Cuándo uno lee las primeras denuncias sobre falsos positivos en el ejército, específicamente la del soldado John Ortiz, que guardó silencio cómplice sobre la manera en que sus compañeros de la unidad militar en Puerto Berrío-Antioquia entre 2004 y 2006, asesinaban o recibían de manos de los paramilitares campesinos y los hacían aparecer o “legalizaban” como guerrilleros muertos en combate, porque en el fondo también creía que solo mataban guerrilleros. Jamás se imaginó que lo mismo le pasaría a Don Aicardo, su padre, un humilde campesino de Santander dedicado a sobrevivir pobremente de su tierra ;solo se puede pensar en una cruel justicia poética, que nos indica una y otra vez, que la violencia es ciega.
Hoy en Medellín aparecen panfletos de un grupo de limpieza social llamado CICARYA que amenaza y asegura haber asesinado dos ladrones. Creado según dice el panfleto por la impotencia ante la delincuencia exacerbada de la ciudad.
La paranoia y la desconfianza pululan, en el metro nos advierten sobre el cuidado de nuestros objetos personales, también en las cafeterías, los que trabajan o estudian más allá de las 9 de la noche en el centro, forman grupos para desplazarse hasta sus respectivos transportes, sentir una motocicleta en una calle solitaria acelera el corazón, en las noches muchos no respetan los semáforos para no ser abordados por los ladrones, inventamos tácticas para evitar los robos como la de juntar los carros en los semáforos para no darle espacio a las motos de los criminales, algunos llevan dos celulares y dos carteras para entregar lo de menor valor, compran gas pimienta, tasers, etc.
Y entonces la última jugada de nuestro cerebro reptiliano, es la de crear un monstruo para matar otro, como ya ha ocurrido en nuestro país y darle la pena de muerte a los que nos roban, a los que nos atemorizan, a los que nos asesinan, y rezar porque ese nuevo monstruo algún día no se equivoque, y si se equivoca, que se equivoque con otros, y luego crear otro monstruo aún más grande cuándo ya este se salga de cause. Todo está absurdamente calculado.
Pero la realidad del miedo nos hace olvidar el camino que en condiciones normales, debería ser el más fácil, y es la de confiar en las autoridades. Pero tenemos una policía maniatada que captura en flagrancia y que ve como un juez también maniatado por el código penal, libera a las 24 horas a los bandidos para que vuelvan a las calles a delinquir porque el robo no fue mayor a 2 millones, o si fue mayor a ese monto, o reiterativo, pagará con cárcel y en 3 años estará en las calles con más vicios, resentimientos y planes criminales, o mucho antes si a raíz de la sobre ocupación de las cárceles el gobierno decreta una amnistía y libera a 7 mil acusados de crímenes menores como ocurrió en el 2013.
Aunque todo parece dejarnos sin salida, la opción honorable y recta, es elegir bien a nuestros legisladores, comprometerlos con una reforma a la justicia real, para la gente, no para liberar parapolíticos, ni blindar a senadores y representantes corruptos, como ocurrió con el último intento de reconstrucción de la justicia. Es hora de ir a las reuniones y firmar un pacto social con nuestros cándidatos, exigirles una justicia que haga prevención del delito y penas considerables, un sistema carcelario reformador y adecuado, un combate decisivo de la corrupción del INPEC. Exigirles por nuestro voto que no utilicen la congestión de las cárceles como excusa para privatizarlas y montar su propio emporio de prisiones, construidas y manejadas a su antojo. Exigirles por nuestro voto que se sienten a pensar soluciones como la de contratar cárceles en el exterior, si Holanda está recibiendo presos del resto de Europa para no cerrar las suyas por no tener presidiarios, porque no enviar a nuestros mayores criminales, a los recurrentes y así nos evitamos que sigan delinquiendo desde el interior de ellas y nos favorecemos de los exitosos procesos resocializadores del sistema penitenciario Holandés (Es solo una propuesta suelta)
Lo inverosímil de la situación de nuestra ciudad es que la propuesta de hablar con nuestros candidatos y exigirles que piensen en nuestra justicia y seguridad, le suena a nuestra sociedad como una propuesta más descabellada que la de crear un grupo de asesinos.
Roguemos porque todo sea una bravuconada, una táctica más para espantar y devolverles el miedo a los bandidos, que este contagio del odio sea un brote leve de nuestra histeria, de nuestras pasiones, y que todo se diluya antes de que la sangre caiga.
