Un ecuatoriano ilustre: don José María Velasco Ibarra -amado por muchos y odiado por tantos- fue presidente de su país en cinco oportunidades. Decía que uno de los cometidos que debe sugerirse el político es la serenidad en el poder.
Murió en la pobreza total a los 86 años, a pesar de haber sido presidente; no tenía una sola posesión material. Un ejemplo para los que consideran que la ostentación y la riqueza son consustanciales a la función pública; creería que al contrario, la humildad y el poder terminan siendo la combinación más atractiva, pues uno admira más el rancho de Mujica que la Torre Trump.
Dicen que el filósofo griego Diógenes, a plena mañana y con sol radiante, salía por las calles de Atenas con una lámpara; cuando le preguntaban para que lo hacía, respondía que andaba buscando hombres honrados, que la luz del día era lo que hacía más difícil de encontrarles, pues las máscaras los vuelven más complejo de localizar. Y él fue un presidente honrado.
Se puede aspirar a cualquier posición pública, se puede incluso ser presidente más de cinco veces, pero si eres de los que piensa que en la administración está la riqueza, cuando Diógenes te eclipse con su lámpara tendrás que decirle que tú no eres lo que él anda buscando.