Las riquezas mineras del Chocó sirvieron como parte de las garantías del primer préstamo externo de Colombia, el famoso empréstito Zea, que suscribió el vicepresidente, Francisco Antonio Zea en 1822, en París, con la firma de prestamistas ingleses Herring, Graham & Powles por dos millones de Libra Esterlina, de los cuales solo llegó una tercera parte a las arcas del fisco nacional, el resto se quedó en las redes de corrupción que estructuró Zea.
La fama de las minas de oro y platino del Chocó, después de la independencia, desataron una ola de aventureros europeos, especialmente británicos y franceses que recorrieron las selvas chocoanas en la búsqueda de yacimientos mineros. La modernización de la minería en la región llegó de la mano de inversionistas británicos y norteamericanos en las últimas décadas del siglo XIX, cuando se abrió el ciclo del auge minero de inversionistas de aquellos países en América Latina.
Los primeros inversionistas fueron británicos que en el decenio de los años 80 del siglo XIX importaron las primeras dragas para la extracción mecanizada de oro, pero la mayoría fracasó. Luego llegó otra ola de especuladores y aventureros, entre los cuales el empresario norteamericano, Henry Granger, personaje que fungió como Cónsul de Estados Unidos en el Chocó, logró que el Estado colombiano en unas maniobras oscuras le otorgará entre 1897 y 1899, un total de 113 títulos mineros en el Chocó.
Personajes siniestro que ocupó el consulado de Nueva York en Quibdó, quien, a través de argucias jurídicas y sobornos, logró en menos de una década ser el mayor propietario de minas en la primera década del siglo XX en el Chocó. En efecto, con él se abrió el segundo ciclo del gran saqueo de las riquezas mineras chocoanas.
De este segundo ciclo de expoliación solo les quedó a los chocoanos los recuerdos y los promontorios de arenas y piedras en las orillas de los ríos y quebradas como testigos de las expoliaciones de sus riquezas de oro y platino.
El siglo XX comienza en Colombia con dos hechos transcendentales que marcaron un hito en la historia nacional: la Guerra de los Mil Días y la separación de Panamá, y en ese contexto algunos líderes chocoanos, con el apoyo económico de Granger, promovieron la anexión del Chocó a Panamá. Este empresario fue el que, el mismo día que se aprobó la creación del departamento de Caldas en 1905 y se segregó la región de Urabá del Chocó y se anexó a Antioquia, el gobierno de Reyes le otorgó la concesión para construcción del ferrocarril de Urabá-Medellín, e igualmente grandes extensiones de tierras en la región.
Tal como sucede ahora con la locomotora minera del gobierno del presidente Juan Manuel Santos, durante el gobierno del presidente Rafael Reyes (1904-1909), una de las cosas que hizo fue promover la inversión extranjeras en sectores claves de la económica colombiana y uno de esos sectores fue el minero. De hecho, su administración entregó a diestra y siniestra como sucede ahora concesiones petroleras y mineras a amigos del régimen y a multinacionales extranjeras con estipulaciones leoninas para el Estado.
En el Chocó en cinco años otorgó más de 850 concesiones mineras, entre ellas la famosa concesión adjudicada en 1907 al general Cicerón Castillo en el río Condoto. Un hombre que fracasó con la empresa minera que creo y término vendiendo en 1912 sus derechos mineros a la Anglo Colombian Development Company filial de la compañía británica Consolidated Gold Fields Of South Africa Ltda. Compañía que cuando inició a explotar aquel derecho minero fue demandada por el empresario Granger, quien poseía títulos mineros sobre esa misma zona desde el siglo XIX. Luego de un tortuoso litigio la Anglo Colombian Development Company y la Pacifc Metals Corporattion de Granger, crearon en 1916 la compañía minera Chocó Pacífico. Y con esa fusión se inició uno de los períodos más oscuros y nefastos del saqueo de las riquezas mineras del Chocó en el siglo XX.
La Chocó Pacífico, durante más de 10 años, no pagó ni un centavo al Estado de regalías por el oro y el platino que explotó en los ríos San Juan, Iró y Condoto.
Lo triste fue que a través de maniobras jurídicas y sobornos se burló del Estado y no pagó al Estado colombiano el 10 por ciento del valor del oro y el platino explotado como se había estipulado en las concesiones de Castillo y Granger, y mientras los norteamericanos y varios colombianos se enriquecieron con el otro y el platino, los chocoanos quedaron más pobres y hundidos en la miseria y la desesperanza. Próxima entrega: El oscuro expediente de una compañía.