En el pasado, sobre todo en películas y novelas malas, era frecuente encontrar un personaje que decía: “Doctor, no me diga que tengo, ¡haga lo que hay que hacer!”. Hoy sigue siendo cierto que muchas personas prefieren no hablar de su enfermedad, haciendo muy difícil el deber educativo de todo profesional de la salud. Pero es todavía más difícil cumplir la segunda parte de la petición: hacer lo que hay que hacer. Los avances tecnológicos, nuevos diagnósticos y novísimos tratamientos imposibilitan una decisión simple en los problemas médicos más rutinarios. Entonces tenemos que hacernos, doctores y pacientes, muchas preguntas. La medicina de consultorio (¡que nombre más bien puesto!) se ha convertido en una conversación sobre opciones.
Paciente: no vaya al médico sin preguntas. Hace unos meses se publicó un artículo titulado “5 pasos simples para evitar que su caso se convierta en un misterio o caso médico raro”. Las recomendaciones eran: tenga copia de su historia, sea terco y persistente, vaya acompañado a la consulta, confíe en sus instintos, vaya preparado y haga muchas preguntas.
Tenga copia de su historia, sea terco y persistente,
vaya acompañado a la consulta, confíe en sus instintos,
vaya preparado y haga muchas preguntas
Colega: no se moleste con un paciente preguntón. Es cierto que en lo que llamamos sistema de salud actual no hay tiempo para contestarlas todas, pero intente hacerlo. Y no tema no tener respuestas para todas ellas, nadie las tiene.
Debemos sí subrayar que en la práctica actual de la medicina en todo el mundo se remuneran más fácilmente los procedimientos que las consultas, preguntas y respuestas. No quiero ser cínico, pero haga usted algo como médico y algo le pagarán. Dé respuesta a una pregunta y probablemente será olvidado. O le pagarán “alguito” después de una revisión exhaustiva por auditores y administradores. Esa es la medicina que han escogido nuestras sociedades y por eso tenemos tantas cirugías estéticas superfluas, cesáreas innecesarias, etc.
Todo esto es crítico en el campo de las cirugías electivas. Cuando empecé a preparar esta columna me hice, manejando hacia la universidad donde enseño, una pregunta que me sorprendió a mí mismo: ¿todavía existen cirugías electivas como cuando yo hacía el internado? Tuve que recurrir a un colega cirujano para aclarar el tema. Sí, me habló del tratamiento de la vesícula biliar inflamada, de la controversia entre stent o by-pass coronario, etc. Entonces me di cuenta que la decisión no era simplemente operar o no operar electivamente sino cuándo operar, cómo operar, con qué operar, etc. El problema es más complejo y las preguntas más precisas.
La agencia estadounidense de protección al consumidor Consumer Reports ha publicado una serie de recomendaciones al paciente enfrentado a una cirugía electiva. Vale la pena revisarlas:
Primero, pídale al cirujano una explicación detallada del procedimiento que se le ha ofrecido. Por ejemplo no es lo mismo histerectomía total que histerectomía radical. La mayoría de las personas se quejan del incomprensible lenguaje médico. Un procedimiento quirúrgico es la oportunidad para entender todas las palabras que su médico usa. Y no es que queramos usar palabras raras, son necesarias por su precisión. En todo caso si las palabras no sirven, que dibuje el procedimiento. Recuerdo las notas posoperatorias de mis viejos profesores y como muchas de ellas tenían dibujos de la intervención quirúrgica. No eran unos Leonardos da Vinci pero los dibujos eran claros. Sir Peter Medawar, inmunólogo y Premio Nobel por allá en los sesenta del siglo pasado, decía que todo buen científico debe ser un buen dibujante. Imagino que esa tradición se ha perdido con las computadoras y quizás debe ser rescatada en el consultorio médico.
Segundo, pregunte al cirujano por qué cree él que usted necesita ese procedimiento. No se satisfaga con la respuesta común “así se hace en estos casos”. Concrete la pregunta a su caso personal e individual: “¿por qué yo debo operarme?”. Los estudios de población establecen conclusiones con significancia, que es un término estadístico, para esas grandes poblaciones. Aplicar esas “verdades”, siempre provisionales, a individuos particulares no es siempre fácil ni automático.
Tercero, hable con su cirujano sobre riesgos y beneficios. Todos tenemos miedo de morir, aceptémoslo, entonces imaginemos escenarios alternos. Imaginar es la palabra clave. No tengamos miedo de imaginar para hacer una decisión. Yo decía a mis estudiantes que mis primeras palabras a un paciente serían: “Todos vamos a morir, siéntese a ver como atrasamos eso”. Aclaro que yo no tengo pacientes de carne y hueso, soy patólogo, por lo que puedo imaginar situaciones muy poco probables. Pero insisto que la imaginación es fundamental para evaluar riesgos y beneficios, el temor es un obstáculo para ello.
Cuarto, pregunte por alternativas. Nadie es dueño de la verdad, para usted en sus condiciones particulares, en medicina clínica. El artículo sigue con preguntas más concretas: ¿cuántas cirugías de esas hace usted? ¿qué anestesia usa? ¿qué pruebas de laboratorio necesito?, etc. Lo importante es preguntar.