En aras de la sanidad mental, diseccionaré cinco de ellas:
1. Colombia le debe hasta el nombre a Venezuela
Hay chavistas entregados que lo aseguran, aunque tal cosa ni siquiera invite al escrutinio, sino a la risa. ¡¿Cómo es posible que en aquellas tierras no tengan noticias de Colón?! ¡La gente tendría que vivir en Babia o en Narnia… o en Venezuela! En fin, Cristóbal Colón, por si fuera necesario aclararlo, no nació en Venezuela, sino en Italia, probablemente en la ciudad de Génova; como cosa curiosa, Venezuela significa “pequeña Venecia”, y, aunque no me lo crean, camaradas y camarados, Venecia es otra ciudad de la omnipresente Italia.
Siguiendo con las revelaciones, Colón es recordado por algo más que los retorcijones: al ilustre almirante se le endilga el haber descubierto que entre Europa y Asia hay un continente... este continente. Por lo demás, el bueno de Colón no hizo nada más, pues en contra de lo que se cree, en esos tiempos de oscuridad, los que creían que la tierra era plana eran menos que quienes lo creen ahora.
La lógica revolucionaria tras razonar o racionar refutará que si Colón hubiera descubierto América, Colombia sería un continente, y tendrían razón: Colombia fue un continente. al menos por un tiempo. La última palabra la tuvieron los atlas, quienes llamaron “América” al nuevo continente, en honor del cartógrafo Américo Avespucio (¡sí, otro italiano!). Pese a todo, el nombre de Colón nunca ha sido relegado al olvido: en el siglo de las luces cuando los poetas hablaban de “Colombia” o de “Columbia” se referían a América, y no pocas veces pasó de ser la leyenda de un ideal elevado a figurar como una ciudad o un país de los más mundanos.
Despejadas las dudas sobre el nombre, es hora de hablar de la criatura, de la génesis de Colombia, de su historia que como toda historia siempre es contada mal y hasta la mitad, pero que los bolivarianos recuerdan mal (¡pero que muy mal!), porque Colombia no le debe su independencia a la viveza de un hombre, sino a la muerte de cientos de miles. Además, combatió a sus opresores con sus propios medios, que si bien no eran muchos “reales”, fueron suficientes para patrocinar la campaña que dejó sin realistas a Venezuela y a buena parte de Sudamérica. No obstante, cada revolucionario está en su derecho de celebrar al libertador que entregó al justo Miranda, así como de acusar de traidor a Santander, un hombre que si bien pudo jurar fidelidad a un presidente, nunca fue vasallo de ningún rey.
2. La guerra económica o guerra de quinta… generación
Es un hecho que a la Revolución Bolivariana no le hace falta imaginación, quizá es lo único que no haga falta en Venezuela. Yo lo tengo por cierto desde que me enteré por boca de varios chavistas de que Colombia le ha declarado la guerra a Venezuela, la “guerra económica”; una guerra de la que no se sabe nada en Colombia y de la que no se sabe más en Venezuela.
A decir verdad, la de Venezuela es una economía de guerra, pero qué quiere decir el chavismo cuando habla de una “guerra económica”. Si se toma en sentido figurado, se ha de creer que los perjudicados son los tesoros de los Estados, pero las leyes (al menos las colombianas) estipulan que sus rateros, escogidos por la tribuna o a dedo, deben ser ciudadanos de un solo Estado. Así pues, quien mete mano al bolsillo de los venezolanos no es otro que el gobierno venezolano; si bien los mal pensados podrían pensar en el gobierno chino, ruso, cubano, en los de las otras islas del Caribe, acaso en el nicaragüense o boliviano, pero nunca en el colombiano.
