El fervor ocasionado por las elecciones presidenciales de este año se diluye como una gota de sangre en un vaso con agua, dejando apenas un vago recuerdo que difícilmente perdurará en la memoria de la mayoría del pueblo colombiano. Sea por un nuevo escándalo peor que el anterior, un reality, un mundial, un reinado, una narconovela o cualquier evento menor que satisfaga el morbo nacional, la recordación colectiva es, en el mejor de los casos, la de un pollo. Es desmedida la cantidad de ejemplos que podemos traer a colación: Epa Colombia, los hinchas colombianos en Rusia, los Ferragamo de Petro, los Crocs de Uribe, el dominio de balón de Duque, el pantalón de Tutina, los tartamudeos de James y los interminables “usted no sabe quién soy yo” de esta triste, pero bien amada república bananera.
Este bombardeo mediático tiene como finalidad mantener a la población insomne discutiendo y esperando la primicia, el hush hush, el chisme del momento que en nada le permiten a la audiencia ser mejores personas porque ni se educan ni favorece el desarrollo una mirada constructiva del país que habitan. Para acentuar más el desvelo nacional están las redes sociales pobladas de seguidores idólatras de personas famosas, importantes, exitosas y demás adjetivos que dividen y estratifican a los ciudadanos entre buenos y malos, decentes y deleznables según parámetros clasistas de acceso al capital y exposición mediática.
Este comportamiento recuerda la peste de insomnio que ocurrió en Macondo, donde, al principio, esta fue recibida con agradecimiento porque permitía disponer de mayor tiempo para las labores cotidianas, sin embargo, el insomnio devino en olvido. De repente los macondianos dejaron de recordar el nombre de las cosas, luego sus usos y finalmente olvidaron las palabras mismas. Así mismo nos sucede hoy en día. La causa de nuestro olvido general se debe a la constante exposición de información superficial que no edifica, sino que atolondra, disfrazando lo importante bajo las ropas de lo trivial. Mantenemos desvelados por tanta novedad, que nos resulta imposible recordar lo que sucedió hace unos cuantos días sin mencionar que, a nivel general, es pobre el conocimiento de nuestra propia historia. El olvido que padecemos nutre la profunda ignorancia en la que vivimos y somos ignorantes porque olvidamos lo no debería ser olvidado.
Encerrados en esta espiral se nos pasa el tiempo como una procesión interminable de una vida que nos arrastra, sin origen y sin destino, y de la cual no somos dueños. Una vida que vivimos a través de los demás y en la que hemos cedido el papel protagónico para que sean otros lo que la vivan por nosotros porque es más fácil ignorar que saber. Esta radiografía social explica lo inmadura que es nuestra sociedad pues como dijo Cicerón: ignorar lo que sucedió antes de nacer es ser por siempre niños.
Coda: El cubrimiento desproporcionado y fanático dedicado a un equipo de fútbol frente al silencio cómplice respecto al asesinato sistemático de líderes sociales es otra perla más de nuestra sociedad indolente; sin contar que hay gente de sobra para eventos fútiles pero mínima voluntad de hacer presencia para preservar la vida.