“Una educación sin humanidades, prepara tan sólo para oficios serviles”— Nicolás Gómez Dávila.
Recientemente, el MEN tomó la decisión de cerrar 8 programas de licenciaturas de la Facultad de Educación en la Universidad del Atlántico. Una decisión que no me toma de sorpresa. Soy egresado del programa de Ciencias Sociales y Económicas en el año de 1992, siendo la primera promoción de diez semestres de la jornada nocturna.
En mi formación de pregrado tuve muy malos docentes en su gran mayoría. Muchos ausentistas, otros acosadores de las alumnas; otros que en su práctica pedagógica se evidenciaba su frágil preparación intelectual. Un profesor de historia clásica era alcohólico y con su tufo pretendía hablar a sus estudiantes del pasado de gloriosos pueblos. Presionaba a los estudiantes económicamente para seguir consumiendo licor. Era un episodio vergonzoso. Él simbolizaba la antiacademia. ¡Y pensar que muchos lo consideraban un sabio! Hasta mal presentado, todo en él se veía sucio, dando con ello el peor de los ejemplos a futuros educadores. Por otro lado, lamenté la situación de otro talentoso profesor: cayó en el infierno de las drogas y la universidad muy poco hizo por impedírselo. Tenía una gran oratoria y había publicado interesantes artículos. Pero su destino promisorio en la academia fue truncado por su adicción que lo fue apagando en su dimensión existencial. Es un caso triste, muy triste…
Por otro lado, tuve un profesor que pretendía enseñar geografía y al parecer publicó un libro. Cuando examiné su contenido, en una mala edición, observé que la primera parte contenía apuntes de clases mal organizados. Pero la segunda mitad eran unas fotocopias del contenido de una tesis doctoral de un prestigioso historiador norteamericano, presentándolas como de su autoría: era evidente el plagio. Una actitud nada ética para un académico nuestro.
Jamás leíamos a los clásicos. Ni tuvimos en contacto con las grandes obras de reputados filósofos o historiadores. Nunca, por ejemplo, alguien nos hizo leer a Carlos Angulo Valdés ó a José Agustín Blanco Barros, notables científicos y académicos del Atlántico cuyas obras hablan por sí solas. Ni siquiera un buen seminario que permitiera el desarrollo de nuestras potencialidades lectoras y escriturales. Salvo una excepción, la enseñanza de la geografía fue memorística e indiferente a la comprensión de los problemas relacionados con el desarrollo sostenible. Nunca vi en clases alguna referencia de los textos del IGAC (Instituto Geográfico Agustín Codazzi). A propósito de esto, lamento que la más importante ciudad del Caribe colombiano no tenga el pregrado de geografía que permita la formación científica de geógrafos profesionales, capaces de ofrecer una mirada interesante en los asuntos relacionados con la organización del espacio geográfico, clave para nuestro desarrollo como ciudad. Pero seguimos diciendo ingenua e irresponsablemente que Barranquilla florece para todos.
De igual manera, otros profesores tenían la conciencia enferma de un fundamentalismo ideológico- marxismo vulgar- que los convirtió en pseudointelectuales, y sobre todo dogmáticos incapaces de respetar la complejidad de los hechos sociopolíticos. Algunos de ellos acostumbraban a hablar con arrogancia, como ser poseedores de la verdad. Se creían los iluminados. Estoy plenamente convencido que esta ideología hizo mucho daño. Confundió a muchos jóvenes, y justificaban desde la academia, el ideal de la lucha armada. ¡Que espectáculo más triste! Jamás fueron capaces de escribir un original ensayo sobre el pensamiento de Carlos Marx o de los clásicos del marxismo que haya trascendido la deplorable condición de minoría de edad intelectual. En este asunto hay una terrible y nociva actitud de querer adoctrinar a los jóvenes con la intención de llevarlos a la militancia política y enajenar sus conciencias con turbios propósitos ideológicos que niegan el ideal de formación en el sentido gadameriano de la palabra.
Nada de lo anterior ocurrió bajo la Ley 550 y pienso que no puede esgrimirse como argumento válido esta razón para explicar la desidia de muchos maestros que ganaban muy bien, pero que traicionaron su vocación magisterial. Creo que jamás la tuvieron. Aquí el problema más importante sigue siendo ético, es decir, político. Porque una Universidad no debe permitirse a sí misma envilecerse y traicionar su sagrada misión de formar a generaciones enteras en los ámbitos de la ciencia, las humanidades o las artes, en el marco de una conciencia crítica. No hubo seriedad en esos propósitos. Es más, resulta curioso que una Universidad como la del Atlántico, que tiene pregrado en historia y maestría en este campo del conocimiento no haya escrito con todo el rigor de esta disciplina, su propio pasado en el cual dé cuenta de su memoria.
Sólo un pequeño puñado de maestros fueron positivamente influyentes por lo menos en su ejemplo como personas. Con algunos de ellos conservo el don de la amistad. Pero mi crítica va dirigida a la gran mayoría de aquellos que fueron irresponsables con la tarea que les delegó la sociedad en ese momento. Fracasaron en su misión institucional. Su actitud hizo más daño que bien…
No conozco en esos tiempos alguna significativa producción intelectual de ellos, o que hubiesen liderado interesantes proyectos de educación, con publicaciones en revistas académicas o científicas, con conferencias sobre los complejos problemas que afectan la condición humana de la sociedad contemporánea. No fueron capaces de organizar semilleros de investigación sobre problemas educativos, no cultivaron una mirada prospectiva como facultad. De igual manera, jamás animaron un debate sobre documentos de la UNESCO o del MEN en materia de educación. Algunos de ellos ya han muerto o están enfermos viviendo en el ocaso de sus vidas. Un inmenso vacío espiritual los acompaña. La universidad debe repensar su labor en nuestra sociedad y asumirla con elevada responsabilidad y criterio ético.
Por las anteriores razones, reitero que la reciente decisión del MEN no me sorprende. La considero necesaria y oportuna para que el Alma Mater despierte de su mediocre letargo institucional que parece no tener fin. Esto es un asunto serio que va más allá de cualquier actitud sentimental que muy poco contribuya al desarrollo de lo que es en verdad una universidad, un centro de formación de futuros profesionales. En años recientes los egresados de la licenciatura en Ciencias Sociales, ya no ven filosofía en su currículo, circunstancia que los ha debilitado en su formación profesional. El pénsum ha sido llenado con una extremada oferta de asignaturas pedagógicas, desarticuladas, y han descuidado el ámbito epistémico propio de las disciplinas de las ciencias sociales. Grave asunto. Vale la pena aprender de lo que es en verdad un centro de educación superior a partir de la obra del filósofo alemán, Karl Jasper en un hermoso texto titulado, Idea de universidad. Allí están las claves para retomar ese ideal que quiso llevar a cabo en su tiempo Don Julio Enrique Blanco de la Rosa, primer rector de UDEA en 1946.
Ojalá a esta sociedad a la que solo le interesa los resultados del equipo Junior y el carnaval empiece a tomar en serio el destino de su propia educación, porque es allí donde puede conjurar ese destino de mediocridad que la han conducido profesores mediocres como los que tuve en su gran mayoría.