Por otra parte, si se toma la tal “guerra económica” de una forma literal se habrá de concluir que la guerra más económica es la que no se hace, es decir, que la “guerra económica” es una guerra imaginaria. Y debe ser así, no puede ser de otra manera: nadie ha visto un “bloqueo” tan extraño como el de Venezuela, la cual puede vender crudo, su único producto, a todo el mundo, incluso a quienes la “bloquean”; y es evidente para cualquiera (menos para los generales del chavismo) que el sabotaje continuo de la petrolera estatal venezolana, que se dedica a todo, menos al negocio del petróleo, es un “trabajo interno”, y uno de los pocos que es bien pagado en Venezuela.
En conclusión, todo apunta a que en la conspiración que hace que los precios del mercado no se ajusten a los gastos del Estado venezolano solo hay un gobierno involucrado. Por supuesto, con su acostumbrada tardanza, la comunidad internacional no ha tardado en sancionar a un gobierno tan intrigante, pese a que el chavismo ha vociferado que las sanciones en contra de funcionarios venezolanos son en contra del pueblo venezolano; algo que ya no sorprende ni al pueblo venezolano, que vive en carne propia la lógica de los gobiernos socialistas, la lógica de “lo mío es mío, y lo tuyo, de los dos”.
No obstante, como el gobierno bolivariano es un púgil al que le gusta darle nombre a su sombra y su colombofobia nunca descansa, en la otra esquina siempre ve a Colombia, que siempre le viene de perlas, pues una frontera invisible es el mejor campo de batalla para una guerra no declarada. Por allí salen, denuncia el chavismo, los recursos que podrían sostener a tres Venezuelas, y por allí entran, asimismo, las pocas necesidades que padece Venezuela. Y ¿cómo no?, la prima de la Guardia Nacional Venezolana, que es la madre de los llamados “bachaqueros”, esto es, de los contrabandistas.
Usar el contrabando entre Colombia y Venezuela, un fenómeno que nació con la frontera, como prueba de una guerra recién inventada, solo demuestra como el chavismo subestima a quienes gobierna; eso sin hablar de otras historias más peregrinas, como la que asegura que detrás de una etiqueta colombiana siempre hay un producto venezolano. Aun así, las locuras del chavismo tienen un tufillo de confesión, por ejemplo, cuando señala que una resolución del gobierno colombiano legaliza el contrabando, uno no puede dejar de preguntarse qué entiende el gobierno venezolano por contrabando.
Las ideas del chavismo darían hasta risa, sino tuvieran consecuencias tan trágicas: ¿cómo olvidar cuando Maduro descubrió que la oligarquía colombiana quería, de nuevo, dejar sin un bolívar a los venezolanos, y dejó sin validez el billete de mayor circulación y denominación, para luego, tras una semana de saqueos, darse cuenta de que no tenía como reemplazarlo? A propósito, chavistas, los bolívares en Colombia se convierten en aviones y barquillos, pero de papel: si dejan atrás la tierra de Bolívar, cambien sus bolívares en las casas de cambio, pues ni en Bogotá ni en Medellín ni en Barranquilla le dan valor al bolívar; nada saben los celadores del Banco de la República sobre la “bicicleta cambiaria” y empezar a gritarles “Dolar today” solo hará que llamen a la policía. No es que nadie los quiera ayudar, queridos chavistas, sino que no pueden pretender que en Colombia se valore un bolívar como no se valora en Venezuela.
3. La cantidad de colombianos en Venezuela
Esta mentira corre pareja con el éxodo de venezolanos: conforme crece el número de venezolanos que pasan a Colombia, así el chavismo saca millones de colombianos del sombrero. Últimamente lo hace de una manera tan exponencial que ya no se sabe si quieren vender la idea de que Colombia le pide visa a los colombianos o dar a entender que Maduro es el presidente de Colombia. Para dejarlo claro, amigos bolivarianos, dejemos a un lado las declaraciones de tal o cual funcionario y cotejemos con datos duros lo que se sabe en uno y otro lado: en el año 2005, según el censo colombiano, había 625.000 colombianos en Venezuela; en el 2011, según el censo venezolano (el último hasta la fecha), había 721.791 colombianos en Venezuela; esto quiere decir, si se cruzan las cifras, que en seis años migraron 96.791 colombianos a Venezuela.
