En la mañana del 25 de febrero de 2020 nos informaron que el profesor Mario Bunge quien, en septiembre del 2019 había cumplido 100 años, se fue de esta tierra. Como Físico Matemático, dejó un legado, sobre todo en sus reflexiones sobre la filosofía de la ciencia, en especial sobre las tensiones entre ciencia y la pseudociencia.
En efecto, el filósofo argentino Mario Bunge fue un crítico profundo de aquello que, bajo el título de “ciencia” no lograba implementar con precisión y rigor el método científico. Para él ni la homeopatía, ni el psicoanálisis, ni la economía neoclásica, ni la psicología evolutiva son ciencia. Para Bunge esas prácticas debían llamarse “pseudociencias” pues, usando ciertos símbolos matemáticos o refiriéndose a teorías, pretendían ser ciencia cuando no eran capaces de proyectarse bajo leyes universales sino que evocaban la creación divina o la memoria colectiva. Tampoco se podrían considerar como disciplinas críticas pues no lograban someter sus especulaciones a prueba alguna. Por el contrario, se reconocen las pseudociencias por ser dogmáticas, rechazar la crítica y no someterse a los comentarios de sus pares antes de publicar sus hallazgos ni se presentan en seminarios ni de congresos abiertos a la comunidad científica.
En opinión de Bunge, reconocer, identificar y criticar a esas pseudociencias no podía ser algo aleatorio que pudiera dejar pasar. Para él, este tipo de prácticas debían ser combatidas pues se convertirían en un virus intelectual capaz de atacar a cualquiera. Aún más, considera que la pseudociencia podría llegar a ser una pandemia capaz de afectar a toda una comunidad. Lo más grave de ese virus, es que haría que una sociedad se voltee en contra de la investigación científica. En ese sentido, hasta el último día de su existencia, fue un defensor del método científico como una herramienta poderosa del ser humano para retar su capacidad intelectual y proyectar su realidad.
Recordemos que para Mario Bunge, la ciencia es el conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por ende falible a través de la cual el ser humano remoldea la naturaleza, sometiéndola a sus necesidades.
En ese sentido, el legado de Bunge nos ayuda a identificar diferencias entre ciencia y pseudociencia y nos permite tener abierto el debate sobre la forma en que entendemos la ciencia en Colombia en el siglo XXI. En efecto, en una sociedad como la nuestra en la que coexisten estructuras feudales, modernas y posmodernas, es válido seguir preguntándose: ¿bajo qué paradigmas vamos a proyectar los cimientos de una institución tan importante como el Ministerio de Ciencias? ¿Vamos a seguir estrictamente el método científico que defendió Mario Bunge hasta su muerte? o ¿Vamos a defender lo que Bunge llamó Pseudociencia? en caso positivo, ¿cuáles son los argumentos conceptuales que soportan tal decisión?
Por las intervenciones que se han conocido del Ministerio de Ciencias, parece que el gobierno está alejándose de la visión de Bunge de separar ciencia y pseudociencia. Dadas las implicaciones que tal decisión tendría y, teniendo en cuenta la advertencia de Bunge de la enfermedad que le puede causar a la sociedad la pseudociencia, es necesario que una decisión de tanto impacto en la identidad de la nación colombiana se concerte con la comunidad científica. Por lo anterior, hacemos un llamado a los líderes que ocupan hoy el Ministerio de Ciencias a abrir la discusión sobre ciencia y pseudociencia para que, ayudados por investigadores activos, se tracen caminos epistemológicos que ayuden al avance de la ciencia en el país.
