El último Aureliano no había sido más lúcido en ningún acto de su vida que cuando se cuestionó. No adoptó la vía del rodeo que solo permite arañar la superficie de su propio problema sin entrar en el meollo. Desde un primer momento indagó el olvido en que se encontraba inmerso. No se quedó en ser un hombre sin historia, al que no le importa el pasado sino tan solo el instante que vive.
La búsqueda le permitió volver al Macondo edénico. Se vivía en paz, sin religión oficial ni política. Hasta entonces los habitantes de Macondo “habían estado sin cura arreglando los negocios directamente con Dios”. Pero la presencia del sacerdote dio inicio a la resignación que encierra la moralidad religiosa. Mas no sólo ese mal abatió a Macondo, pues el corregidor, Apolinar Moscote, instaló la inspección de policía. Pronto cayeron en las redes de la politiquería: conservadores o liberales. El registrador realizó el fraude en las elecciones. Y, consecuencia de la trampa, el coronel Aureliano Buendía encabezó la primera guerra civil.
Fue un relámpago de clarividencia el ir más allá del olvido. Aureliano dio un salto y se encontró con el progreso en Macondo. El tun tun de la planta eléctrica que hizo posible la iluminación de las calles y el cine. El tren llegó con el teléfono. Mas la vanguardia se asentó en Macondo con el arribo de la compañía bananera. Y, a la United Fruit Company, los trabajadores presentaron un pliego de peticiones, fueron a la huelga. Y el gobierno envió un general de la república para que acabase con esos revoltosos. Mucho más, después de firmar Aureliano un convenio de paz, sus 17 hijos que fueron identificados, por la cruz indeleble, de un miércoles de ceniza, cayeron asesinados como cualquier líder social.
Aureliano, por un interés vital, mediante la introspección buscó el conocimiento de sí mismo. La religión no le sació el deseo, pues “el párroco lo midió con una mirada de lástima". "Ay, hijo", suspiró. "A mí me bastaría con estar seguro que tú y yo existimos en este momento”. Vagó sin rumbo por el pueblo decadente, buscando “un desfiladero de regreso al pasado” hasta que comprendió que él era hijo de “un menestral que saciaba su lujuria con una mujer que se entregaba por rebeldía”.
El examen de la vida lo lleva a dar un giro. Antes de la introspección, de ese examinar su origen y del hilo de los hechos ocurridos en Macondo, pensaba en una vuelta a la tradición, en conservar las costumbres, valores y creencias de la patria, como “el lugar donde nacimos, donde dimos los primeros pasos…”. Gracias a que Aureliano se indagó y comprendió el desbarajuste político y el sufrimiento social no cayó en lo que llamamos experiencia. Por eso cuando el vendaval comienza a desentejar Macondo, Aureliano tiene el conocimiento y la comprensión que esa historia vivida no la repetirá, pues Macondo no ha sido otra que el espejismo de la miseria, la soledad y el olvido.