Ahora bien, si pasados otros seis años se mantuvo invariable el flujo migratorio, se podría presumir que en el 2017 habían 818.582 colombianos en Venezuela. Es una cifra grande, pero está lejos de los millones que el chavismo tanto cacarea. Por lo demás, en esos seis años sí que pasaron cosas extraordinarias en Venezuela, pero entre ellas no recuerdo una sola que alguien, en sus plenas facultades mentales, quisiera conocer de cerca.
Los chavistas, sin embargo, son especiales: antes de darle crédito a sus dedos prefieren hacer cuentas alegres y seguir viendo un faro en el farol que hoy es Venezuela; incluso algunos de los que están lejos de ella mantienen su particular punto vista. Es algo curioso y trágico, pero en Colombia sobran los catetos que ven a un colombiano en cada esquina de Venezuela; y los que, encima, hablan de desplazamiento forzado. Ah, pero una cosa sí es verdad: en Venezuela hay colombianos que valen por dos, por tres, por cuatro o por ocho millones quinientos mil, como el señor Juan Carlos Tanus, presidente de la asociación de colombianos en Venezuela, una asociación tan virtual como los colombianos en Venezuela, pues no pudo convencer ni a los treinta mil colombianos que podían votar en Venezuela para que en la pasada consulta votaran por él.
Quizá el señor Tanus debería captar a los colombianos que de verdad viven Venezuela: podría empezar por el centenar que está recluido en una cárcel porque la justicia venezolana no tiene cómo acusarlos de que son paramilitares, esa pobre gente está entre la espada y la pared, entre un fanatismo que cree a raja tabla en la presunción de culpabilidad y carceleros que los ven como la última cena. Menos mal que no se puede hablar de xenofobia, ya que otra es la Venezuela del Eln; del partido, y la partida, de las Farc, que tiene más militantes en Caracas que en Bogotá; o de las marimondas que están detrás de Telesur, el primer canal de noticias para evadirse de la realidad. La verdad detrás de esta mentira es que en Venezuela hay mucho colombiano sobrevalorado… Pero, chavistas, téngalo por seguro: de faltar tantos colombianos, Colombia, salvo en las horas pico, los echaría mucho de menos; no sé si como para hacer impagable el pasaporte, como en Venezuela, pero en verdad los extrañaría.
4. En Colombia odian a los venezolanos
Esta es una mentira que solo pueden creer los venezolanos que se han quedado en Venezuela, porque los que han salido han comprobado que en Colombia no hay un odio generalizado por los venezolanos, ni siquiera por los que, desplazados por el chavismo, siguen llamándose chavistas. El colombiano del común no es racista ni xenófobo, derrama su odio indistintamente sobre todo el globo… ocular: al negro lo deja en blanco, al blanco se la pone negra y al indio le enseña lo que es la malicia indígena.
Más allá de la frontera, el venezolano no puede acusar al colombiano de xenofobia, solo de indiferencia, pues, para la Colombia interior, los venecos solo son otros costeños; una impresión que no es ni buena ni mala, sino solo una impresión, pues así como hay costeños que la embarran, hay otros que le lavan la cara a la nación.
Por cierto,“veneco” no es un acrónimo intrincado de colombo-venezolano, “veneco”, desde tiempos inmemoriales, ha sido el de Carabobo, el de Maracaibo, el de Caracas y hasta el margariteño. “Veneco”, que yo sepa, no tiene otro significado que “venezolano” y es tan peyorativo como pueda serlo el mismo gentilicio, ni más ni menos. Lo que no quita, claro, que el colombiano sea muy nacionalista; aunque su nacionalismo sea algo diferente del de los demás: el colombiano cree que en ese mísero pedazo de tierra que se llama Colombia se concentran todos los males de este mundo. No sé si eso está del todo mal. Por lo pronto, no se metan en problemas y sean buenos chavistas: dennos la razón, pero no nos digan la verdad.
