En el primer semestre del 2016 asesinaron en Colombia a más de 400 mujeres sólo por su género. Las agresiones físicas superaron las 20 mil y se registraron más de 2.000 violaciones. El desprecio hacia la mujer es una práctica que se extiende a todas las capas de la sociedad y que permea las redes sociales. El matoneo y las amenazas que le han aplicado en los últimos años a la escritora Carolina Sanín, la periodista Camila Zuluaga, y a las políticas Ingrid Betancourt, Piedad Córdoba y Gina Parody en redes sociales evidencia que en Colombia todavía está muy bien vista la misoginia:
Ingrid Betancourt: Cuando fue secuestrada a principios del 2002 en las inmediaciones de San Vicente del Caguan, muchos dijeron que ella misma se lo buscó. En los seis años que duró en la selva, mientras en Francia se cansaron de marchar para pedir su liberación, en Colombia nadie la reclamaba. En la época en donde Alvaro Uribe alcanzó el 80 por ciento de popularidad sólo porque había intensificado la guerra con las Farc, pedir una negociación con la guerrilla podía convertir a un ciudadano en sospechoso de terrorismo. Después de la Operación Jaque su nombre quedó proscrito primero porque no le agradeció lo suficiente a Uribe, segundo porque demandó al Estado y tercero había tenido relaciones con un gringo mientras estaba secuestrada y, lo más grave, estando casada con un hombre que no quería. En el 2010 publicó No hay silencio que no termine, el mejor libro que se ha escrito sobre qué significa estar secuestrada por las Farc. En Francia fue un éxito de ventas, en Colombia nadie lo leyó. Ingrid era altiva, orgullosa, insolente e inteligente, atributos que se convierten en defectos si la que las ostenta es una mujer.
Carolina Sanín: la mayoría creen que es una amargada, resentida y solterona que lo único que hace es disparar a diestra y siniestra desde su tribuna en Facebook. Nada más lejos de la realidad. Sus trabajos sobre Fernando Gonzalez, filósofo precursor del Nadaísmo, su conocimiento sobre El Quijote, y Los niños, su novela publicada en Siruela, una de las editoriales más prestigiosas en lengua castellana, la convierten en una autoridad intelectual en el país. Desde su columna en Arcadia poco a poco se sitúa como una punzante y acertada crítica de cine. El acoso y los insultos que recibe por redes sociales llevó a que se le asignara protección policial que acaba de ser removida después de que un juez, en segunda instancia, la condenó por sus estados de Facebook.
Gina Parody: A la ex ministra los millones de cristianos que tiene el país no le perdonarán jamás que se haya atrevido a pedir que no sean matoneados en las aulas de clase los niños que tienen tendencias homosexuales. Se le cuestionó el haber sacado del closet su relación con Cecilia Álvarez. Casi ninguno de sus detractores en redes sociales le cuestiona el haber estado metido el nombre de la familia en el otrosí del contrato Ocaña-Gamarra, ni las metas no cumplidas que tuvo siendo la Ministra preferida de Santos, ni los millonarios contratos publicitarios que firmó desde el Ministerio. No, a Gina se le odia porque es mujer y, horror de horrores, también es lesbiana.
Piedad Córdoba: A la ex senadora le pasaba, en los años en los que Uribe era presidente, que no podía entrar a un restaurante en Colombia sin que algún comensal se parara y le escupiera la comida. Estoica, se aguantó los insultos en los aeropuertos y que le gritaran en la calle que era la amante de Hugo Chávez. Piedad tenía tres defectos por las que estuvieron a punto de subirla a un cadalso y torturarla como si fuera una bruja: era negra, chavista y mujer. Mientras el país uribista la odiaba ella se convertía en la única luz de esperanza que tenían los familiares de los más de dos mil secuestrados que llegaron a estar en poder de las Farc. Eso no le importaba al colombiano promedio. Para ellos era sólo una negra gorda y guerrillera que nadie lloraría si un día un patriota decidía atentar contra ella. Lo peor es que el odio no ha disminuido un ápice.
Camila Zuluaga: A la panelista de la W no le creen ni los mismos periodistas. La consideran frívola y sobre todo insolente. Enfrentarla en el mejor programa radial de la mañana es todo un reto. Cuando entrevista está tan informada que se vuelve infranqueable como una muralla. A sus 30 años ya se acostumbró a los insultos en redes, a la clásica misoginia tercermundista que no le cree porque es bonita, porque alguna vez fue amiga de Daniela Franco en Padres e hijos. Con los insultos Camila se vuelve cada vez más fuerte, más dura, más incorruptibles.