El ícono de la izquierda latinoamericana regresó al Palacio de Planalto para gobernar hasta 2026 un país profundamente dividido, tras haber derrotado por un estrecho margen al ultraderechista Jair Bolsonaro (2019-2022).
Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años, se puso de inmediato manos a la obra: restableció programas sociales y de preservación ambiental, impulsó políticas para proteger a los indígenas, combatir la discriminación racial y normalizar las relaciones diplomáticas tras el periodo de aislamiento internacional promovido por su antecesor.
Pero el inicio de su tercer mandato también se vio empañado por declaraciones polémicas y un enfrentamiento con el Banco Central que aumentó la desconfianza del mercado y el sector empresarial.
Tres meses después de su investidura, Lula tiene 38% de aprobación, un desempeño peor que al iniciar sus primeros mandatos (43% en 2002 y 48% en 2007), según una encuesta del Instituto Datafolha.
Si bien su popularidad es mejor que la de Bolsonaro al cabo de tres meses en el poder (32%), sus índices de rechazo están prácticamente empatados: 29% reprueban a Lula y 30% no simpatizaban con Bolsonaro.
Piedras contra su propio tejado
Apenas una semana después de la toma de posesión de Lula, la democracia brasileña fue puesta a prueba: miles de bolsonaristas inconformes con la elección atacaron las sedes de la Presidencia, el Congreso y la corte suprema en Brasilia.
Para Denilde Holzhacker, politóloga de la escuela de marketing ESPM, el izquierdista no supo aprovechar el sentimiento de unión suscitado por el ataque, cuando recibió un amplio apoyo de los miembros del Congreso, de perfil predominantemente conservador.
"El espíritu de esa segunda semana de gobierno se perdió, y las divergencias aumentaron todavía más", dijo Holzhacker a la AFP.
Y Lula arrojó piedras contra su propio tejado al encadenar una serie de declaraciones polémicas.
Por ejemplo, insinuó que una operación de la Policía Federal contra un grupo narcotraficante acusado de planear el asesinato del senador y exjuez Sergio Moro -que condenó a Lula en 2017 en el caso de corrupción Lava Jato-, podía tratarse de un "montaje".
Esto reanimó a una oposición que estaba "desmovilizada después de los ataques del 8 de enero", y que se fortaleció aún más con el regreso la semana pasada a Brasil de Bolsonaro tras una estadía de tres meses en Estados Unidos, asegura Holzhacker.
Lula multiplicó además sus ataques contra el presidente del Banco Central, al exigir -hasta ahora sin éxito- la reducción de la tasa de interés de referencia del país, hoy entre las más altas del mundo (13,75%).
"Lula tiene su manera de hablar y el mercado le tiene mucha desconfianza. Pero en los hechos ha reforzado posiciones (económicas) más austeras", pondera André Perfeito, economista de la consultora Necton.
Un ejemplo de ello es el nuevo régimen fiscal que será presentado al Congreso la próxima semana, que permitirá financiar el gasto social sin aumentar excesivamente el déficit público.
"Equilibrio difícil"
Entre los principales logros de sus primeros cien días está el relanzamiento del programa Bolsa Familia, con un aumento del valor mínimo de las ayudas sociales a los más desfavorecidos.
También se ha mostrado firme al desplegar las Fuerzas Armadas para iniciar el desalojo de miles de mineros instalados ilegalmente en la tierra indígena Yanomami, en la Amazonía.
En materia de política exterior, los cien primeros días trajeron un balance "en general positivo", según Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales en la Fundación Getulio Vargas.
Lula logró "normalizar las relaciones de Brasil" con ciertos países, que se habían degradado durante la gestión de Bolsonaro.
El izquierdista visitó a sus pares en Argentina y Estados Unidos, y la próxima semana viajará a China, tras reponerse de una neumonía que le obligó a postergar su visita oficial.
Pero con el regreso del país suramericano al multilateralismo, "le será difícil mantener un equilibrio entre Occidente de un lado y China y Rusia del otro", advierte Stuenkel, quien recuerda la "poca disposición de Brasil para adoptar un tono más crítico en relación a Rusia" por la guerra en Ucrania.