El 30 de julio del 2004 Salvatore Mancuso creía que había ganado la guerra. Después de ordenar masacres tan devastadoras como la del Salado, en plenos Montes de María, de hacer una fortuna enviando toneladas de cocaína a los Estados Unidos, de despojar a centenares de campesinos sus tierras, Mancuso se presentó al Capitolio de Colombia, escoltado por parlamentarios amigos y su discurso, auto proclamándose héroe salvador de la guerrilla, se robó los aplausos. Llegó estrenando pinta de Armani y zapatos Ferragamo y hasta los meseros del Congreso se desvivían por atenderlo. Sólo le quedaba entregar las armas, confiar en la política de sometimiento a la justicia que proponía el entonces presidente, Álvaro Uribe, y vivir tranquilo con los millones que amasaba como latifundista y ganadero, además de negocios fachada para lavar dólares en Cartagena y Barranquilla, una empresa que habia empezado a armar desde que decidió transformarse en el comandante de un ejército violento que llenó de terror y sangre el campo colombiano identificado como las Autodenfensas Unidas de Colombia.
Era alto, hijo de un mecánico italiano emigrante que manejaba el mejor taller de Monteria apuesto y motocrocista. Estudiaba ingeniería en la Universidad Javeriana, realizó un par de módulos de inglés en la Universidad de Pittsburgh. Se casó con Martha Dereix, proveniente de una familia tradicional y acomodada que le dio entrada a los círculos sociales de la ciudad. Los Dereix formaban parte de un puñado de familias francesas que llegaron a del siglo XIX en el gobierno de Rafael Reyes a extraer madera fina de las selvas del Sinu, especialmente ébano y cedro y que hicieron una fortuna tumbando bosques que terminaban en Europa, que luego convertían en potreros que terminaron conformando la hacienda Martha Magdalena, el nombre de las dos esposas de los franceses. Un enorme latifundio de 2.000 hectáreas, en el que luego sembraron cacao, símbolo de la riqueza familiar. Dereix tuvo con Mancuso tres hijos, Jean Louis, Gianluigi y Jean Paul, una pareja entronizada en la sociedad de Monteria que terminó incluso en su momento aplaudiendo el coraje del Mono Mancuso que levantarse en armas para defenderlos a todos del cerco de la guerrilla del EPL y luego las Farc que amenazaba sus propiedades en los años noventa.
Asistía sin ningún empacho a las audiencias de Justicia y Paz escoltado, encorbatado y con camionetas 4X4 y encaraba a las víctimas, como se recuerda una de ellas del 10 de diciembre del 2004. La soberbía lo desbordó y terminó dejando a Martha Dereix para irse con una muchacha monteriana veinte años menor, Margarita Zapata. A pesar de los señalamientos en los tribunales de justicia y paz -1.400 crímenes acumulados- invitó a una fiesta de matrimonio con cinco orquestas para 250 personas en donde no faltaron los políticos, ganaderos y empresarios con quienes los unía vínculos de conveniencia.
Sin embargo, a pesar de su arrogancia, no pudo evitar tener que brindarle cuentas a la justicia. Terminó detenido junto con varios jefes paramilitares en la cárcel de máxima seguridad de Itagui, desde siguió delinquiendo. Esta fue la justificación del Presidente Uribe para sorprenderlo, el 13 de mayo del 2008.
Llegó a una prisión de alta seguridad en Estados Unidos. Estuvo detenido trece años acusado de narcotráfico. Logró rebajas por delaciones entre los que se recuerda a siete políticos, 45 congresistas, 65 miembros de la fuerza pública y siete empresas extranjeras ligadas a las AUC. Señaló al ex pesidente Álvaro Uribe Vélez.
Mancuso pasó su reclusión en Unidad L de la Nothern Neck Regional Jail, una de las cárceles con las peores condiciones de Estados Unidos, que hicieron mella en su fortaleza física, como bien lo reconoce su abogado cubano-norteamericano Joaquín Pérez. Fueron catorce años de una rutina difícil de soportar. Dias iguales sin navidades ni domingos; una hora semanal de sol, con un par de uniformes color naranja, cuatro camisetas blancas, cuatro pares de bóxer, dos pares de medias y dos pares de zapatos. Los horarios son fijos, se desayuna a las 4:30 de la mañana, se almuerza a las 11 y se cena a las 4 de la tarde. El calor llegaba a los 33 grados y el aire acondicionado pocas veces funciona.
Lo peor ocurrió cuando el 4 de agosto del 2017 lo metieron, según él y su abogado sin motivo, a una celda de castigo en donde estuvo incomunicado en un cofre de 2 metros por tres metros, sin ventanas, ni luz natural y en donde perdió, en los 21 días que duró el castigo, 15 kilos y, por momentos sintió perder la noción del tiempo. Estuvo pudo traerle como consecuencia algún problema neurológico que hoy padece. Fue el alto costo que pagó por haber, según el abogado Perez, por haberse ofrecido a dar información acerca de Santiago Uribe y el grupo de los 12 apostoles, un capítulo que ya la justicia colombiana cerró a favor del hermano del expresidente.
Mancuso encontró información que hundió al general Mauricio Santoyo, jefe de seguidad de Alvaro Uribe mientras fue presidente y sobre 12 generales del ejército que se prestaron para colaborar con los paras, además de entregar información sobre la multinacional Chiquita Brands y su apoyo a combatir la guerrilla financiando ejércitos irregulares.
El año pasado Mancuso salió libre en Estados Unidos, pero su aspiración es disfrutar de la libertad en su país del origen familiar, Italia. Pero su caso se encuentra en un limbo jurídico. A pesar del riesgo de regresar a Colombia, no ha descartado comparecer ante la JEP, aunque este tribunal no lo ha aceptado. Voluntariamente aportó su versión y pidió perdón a las victimas en el escenario de la Comisión de la Verdad, la conciencia, parecería que le pesa pero aun no logra saldar cuentas.
Su salud flaquea. En unos exámenes de sangre que se hizo poco antes de salir del penal, se verificó que sufre de hiperlipidemia, que revela colesterol muy alto, padece de constantes dolores de cabeza, se está quedando ciego, debido a la poca luz que recibió en la celda, ahora sólo puede leer por el ojo derecho, perdió los dos dientes delanteros y el cansancio lo atormenta las 24 horas del día.
Mancuso, a sus sesenta años, luce encorvado, achicado y lo único que espera son días de tranquilidad, ojala fueran en Montería y volver a vivir tranquilo. En cautiviero se separó de su segunda esposa y ahora tiene una relación con una exreina de Antioquia. Sin embargo, del poderoso guerrero que doblegó la clase política, que actuaba como el gobernador de Cordoba, que quitaba y ponía funcionarios, que logró capturar la Universidad y la prestación de los servicios de salud, que llegó a acumular grandes cantidades de tierra y de cabezas de ganado, que saboreó las mieles del poder capitalino en el propio Capitolio de Colombia y que soñó incluso en ser Presidente de Colombia, no queda ni el rastro. Envejecer tranquilo es lo máximo que puede añorar.
*Algunos de estos datos están sacados del libro El abogado de la mafia de Martha Soto.