El director de Cine, Ciro Guerra, en el año 2009 logró sacar adelante una película llamada ‘Los Viajes del Viento', en cuya trama, un juglar de la música vallenata hace un viaje desde las sabanas de Sucre hasta las estepas de la Alta Guajira solo para entregar un acordeón. Hermosa película que tuvo gran reconocimiento a nivel internacional. Incluso fue seleccionada en el Festival de Cannes de 2009 para competir en la categoría: Un certain regard (Una cierta mirada), pero a pesar de este logro, a Ciro poco lo reconocían en Colombia.
La película El Abrazo de la Serpiente (dirigida por Ciro), su Opus mágnum, fue estrenada en febrero del 2015, muy bien recibida por los críticos de Cine nacionales e internacionales. Sin embargo, a Ciro no lo conocían en Colombia hasta el punto que cuando solicitó exhibir la película en las salas de cine de Valledupar, se negaron a hacerlo por motivos estrictamente comerciales. En pocas palabras, la película no vendía boletas.
A Ciro no le colaboraron ni en su propio departamento. Ni siquiera tuvieron en cuenta que este director -- oriundo de Rio de Oro, Cesar y educado en Valledupar-- es un orgullo para la región.
Pero como dice la famosa canción de Diomedes Díaz, Mi Muchacho, “la vida es un baile que con el tiempo damos la vuelta”. La fama llegaría a Ciro y las manadas de arribistas y lambones a tratar de saborear las mieles del triunfo. El nombre de Ciro Guerra fue titular en los noticieros cuando la película fue nominada a los Oscar, en la categoría, Mejor película de habla no inglesa. De inmediato, hizo efecto dominó en las redes sociales y los demás medios de comunicación. De un momento a otro comenzaron a salir notas, entrevistas, artículos sobre Ciro Guerra y hasta el Presidente de la República lo felicitaba.
En los perfiles de Facebook, Twitter e Instagram de muchos colombianos se nota el “orgullo” por el logro del río cesarense. No es que esto sea malo o bueno, sino que de esta forma se puede apreciar el grado de arribismo que nos caracteriza a los colombianos.
Es una lástima que en Colombia, para que le podamos reconocer algo alguien, primero se tengan que dar cuenta afuera y así nosotros podamos creer en lo nuestro.