes, vendedores de insumos y familias enteras que generan ingresos de la red económica tejida en este barrio, panorama que al parecer ignora el proyecto de renovación urbana, dado que en los últimos años su plan de acción se ha reducido a expropiar, demoler, tapar y cercar.
Creo que, quizá, uno de los mayores agravantes es la nulidad y torpeza con que se ha actuado con relación a los habitantes de la zona, tratándolos como un grupo de marginalizados que merecen ser desplazados por el hecho que se oponen a un proceso que beneficia a las mayorías, algo que se aleja totalmente de las realidades que manifiestan el conjunto de vecinos del barrio. Aquí, como en muchos otros casos de la ciudad, los estereotipos actúan y generan dinámicas discriminatorias y de desplazamiento urbano en Cali, algo que no es novedoso.
Mientras tanto, el resto de los ciudadanos, los cuales se indignan por otro tipo de casos, como la violencia hacia las mascotas o la tala de árboles, actúan indolentes mientras aumentan las montañas de escombros en las calles del centro, las cuales son las ruinas de una vieja ciudad, olvidada en el tiempo y discriminada por su condición, sobre la cual se piensa construir una nueva urbe, a la fuerza. Este texto, por lo tanto, no es simplemente una denuncia, es una invitación a pensar sobre lo que acontece con quienes compartimos una ciudad, pagan impuestos y no han dejado de ser ciudadanos.
Con todo esto, ¿alguno de ustedes ha pasado una tarde en El Calvario? Quizá algunos sí, pero de la mayoría que pueda leer esto estoy casi seguro de que no. Tanto don Carlos y don Fernando, don Víctor Jaime, doña luz, Oscar, Javier y demás vecinos subsisten en sus viejas casonas, en sus bodegas de reciclaje, talleres de madera, almacenes de pintura, fabricas de muebles y más, viviendo al diario entre la cotidianidad, la incertidumbre y la resistencia, moviéndose al ritmo de la calle e igualmente afectada tanto por las elecciones presidenciales como por la euforia de la selección mundialista. Ellos también son ciudad, algo que se niega a reconocer el proceso de renovación urbana, los cuales desconocen, por ejemplo, las varias fábricas de muebles los cuales dan empleo a cientos de personas en una ciudad donde conseguir trabajo es toda una odisea.
Ciudad Paraíso es el proceso de la incertidumbre. Los tratos con la oficialidad son confusos, los procesos de negociación no llegan a acuerdos colectivos justos, se generan divisiones y los negocios son parciales y dilatados; las promesas hechas no se cumplen y el patrimonio se demuele por fuera del respectivo proceso, llegando a generar varios infartos. En últimas la renovación urbana termina siendo paranoia, con más interrogantes que respuestas y con un futuro incierto, mientras tanto, seguiremos pasando en el bus o el vehículo particular, emocionado, conmocionado o ignorante de lo que acontecen en esas pocas manzanas.