Es extraño cómo entre tanto matemático, filósofo, doctores de todas las ciencias y maestros en tantas artes, políticos también doctos en gobiernos, economías, políticas, ministerios y otros tantos misterios, se caiga en la fácil tontería de aducir perversidad al concepto de polarización.
La polarización es un fenómeno físico, producto, quizás, de una de las leyes responsables del gobierno del universo: la gravedad. Y existe porque hay polos de atracción. En lo humano, o mejor, en lo político, se ha dado en aceptar que los polos son, de un lado, lo que se conoce como la “derecha”, asociada a ideas conservadoras, defensoras y preservadoras del statu quo y en la tendencia de preservar el poder de dirigencias hegemónicas en la sociedad. En el extremo opuesto, la “izquierda” ha pretendido la reivindicación de las clases menos favorecidas, la redistribución del ingreso, la llegada al poder del “pueblo”. Y en esto, una mirada muy plana, es cierto, el “centro” queda como la mesura, el llamado a la empatía, a la ecuanimidad. Las emociones humanas pocas veces son empáticas, los humanos somos cualquier cosa menos ecuánimes, y solo un dictamen de colesterol elevado logra en ocasiones nuestra mesura.
He aquí que el “centro” en la contienda electoral colombiana de 2018 se ha visto abocado, como nunca antes, porque jamás había existido, a develar su verdadero carácter: el centro también es un polo, y polariza tanto o más que los dos extremos históricos, y ha atraído hacia sí un sinnúmero de electrones perdidos y muchos protones fatuos.
La política es un juego de billar a muchas bandas. Y en sus cálculos hay gente en medio, sueños, reconciliaciones, agravios, desmesuras. Sobre todo hay gente en medio. La han llamado arte también, pero quienes lo han hecho desconocen el color, la forma y carecen de todo sentido estético.
Más allá de las frases enormes, de toda esta inclinación por vivir desde las máximas, lo que sucede en el fondo es algo de una enorme simpleza: debatimos si la afirmación que reza “Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general” es cierta o no. Hasta ahora es cierta solo de forma muy parcial, y las más de las veces en el papel, y en muchas de aquellas frases sonoras y grandilocuentes.
La política es más la hija mimada de la matemática y amante de ese monstruo atroz de la estadística, que de las artes o las ciencias humanas. Gravitamos luego de muchos años en un momento histórico que nos permite decir sí o no a aquella afirmación. Así como hace un par de años gravitábamos para decir sí o no ante el cese del fuego a una lucha fratricida. No hemos acabado de decidir lo primero y tenemos frente nuestro una decisión hermana de la anterior. Afirmar, negar, o renegar porque las anteriores no nos dan aliento. Tomo una piedra, la lanzo, cae en el 6, voy hasta el cielo, recojo la piedra, me regreso. Debo tener cuidado de no pisar la raya o que mi piedra, mi alma, no quede en una frontera, porque daré de cara en el infierno. Salgo de la tierra, voy al paraíso. A mis hermanos de las tres orillas, todos ustedes, recuerden que un arroz en bajo también se quema.