António Guterres, secretario general de la ONU, ha dicho que la crisis que afronta la organización requiere de un nuevo liderazgo global, porque no está respondiendo a los grandes desafíos mundiales. De hecho, esta necesita de una reforma por los efectos de los vacíos de poder mundial que están generando las decadencias de las hegemonías de tres de las potencias que definieron el orden mundial después de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia.
Estados Unidos, como potencia hegemónica después de la Segunda Guerra Mundial, fue artífice de diseñar la arquitectura financiera de los principales organismos del gobierno global. Setenta y cinco años después, el poder global ha sufrido cambios profundos que obligan un replanteamiento de sus organismos multilaterales.
Estados Unidos, Gran Bretaña y las potencias de la UE, con excepción de Alemania, no están en condiciones económicas de imponer las reglas del juego en un gobierno global. En el caso de Estados Unidos, las políticas proteccionistas y antiglobalistas de la administración de Trump, y desde luego su creciente decadencia imperial están debilitando el poder de los organismos multilaterales.
Su derrota en la guerra en Siria marcó un espiral en el derrumbe de su dominio imperial y demostró las garras del ascenso imperial de China y Rusia como actores determinantes en el gobierno mundial. En efecto, los mandatarios de China (Xi Jinping) y de Rusia (Vladimir Putin) se han convertido en los líderes que están marcando la agenda internacional para definir la nueva arquitectura de un gobierno global.
De allí que la apuesta de Estados Unidos de impedir una alianza entre Alemania y Rusia, y su oposición a proyectos tan estratégicos como el gasoducto Nord Stream 2 (que lleva gas de Rusia a Europa a través de Alemania) hacen parte del juego de poderes claves en la definición del nuevo orden mundial.
Así pues, en la última Asamblea General de la ONU se marcó un viraje cuando el mandatario de China propuso un nuevo reordenamiento de las instituciones mundiales sobre cuatro ejes: justicia, imperio de la ley, promoción de la cooperación entre las naciones ricas y pobres donde todas ganen, y un cambio en las políticas globales.
Xi Jinping, quien desde hace 8 años está frente al timón de las grandes reformas para que China vuelva ser el imperio poderoso que fue en el pasado, se propone liderar la nueva agenda global, mientras su rival Trump se enreda en su reelección y en camorras que afectan el liderazgo global de Estados Unidos.
China, desde la implementación de los cambios en su economía de 1978 al 2011, creció en un 130% y redujo la pobreza del 98% al 32%. La meta para los 100 años de la fundación del Partido Comunista, en 2021, es ser un país próspero y para el centenario de la celebración del siglo de la humillación en 2050, es volver a ser un imperio rico y poderoso.
En la Asamblea de la ONU, Jinping expresó las aspiraciones imperiales de China cuando afirmó: “El mundo está atravesando grandes cambios nunca vistos en una centuria. La aparición de COVID-19 constituye una severa prueba para el mundo. La humanidad ha entrado en una nueva interconectividad e interdependencia entre los países (…) las amenazas y los desafíos globales requieren de nosotros enérgicas respuestas de alcance global (…) y frente a estas nuevas circunstancias y retos, tenemos que reflexionar qué tipo de ONU necesita el mundo, qué papel debe desempeñar la ONU en la era pos-COVID-19?”.
Para el premier chino: Ttodos los países, sean grandes o pequeños, deben tratarse en pie de igualdad y respeto, como reclama el progreso de nuestra época y establecen los principios de la ONU”. En su opinión, “ningún país tiene derecho a decidir por sí solo los asuntos internacionales, dominar el destino de otros, ni monopolizar las ventajas de desarrollo y menos actuar a su antojo en el plano internacional, jactándose de su hegemonía, matonería y prepotencia”.
Para Jinping, “las relaciones y los intereses de los países deben ser coordinados con sistemas y reglas, en lugar de quedar a merced de la voluntad de aquellos que tengan el puño más grande”. En su criterio, las potencias “deben tomar la delantera en ser promotoras y defensoras de la legalidad internacional, cumplir sus promesas sin recurrir al doble rasero, tampoco pueden violar los derechos e intereses de otros países y atentar contra la paz y la estabilidad mundial tergiversando el derecho internacional”.
Para Jinping se necesitan “reemplazar los conflictos por el diálogo, la coerción por la consulta, la avaricia por las ganancias compartidas entre países ricos y pobres” y para llevar a la práctica el multilateralismo “la ONU debe priorizar la Agenda para el Desarrollo Sostenible para otorgar mayor importancia a la promoción y la protección de los derechos a la subsistencia y al desarrollo. China seguirá participando en la reforma y la construcción del sistema de gobierno global”. Más claro no canta un gallo que China es la cabeza del nuevo liderazgo mundial.