La reciente aprobación de una ley de Seguridad Nacional por parte de China para el territorio de Hong Kong, que acaba con la histórica fórmula de “un país y dos sistemas” y llena de ira a los habitantes de este enclave, ha elevado la tensión en esta parte del mundo. Por otra parte, las amenazas de Pekín contra Taiwán, en el sentido de invadirá la isla si se plantea su independencia, han vuelto a poner en el ojo del huracán a esta pequeña isla de apenas 35.000 kilómetros cuadrados y algo más de 23 millones de habitantes. Para Pekín, la presidenta de Taiwán, Tsai Ing Wen, es una separatista que busca la independencia de la isla y siente una animadversión profunda hacia la China comunista.
Sin embargo, el trasfondo de todo este asunto es más complejo y tiene que ver más con una revisión a fondo de la doctrina geoestratégica china de la mano de su ambicioso presidente, Xi Jinping, que sabe que ahora es el momento de afianzarse en la escena internacional, aprovechando la debilidad del resto de los actores por la crisis provocada por el covid-19 y dada la cada más constatada crisis del liderazgo norteamericano.
En este verdadero ajuste de cuentas de China con sus vecinos, ahora le llega el turno a Hong Kong, “un ajuste que hay que entender también como la llave que abre la puerta hacia el dominio chino de Taiwán y de las aguas de alto valor estratégico del mar de la China meridional y del estrecho de Malaca”, en palabras del analista Luís Bassets. Para Xi Jinping, el principio de “un solo país y dos sistemas” ya tiene escaso valor veintiún años después de el Reino Unido abandonara a este territorio para siempre con la esperanza de que conservara, al menos, una cierta autonomía y el respeto a su sistema de libertades políticas y económicas, algo que ahora aparece como papel mojado.
En lo que respecta a los Estados Unidos, quizá el principal valedor en la escena internacional de Hong Kong y también, en cierta medida, de Taiwán, tampoco parece que más allá de la escalada retórica del presidente norteamericano, Donald Trump, Washington vaya a ir más allá en su pulso con China y las dos partes evitarán, casi con toda seguridad, una confrontación directa de impredecibles resultados. China no es Irán, desde luego, y Estados Unidos no va arruinar, pese a la impredecibilidad que reina en la Casa Blanca desde la llegada de su actual inquilino, cincuenta años de la “diplomacia del ping-pong” por terciar en la crisis entre Pekín y Hong Kong.
De Hong Kong a Taiwán
El problema es que la protesta crece y crece, como una auténtica ola ciudadana y democrática, en las calles de Hong Kong, reclamando democracia, libertad e independencia frente a China, algo que para Pekín, obviamente, es una anatema intolerable. Pese a todo, y bajo la presión cada vez más asfixiante de China, cuanto más fuerzan las autoridades chinas al ejecutivo de Hong Kong, más crece la afluencia de los ciudadanos del enclave, sobre todos los más jóvenes, a las manifestaciones contra ley que trata de imponer Pekín. El sentimiento independentista es cada vez mayor y la crisis ha servido como un acicate para alimentar las señas de identidad de los ciudadanos de Hong Kong y el sentimiento nacional hongkonés, en un gesto casi desafiante hacia la China comunista y sus autoridades, cada vez más acorraladas ante un escenario incierto que invita al uso de la violencia contra los manifestantes o a seguir manteniendo el pulso con dureza para dejar bien claro quien manda en este estratégico enclave.
En las actuales circunstancias, una salida violenta de la crisis, atizando la represión policial sin contemplaciones contra las protestas en Hong Kong al estilo Tiananmen, sería inaceptable para la comunidad internacional y arruinaría el prestigio logrado por China en el mundo tras décadas de trabajo y encaje fino de su diplomacia por ganarse, a veces a codazos con otras potencias, todo hay que decirlo, su espacio en la escena mundial. Además, la China de hoy no es la de 1989, que todavía se debatía en medio de la zozobra entre el inmovilismo y la reforma política y económica, ni Xi Jinping es el siempre cauteloso y paciente Deng Xiaoping, acorralado por los sectores más duros del régimen comunista. Una escalada policial, incluso utilizando todos los medios de los que dispone ejecutivo de Hong Kong contra las marchas, casi siempre pacíficas, podría desembocar en una crisis mayor que la actual y alterar todos los equilibrios, rompiendo las reglas de juego e imposibilitando el necesario diálogo político entre las partes.
Mientras la crisis con Hong Kong sigue su curso, en lo que parece un choque de trenes entre los que defienden un modelo democrático liberal para el enclave y los que tratan imponer uno de corte autoritario y leninista para el territorio, la intrépida presidenta de Taiwán, Tsai Ing-Wen, se sigue mostrando muy segura y firme en su oposición a las propuestas chinas de unificación de la isla, plantando cara y claramente reforzada por el pulso entre los Estados Unidos y China. Pese a todo, como me asegura un diplomático taiwanés que prefiere no identificarse, “no hay que hacerse muchas esperanzas, Estados Unidos va a lo suyo, a la defensa de sus intereses políticos, económicos y estratégicos, y apoyará a Taiwán mientras le convenga, pero nunca irá más allá de lo dialéctico en su confrontación con China”.
Los últimos cuatro años han sido muy difíciles en las relaciones entre China y Taiwán, tanto por la cada vez más agresiva política exterior china con respecto a sus vecinos como por el tono más independentista de la máxima mandataria taiwanesa que, por cierto, fue reelegida con una rotunda mayoría en las últimas elecciones celebradas en enero de este año, algo que la reforzó aún más en su liderazgo y, por ende, enojó a China.
El último gobernador colonial británico, Chris Patten, ha calificado a la ley de Seguridad Nacional china para Hong Kong de “orweliana” y numerosos juristas del enclave la consideran “ilegal”, en franca contradicción con el ordenamiento legal vigente y las Leyes que aplican desde 1997, en que se hizo la “transferencia” de poderes del dominio británico a China. Pero, sin obviar, como señala el analista Bassets, que “el momento no puede ser más favorable para Pekín, tras su éxito tras la pandemia. La Casa Blanca está más atenta a la guerra comercial con China y a endosarle la responsabilidad por el coronavirus en la campaña electoral que a las libertades desde los ciudadanos de Hong Kong. Y a la vista de los antecedentes, Xi Jiping sabe que Donald Trump, con tan escasa sensibilidad hacia los valores democráticos, puede llegar incluso a comprenderle”. Por ahora, las espadas están en alto, las calles de Hong Kong están que hierven y Taiwán no parece estar dispuesto a dar a torcer su brazo tras 71 años de vigorosa resistencia ante el gigante chino, ¿alguien da más?, que se diría. Veremos qué pasa en los próximos meses.