¿“Qué puede seguir a un chiste tan excelente? Sólo una caída, un colapso en la pura vulgaridad…” —Jacques Lacan
Mirando en perspectiva el llamado proceso de paz colombiano es un chiste; es una broma que llevada al extremo se parece a una “caída” estrepitosa. Lo que ocurrió el pasado 2 de octubre, si no llevara implícito el respeto a las víctimas, sería risible. Un gobierno y una guerrilla apoyados por la ONU, el Papa, Obama, todos los partidos políticos a excepción del Centro Democrático, con todo el aparato estatal, alcaldes y gobernadores, no pudieron ganar el Plebiscito. Solo consiguieron el apoyo de 17,5% de los electores.
Lo ridículo fueron las celebraciones por adelantado que contrastaron con la derrota. Pero lo peor es que después no rectificaron, ni en conjunto ni por aparte. Y siguieron por la misma senda provocando reacciones de escepticismo e incredulidad. Después de firmar los acuerdos reformados pero no consensuados, la continuidad fue otro fiasco. En vez de aclararse el panorama y generar esperanzas, lo que envían son señales de enredo, confusión, incumplimiento, deslealtad, inconsecuencia, no-transparencia, legalismo, incompetencia, debilidad e incoherencia, creando sensación de cansancio e impotencia.
Santos hace elegir a un Fiscal que es un torpedo para el proceso; éste actúa bajo la tutela de Luis Carlos Sarmiento Angulo y de Vargas Lleras, que siempre se mantuvo a distancia. Y ahora, el ex-vicepresidente, liberado de su cargo conspira para que Cambio Radical se aleje cada vez más del gobierno. Además, el presidente nombra magistrados que entraban el cumplimiento legislativo y legal de los acuerdos. Igual, con el incumplimiento a las FARC y al movimiento social, con su incompetencia, demagogia y politiquería, Santos se convierte en un estorbo para el proceso de paz. Se pone zancadillas y tropieza con sus propias trampas; más que burlesco se vuelve sospechoso.
Lo que viene sucediendo es una caída de todo el establecimiento oficial. Allí caen desde Santos hasta Uribe incluyendo a todos los partidos políticos, a las mismas FARC, e incluso al ELN, que aparentemente está por fuera de esa lógica pero que en la práctica está dentro de la misma dinámica, sea con mesa o sin mesa. Nadie se salva porque juegan a hacer creer que sin cambios sustanciales en la vida política, económica, social, cultural y espiritual del país, va a haber paz. La gente sabe que por ahora eso es una ilusión y prefiere que le digan la verdad. Y esa verdad es que por ahora estamos en la fase de superar la guerra, que debería hacerse con sobriedad, discreción y mesura, sin tanto aspaviento, sin generar tantas expectativas, con pasos prácticos y sencillos.
Hasta la delegación de la ONU ha perdido la aureola de imparcialidad y seriedad que debe tener. Ahora, el gobierno y las FARC esperan la visita del Papa Francisco para darle respiración artificial a un proceso de paz que no entusiasma ni genera pasión. El problema es que no se actúa con sentido de autoridad, grandeza y generosidad, que legitime en serio ese proceso y logre sensibilizar a la población para construir una verdadera reconciliación. Todos piensan solo en las elecciones de 2018, en el “Poder” y en aplastar al otro. Por eso, el pueblo y la sociedad no les cree. A ninguno... ¡a nadie!
La desgracia es que no aparece una fuerza política que con su propio ejemplo muestre un nuevo camino. Que haga ver las cosas como son. Que denuncie la farsa completa; que les quite la careta a los payasos y desnude a los malabaristas del circo. Que descubra las apariencias de paz cuando lo que se alimenta es una nueva guerra, que ya empezó con el asesinato de líderes, dirigentes populares y guerrilleros desmovilizados. Que desenmascare un proceso que no pasa de ser un desarme con nombre de “paz simple y pura”, “paz neoliberal”, o “paz imperfecta” como cínicamente la llama Santos. “Paz” que para lo único que sirve es para alimentar nuevos odios y resentimientos.
Ante el desplome de la credibilidad del gobierno y de sus aliados, la caída de Uribe es todavía más estrepitosa. Trata de aprovechar la incoherencia del gobierno para montar una campaña de falsedades basadas en el miedo al “castro-chavismo”. En su desespero y ansias de poder, pasa de ser un supuesto opositor a la oligarquía bogotana a ser un aliado de Pastrana, un oligarca que representa las fuerzas más retrógradas de la sociedad. Aunque se muestra como el gran defensor de la “patria”, no duda en poner sus intereses por encima de la nación y hace lo mismo que le cuestionaba a sus opositores de izquierda: hablar mal del país en foros internacionales. ¡Qué falsedad y qué caída!
Nos falta en Colombia una fuerza política que se salga de toda práctica cortesana y de la polarización existente. Que con toda claridad se aleje de la lógica guerrerista de Uribe pero también del pacifismo demagógico de Santos. Que con valentía le llame la atención a las FARC para que terminen de desmovilizarse sin hacerle el juego a un establecimiento absolutamente hipócrita y faltón. Que confíen en la sociedad y con humildad se pongan en las manos de un Comité de Salvación Nacional que sea conformado por organizaciones civiles y de jóvenes que no tengan nada que ver con sus bases sociales campesinas, y que incluya a delegados de la oposición y del uribismo.
Que rompan relaciones con Santos pero sin enfrentarse con la sociedad. Que se alejen de la falsedad del gobierno pero no amenacen con volverse al monte. Que confíen en la sabiduría popular para elegir un gobierno que se coloque la tarea de cumplir con los acuerdos por encima de mezquindades y rencores. Un gobierno que con seriedad le de continuidad a ese proceso pero sin tanta demagogia, haciendo ver que los compromisos adquiridos son limitados a beneficiar a sectores campesinos específicos y a darle garantía a los desmovilizados para que se reintegren a la vida social y legal. ¡Nada más!
Un gobierno que haga entender a toda la población que los cambios que requiere la Nación, como recuperar la economía y el aparato productivo, generar empleo, defender el medio ambiente, garantizar calidad y universalidad en los servicios de salud y educación, etc., deben ser acordados y aprobados por la sociedad en general en un proceso democrático, moderado y tranquilo, en donde se construya la paz ante todo entre las fuerzas sociales y políticas hoy crispadas por la desinformación del gobierno, la falsedad intrigante del uribismo y el triunfalismo de las FARC.
Es la única manera de soltar la tensión y reírnos a carcajadas entre todos del chiste malo; convertir el triste circo en una alegre fiesta democrática que nos cambie a todos; y así, transformar la “caída” en un salto cualitativo y hacia adelante.