5. Las siete bases militares del “Imperio” en Colombia
Esta mentira la soltó el badulaque de Chávez en el 2009 y ha podido llegar hasta el 2018 por la rigurosidad periodística del zurdaje latinoamericano: nueve largos años han sido testigos imparciales del compromiso de los medios alternativos con la verdad, de cómo nada ha cambiado y una mentira dicha muchas veces se vuelve una verdad. Esta mentira, como tantas otras, se origina en la exagerada admiración que profesan los revolucionarios por el “Imperio”, una fascinación que los lleva a ver un vibrador en un inocente pepino. El inocente pepino de esta historia fue la ampliación de un acuerdo entre EE.UU. y Colombia que Chávez tomó como la cuota inicial de una invasión a Venezuela, el preámbulo, en su humilde opinión, de la tercera guerra mundial.
Como era usual en él, el airado comandante declaró que vientos de guerra comenzaban a soplar, pues el Imperio, desencantado de los portaaviones, iba a poner en Colombia siete bases militares, llenas de marines y aviones espías, para desgarrar su soberanía. Advirtió además a sus pares que los yanquis no pararían ahí, pues las bases estarían regadas por toda Colombia: que en en el Atlántico, que en el Pacífico, que en el Amazonas; no habría un lugar de Suramérica al que no pudieran llegar. Sin embargo, para desgracia del difunto comandante y el muy vivo Foro de Sao Paulo, las bases no eran entonces un proyecto, sino una realidad; algunas incluso estaban allí desde la época colonial.
Aunque a algunos chavistas les cueste digerirlo, al Estado colombiano se le ocurrió, antes que a los yanquis, instalar bases militares en territorio colombiano: antes de aquel dichoso acuerdo había una base en Larandia; existía ya la base de Apiay; pueden estar seguros de que no fue abierta ayer la de Malambo ni la de Palanquero; es más, no hay un colombiano, joven o viejo, que no haya escuchado del complejo militar de Tolemaida; y no puede haber sorpresa con la del Pacífico ni la de Cartagena, esta última es hogar de la Armada y de la escuela naval Almirante Padilla; prócer al que, por cierto, Venezuela le debe (según la lógica chavista) poderse bañar en el mar.
De manera que no hay porqué temer a estas siete bases militares, porque hay muchas más. En realidad, el acuerdo del Armagedón pretendía aumentar el número de militares y contratistas estadounidenses en esas bases, los cuales podrían llegar a ser, como máximo, ochocientos, una cantidad que, pese a la admiración e ineptitud de las huestes de la revolución, no podría llevar a cabo una invasión, pero que requeriría, como es apenas lógico, la adecuación de algunas bases y el alargamiento de algunas pistas, para aviones de carga… Y, ¿quién sabe?, a lo mejor para aviones espía, aunque al “Imperio” le habría salido más barato echarle un ojo a la tierra de Bolívar por medio de imágenes satelitales o por drones; estos últimos no necesitan ni de pistas, cuando mucho de un buen brazo o una catapulta.
Pese a todo, este acuerdo solo fue aprobado por los contrarios al mismo, pues al poco tiempo de ser firmado la Corte Suprema, tras un concepto adverso del Consejo de Estado, que tenía sus reservas sobre su legalidad, lo declaró inconstitucional y dejó su aprobación en manos del Congreso. Algo distinto de lo que pasa en la República Bolivariana de Venezuela, en donde las Fuerzas Armadas solo le rinden cuenta a los tábanos cubanos y a los narcoguerrilleros colombianos.
Pues bien, eso es todo. Si algunos chavistas ya lo sabían, espero que también sepan que en Colombia ya no caben más ignorantes: se les agradecería que dejen a Chávez en Venezuela.