Cóndores no entierran todos los días paradójicamente no nació en el Valle, sino en San Juan de Pasto, la bien conocida capital de Nariño, en cuya principal universidad pública Gustavo Álvarez Gardeazábal se desempeña como profesor y como intelectual puro en proceso de formación o “como sujeto en proceso”, en términos de la filósofa y escritura búlgaro-francesa Julia Kristeva.
Pues bien, hace poco en una tertulia académica en la Universidad de Nariño, con la asistencia del escritor, periodista y analista Gustavo Álvarez Gardeazábal se celebró el cincuentenario de la novela que mejor narra aquel periodo nefasto que los colombianos resumimos bajo el término de “La violencia”, donde a nombre del trapo rojo y del trapo verde se iba asesinando por nuestras ciudades y en especial en los pueblos y la ruralía.
Allá, en Pasto, con el volcán Galeras por testigo, se hizo remembranza de la primera vez en que se publicó esta novela que tiene al Valle del Cauca por escenario y que viene a reflejar todo lo que estaba ocurriendo en nuestro país, en cuyo suelo los gamonales imponían a sangre y fuego sus credos políticos, religiosos y hasta leyendas sobrenaturales. Es así como don León María Lozano vivió y se fue al más allá con el aura de ser inmortal. Tiempos después el mismo Álvarez Gardeazábal nos puso al alcance al Útimo Gamonal, don Leonardo Espinosa, aunque yo pienso que estaba lejos de ser el último…
La oportunidad fue aprovechada para hacer la presentación de la edición especial de Cóndores no entierran todos los días, cincuenta años… Su autor no pudo contener la emoción y cuentan los que allí estuvieron que se derritió nervioso, lleno de recuerdos y entonces habló sobre los orígenes de su libro cumbre, de su paso por la Universidad de Nariño, de los amigos en Pasto, de sus paseos por la ciudad y de todo aquello que significó su vida con amaneceres con el volcán por faro.
Novela y referente fílmico
De Cóndores se habla y se continuará hablando más allá del tiempo y de las aulas, al punto que continúa siendo hasta un referente del cine colombiano profundo, de ese cine que se aleja del facilismo de los Paseos…, Muertos del susto… y muchas otras películas que hacen reír, pero poco te dejan.
Sin duda que la versión de Francisco Norden que tiene a Frank Ramírez en el papel principal ha permitido que más personas se interesen por el libro. Son 90 minutos donde se retrata: “La violencia (que) se inició a raíz del asesinato del caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Ese día comenzó una época tenebrosa, que debía de durar cerca de 10 años y en la cual cumplieron un papel macabro los asesinos a sueldo, los llamados pájaros, tales como León María Lozano, personaje central del filme —quien al comienzo fue un modesto empleado y un fervoroso católico— morirá abrazado por las llamas de los demonios que él ayudó a concebir”.
La anterior descripción aparece en la contracarátula de la película, la misma que se ha llegado a vender en DVD en supermercados y almacenes de cadena o grandes plataformas como les llaman, gracias a iniciativas de Proimágenes con otros asociados.
Desde otra orilla
Cóndores no entierran todos los días no solo inspira al cine, sino que también ha sido referente en ensayos, tesis de grado, historiadores y hasta punto de partida para proyectos literarios y libros de análisis profundos en citas con la historia como lo hizo el historiador, académico periodista y dirigente político tulueño Omar Franco Duque en su agotado libro Carta suicidad de Tuluá, en cuyas 165 páginas cuenta las andanzas de León María Lozano lejos de lo novelesco y lo pone a la luz de la historia.
El mismísimo Álvarez Gardeazábal en el prólogo titulado “La historia contra la novela” le hace un tremendo reconocimiento a Franco Duque, sin que la historia niegue la novela, porque son tratamientos bien diferentes. Y los traigo a este momento para significar la importancia de la obra que llega a sus 50 años y que debiera ser lectura obligada en el Valle, al menos… Claro que el autor no ha sido profeta en su tierra, pues Álvarez Gardeazábal no es querido en ciertos círculos del poder en el Valle, como él mismo lo ha reconocido múltiples veces.
Basta con decirles que su “Cóndores no entierran todos los días” tuvo que ir a ver la luz en Nariño en la universidad insignia de ese departamento y no en la Universidad del Valle en la que también fue un controversial y controvertido profesor.
En el prólogo del libro de Omar Franco Duque, el escritor Álvarez Gardeazábal se despoja cualquier pretensión e ínfulas y reconoce el aporte desde la historia a esta leyenda del mundo real. Precisamente en uno de sus apartes se puede leer: “Este libro de Omar Franco me desmiente como historiador, pero me consagra como novelista. Si fue capaz de inventarme un mundo y unos espacios, unos personajes y unas circunstancias sobre los que el texto comprueba que no sucedió, y el producto es una novela que va volviéndose inmortal, leída por casi medio siglo y comentada y estudiada generación tras generación, mayor gloria no podía pedir”…
Cuando plasmó esas letras faltaba para llegar al cincuentenario, el mismo que se cumple y, como lo marca el destino, el sino y la tendencia, el primer reconocimiento a la novela y a su autor por este tiempo de inmarchitable presente se le rinde afuera y no en el Valle.
Ya llevamos cincuenta años leyendo Cóndores… y enterrando alguno de vez en cuando por los achaques del tiempo y la edad… y víctimas “de los mismos demonios” que ellos ayudaron a concebir…