Cien días y dos premios
Opinión

Cien días y dos premios

Un país a la deriva, un premio al periodismo que pierde relevancia, y uno de Derechos Humanos convertido en Premio a la Politiquería

Por:
noviembre 21, 2018
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Los cien días de lo que por consenso parece ser la el vacío presidencial coinciden con los premios a las actividades que más influyen en el discurrir nacional, y que las reubican según la  importancia que hoy tienen.

Sobre el vacío presidencial se han pronunciado tanto por las vías de hecho las varias manifestaciones y movilizaciones que han mostrado el nivel de inconformismo del país, como los diferentes sectores productivos y académicos que lo han expresado mediante comunicados y análisis que destacan la falta de presencia, coherencia y liderazgo en la cabeza del ejecutivo. No vale la pena mayor comentario pues sería ‘llover sobre mojado’ repetir lo que ha tenido esto como despliegue.

El Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar ha marcado siempre la importancia de los medios de comunicación como constructores —que no simple reflejo— de la opinión ciudadana, destacando a quienes individualmente consagran como influyentes en la formación de la realidad nacional. El menor despliegue y promoción de los galardonados no se debe a una baja en su calidad sino justamente a que el poder que ese sector representa disminuyó ante la relevancia que han tomado las redes sociales como competencia del periodismo convencional.

El otro premio entregado el mismo día muestra también (o en cambio) cómo se desplaza el interés de un tema que durante algún tiempo había sido reconocido como prioritario y se sustituye por el resurgir de una costumbre que parece nunca abandonarnos. Me refiero al llamado Premio Alfonso López Michelsen que se otorga por méritos en el campo de los Derechos Humanos y/o el Derecho Internacional Humanitario, y que en esta ocasión se puede decir que se convirtió en el Premio a la Politiquería, entendida esta como la participación en el mundo político con el propósito de objetivos personales —de poder, de dinero, de figuración, etc. — y no en función del interés y del servicio público.

Aclaro que este comentario lo hago siendo parte interesada en debates en los que he sido contradictor de las actuaciones políticas del ahora premiado Dr. Horacio Serpa, pero que es mi condición de exjurado de tal premio, y el que este lleve el nombre de mi padre, lo que me motiva a sentar mi posición al respecto.

 

 

Digo que es el premio a la politiquería
porque la figuración de quién recibe el premio ha sido destacada, muy destacada
y no siempre muy bien calificada en ese campo

 

 

Digo que es el premio a la politiquería porque la figuración de quién recibe el premio ha sido destacada, muy destacada y no siempre muy bien calificada en ese campo. Para quienes hemos militado ideológicamente en el que se llamaba ‘Gran Partido Liberal’ y quienes sin ser activistas del ajetreo político defendemos la necesidad de la institucionalidad de los partidos alrededor de unas orientaciones, programas y estatutos que les den identidad, el abandono de él de la línea socialdemócrata y su adhesión al gavirismo neoliberal actuando como dirigente y Director formal de la colectividad serían suficientes para descalificar su gestión política y registrarla como ‘politiquera’ (esto a pesar de los planteamientos de Roy Barreras según los cuales todo gran político se caracteriza por movidas de esa naturaleza).

En este caso sin embargo está de por medio además la calificación jurídica de parte del Consejo de Estado donde se pronuncia describiendo las acciones que ejecutó o acompañó como ‘deshonestas’, ‘contrarias al interés público’, ‘violatorias de la moralidad administrativa’, ‘contra los principios democráticos’, etc.

Pero lo que menciono es lo grave de la desnaturalización del sentido de reconocimiento que supone el premio que a él se le otorga cuando no se conoce en su trayectoria ningún hecho destacado o posición protagónica alrededor de la temática de Derechos Humanos o Derecho Humanitario. Y en todo caso lo poco que se le pueda encontrar implicaría muchísimo menor mérito que el de muchas otras personas o entidades que, aún en el mismo campo del ejercicio de sus funciones dentro de la política, ejercieron y desarrollaron actividades en ese campo. No se diga las comparaciones con quienes desde la Academia o de las ONG han dedicado no solo interés sino esfuerzos, recursos y aportes para en efecto promocionar y difundir y dar vigencia a estos códigos.

Un país a la deriva, la menor relevancia de un premio al periodismo, y la conversión de un premio a la defensa de los Derechos Humanos por un premio a la politiquería son parte de los tiempos que vivimos.

 

 

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