Las elecciones presidenciales de varios países tiene muchas diferencias pero también algunas similitudes. Lo que nos tocó en estas elecciones y más aún en esta segunda ronda tiene cierto parecido con lo ocurrido en Francia en el año 2002.
En ese momento el presidente francés era Jacques Chiraq, quien buscaba una reelección. A pesar de un desempeño promedio, basó su campaña en problemas de orden público. Habían varios candidatos que se destacaban en la contienda. Uno de ellos era Lionel Jospín, hombre de izquierda y propuestas social que se veía como el rival a vencer. Otro era el ultraderechista Jean-Marie Le Pen, un tipo acusado de fascista y xenofóbico.
Todo el mundo pensaba que de ir a una segunda ronda la disputa sería entre Chiraq y Jospin, representando los dos lados moderados de la política. Era casi obvio que así sería. Tan obvio era, que no pasó, y todo porque cierto sector del electorado no votó convencido que la primera ronda estaba definida y que su participación en esta instancia no era necesaria. Chirac pasó (19.88%) seguido de Le Pen (16.86%), quien le ganó a Jospin (16.18%) por menos de un punto porcentual.
En la siguiente ronda y tras la marcada desaprobación de una política radical, los votantes decidieron su voto por Chirac (82.21%) quien agrupaba a sus votantes y a todos los que estuvieran en desacuerdo con su contradictor Le Pen (17.79%). Prefirieron a un viejo conocido que a un nuevo por conocer, a pesar de considerar que su gobierno no era necesariamente el mejor, con críticas por las pruebas atómicas en la Polinesia francesa, entre otras cosas.
Hoy en Colombia estamos ante un escenario similar. Una segunda ronda, un presidente candidato débil en imagen y ejecución en contra de un derechista cerrado que busca razones para acabar con unos diálogos de paz que pueden ser de lo mejorcito de su contradictor. Santos, con logros diplomáticos y desaciertos sociales, busca que lo reelijan para darle continuidad a un proceso de paz que lleva cierta parte adelantada y que sería una lástima ver cómo se va por el desagüe. Zuluaga, siendo la antítesis, considera que el proceso de paz está mal manejado y ya advierte cambios contundentes a la hora de ser elegido.
Los electores, sobretodo los que no votaron por ninguno de los anteriores, se ven en una posición en la que el descontento con el desempeño del presidente los haga escoger entre el menos malo a pesar de no identificarse con su programa. La mayoría de los de Clara y Peñalosa votarán por Santos, pues no quieren ver el legado de Uribe resurgir. Los de Marta Lucía no están definidos si seguirán a Zuluaga, recordando que en la política, los votos no son endosables. La abstención (60%) puede determinar quién presidirá al país, eso sí, si no les da muy duro el guayabo de la celebración del triunfo de Colombia el día anterior.
Lo que sí está claro es la posición marcada de los candidatos Santos y Zuluaga. Uno apostándole a la paz, el otro condicionándola, los que quiere decir, poniéndola en riesgo y creyendo que la paz se logra a punto de bala. Santos, El Chirac colombiano, y Zuluaga, en su rol de Le Pen, buscarán la presidencia pero dependen del electorado abstencionista, olvidadizo, indiferente y perezoso que, por no votar, escoge al mal gobierno y luego no hacen sino quejarse.
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