El reciente atentado terrorista del ELN a la Escuela General Santander, en Bogotá, nos recuerda, a todos los ciudadanos colombianos, que estamos en un momento crucial de nuestra historia como patria y como nación: escoger entre el camino de la paz o el camino de la guerra, o encontrar nuevos caminos para la resolución de conflictos.
Este atentado, que dejó 21 víctimas mortales y varias decenas de heridos, resuena a nivel mundial. El papa Francisco, la Unión Europea, la ONU, el CICR, entre otros, han calificado a este atentado de lesa humanidad. No existe ninguna justificación contra el dolor dispensado por este grupo criminal a las familias de los jóvenes fallecidos la semana pasada, los autores intelectuales deben recibir su castigo. Eso está claro.
Sin embargo, y contra todos los pronunciamientos condenatorios de estas organizaciones y de otras voces políticas, se abre un interrogante importantísimo sobre el proyecto de nación que tenemos en los años venideros: ¿cuál es el camino correcto para resolver los conflictos en nuestra nación?
El presidente ya tiene (o, al menos eso parece) una respuesta que deja aparentemente contentos a algunos colombianos. En su alocución presidencial del pasado jueves, Duque dijo que: “He ordenado el levantamiento de la suspensión de las órdenes de captura a los diez miembros del ELN que integraban la delegación de este grupo en Cuba (…) Esto significa la terminación inmediata de todos los beneficios otorgados a ellos en el pasado por el Estado”. Seguir el mismo camino que ya han recorridos los gobiernos sucesores al actual, que en más de 50 años llevaron una guerra inútil contra estas guerrillas y que como resultado deja un Estado fallido en su legítimo monopolio de la fuerza, es la propuesta de Iván Duque.
Se deduce entonces que los diálogos de paz entre el Gobierno y esta guerrilla, que se estaban llevando a cabo en Cuba, quedan automáticamente suspendidos. No se puede afirmar o dar por sentado que la violencia aumentará, lo que sí se puede decir es que para los dirigentes políticos o, como descaradamente los llaman algunos “padres de la patria”, se empiezan a agotar los caminos para la resolución de conflictos. ¿Cuál es el camino que deben tomar estos políticos?
El terrible atentando contra la institucionalidad del país produjo una marcha de grande magnitud a nivel nacional. En las ciudades principales, miles de personas marcharon en contra del terrorismo. A Colombia le duele que maten a sus policías, le duele que atenten contra su fuerza pública. Un atentado terrorista, como el que se dio en nuestra ciudad, no solo debe unir a la ciudadanía en un acto de rechazo y de repudio, también nos debe retar intelectualmente a buscar otros caminos para la resolución de conflictos, que aún desconocemos.
No obstante, y como se produce casi siempre con cualquier acontecimiento violento y trágico, esto hecho fue aprovechado por distintos actores políticos para sus fines e intereses. No es misterio para nadie que Álvaro Uribe, con su histeria contra la impunidad y con su furor incesante a la hora de hablar de guerra, ha estado firme en su posición de rechazo a los diálogos del ELN y el gobierno. Igualmente, lo estuvo con los diálogos de paz entre el actual movimiento político Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos. Este atentado terrorista legitima el discurso violento y de guerra del expresidente. En la marcha del domingo, Uribe comentó que el ELN está muy fuerte por culpa de Santos. Hoy, 21 de enero, Uribe y Pastrana piden al fiscal que investigue la relación de la campaña presidencial de Santos con Odebrecht. El expresidente sabe muy bien cómo mover las fichas en el panorama nacional. Y, yo como ciudadano me pregunto, ¿el escándalo del fiscal Néstor Humberto Martínez?, ¿La presunta manipulación a testigos? Y, ¿los tantísimos casos que nos interesan y aún no se resuelven? ¿Pretenderán estos poderosos ocultarlos con el atentado del ELN?
En este sentido, los colombianos debemos, de manera lúcida y analítica, descifrar y entender cuáles son las verdaderas propuestas políticas y cuáles son exacerbaciones de sentimientos, que no llevan a nuestra nación a avanzar en ninguna dirección. Debemos también abrir un diálogo sereno, pero profundo sobre los caminos que deberá andar nuestra azotada y sufrida patria en el futuro. ¿Deberá seguir la guerra entre los distintos bandos que se disputan el poder cada día? ¿50 años no fueron suficientes para demostrarle a millones de personas que la violencia no nos lleva a nada? El cinismo que se produce desde todos los bandos no dejará que Colombia avance favorablemente hacia el futuro. El grupo insurgente se atribuye este terrible atentado sin ninguna clase de pudor. El gobierno propone seguir la estrategia de antaño.
¿Cuál es el camino? Es la pregunta que se debería debatir en los medios de comunicación, en las universidades, en las calles, en los cafés.
Pido, por favor, que mis palabras no sean malinterpretadas. Repudio al ELN. Repudio la sangre derramada de las personas inocentes de este atentado, y de todos los otros. Repudio la guerra y las consecuencias que ella deja sobre las distintas generaciones de personas. Pero dar bala, tirar bombas y venderles miedo a los colombianos no es la solución. Como dije anteriormente, debemos, todos los colombianos, interesarnos en el tema y proponer salidas viables y sensatas para la resolución de conflictos. ¿Cómo? Ese es el gran interrogante y reto.